EL ESCENARIO
El barrio tiene forma de T. Hay varias casas de pisos, corralas y corrales, todo mezclado; dos tiendas de ultramarinos, la taberna, la peluquería de señoras, la panadería-lechería, la frutería, la carbonería y un puesto de pipas en una vivienda que da a la calle. Más tarde construirán otro edificio de pisos para funcionarios del Régimen, y en sus locales abrirán la droguería, la mercería y la papelería. El zapatero remendón está doblando la esquina. Por entonces abren una tienda de frutos secos y un par de establecimientos más en los que no nunca entro.
Casi todas las niñas vamos a las monjas. Los niños tienen que aventurarse hasta el grupo escolar, que está a un cuarto de hora andando. Jugamos en la calle: al clavo, a la rayuela, al tú-la-llevas, a la cuerda, a la pelota quien tiene o es amigo de quien tiene. Cuando se para uno de los escasos coches que pasan por allí toda diversión se olvida para husmear en el auto.
En la calle huele a estiércol de mula, de cerdos, de gallinas mezclados con paja, a barro cuando llueve, a fruta un poquito podrida en verano. En mi escalera, a lentejas y a gachas de almorta los días de diario y a lejía los domingos, pero en mi escalera no hace falta encender la luz hasta la noche, y en la casa de abajo sí. La casa de abajo, además, huele a miseria y es más triste. En mi casa hay cincuenta y seis viviendas en seis pisos, me lo han dicho mis hermanas, contando las del sótano, donde nunca bajo porque hay ratas y da miedo. Cucarachas si que hay en muchas casas, y por eso hay que echar cucal en la puerta.
Las viviendas de mi casa se dividen en dos: exteriores e interiores. Las exteriores son más grandes. En cada piso hay seis interiores y tres exteriores, divididas por un pasillo volado sobre un patio de luces, con verja a los lados, por donde es divertido meter la cabeza y luego jugar a sacarla sin que las orejas te dejen prisionera. Yo vivo en el tercero, interior, 2, pero sólo en invierno: en verano, o estoy en Asturias o estoy en el pasillo - que tiene más luz y está más fresquito-, con los demás niños. No podemos hacer mucho ruido, porque sale la portera gritando “¡Oye, Oye!” en jarras y nos morimos de susto, así que jugamos a las chapas o a las muñecas hasta que nos dejan bajar a la calle. A la hora de la siesta sacamos unas mantas al pasillo y nuestras madres vigilan para que no rechistemos, y para no aburrirse tejen, hilan, remiendan o se cuentan cosas de otras vecinas pensando que los niños no nos enteramos pero, como hay que estar callados, ponemos la oreja sin que ellas se den cuenta, aunque no preguntamos para que no nos den collejas diciendo que eso son cosas que no nos importan.
Ya os he puesto en situación.