LA TRISTEZA TIENE MALA PRENSA
A mí me parece que ya está bien de hipócritas actitudes políticamente correctas. Imagináos a un político diciendo a las cámaras es que hoy estoy un tanto abatido por motivos personales; a una maestra soltando a los alumnos os voy a poner una redacción y no me deis la lata porque me siento triste, o al frutero de la esquina pidiendo perdón si se equivoca en la cuenta y confesando que no está en lo que está porque se levantó con una murria que le tiene distraído.
Nada más normal, y sin embargo nos sorprendería y como que nos daría un poco de apuro, ganas de mirar para otro lado, no seríamos capaces de balbucear una respuesta coherente y adecuada a la ocasión. Si el presentador del telediario reconociera antes de leer los titulares que ese mediodía su estado de ánimo no es precisamente alegre, dejaríamos de atender a las noticias para escrutarle la cara e intentar adivinar qué, quién, por qué, pobrecillo, es verdad que tiene ojeras y la cara como un poco más afilad, pero a qué viene eso.
Habría quien criticara ese impudor: los sentimientos son una cosa personalísima, no es de recibo ir por ahí soltando tus penas. Sin embargo, está permitido demostrar alegría, e incluso fingirla. Se premian las caras alegres, el alborozo expresivo, la histeria de los locutores deportivos, la indignación gritona de los bienpensantes ante según que sucesos, la ira de los contertulios radiofónicos, el boba expresión de arrobamiento de los fans...
Yo no digo que sea agradable de soportar un semblante permanentemente entristecido, ni que se deba aplaudir la tristeza como estilo; pero hay días en que la mejor manera de rendir tributo a la vida y respetarte a tí mismo sería reconocer ante el mundo que estás triste y no necesitas la ayuda de nadie, sólo que te dejen hacer las cosas con tu sentimiento a flor de piel, sin necesidad de ocultarlo ni disfrazarlo: como si no supiéramos todos que hay motivos en la historia de cada quien.