EL ESCENARIO
Fuera de las Rondas (fuera de las Rondas significa suburbio, barrio bajo), al este de Madrid. Cayeron algunas bombas durante la guerra y aún quedan ruinas en donde los niños jugamos a encontrar tesoros. El convento de monjas y el sanatorio antituberculoso cierran el barrio por el levante; al oeste, una fábrica de productos farmacéuticos y el asilo de los pobres. Al sur, la “colonia”, unos chalecitos adosados que se construyeron antes de la guerra, a los que también llamamos los hoteles. La fábrica de relojes y la urbanización de los funcionarios son el límite norte. Fuera de esas fronteras no hay que fiarse de nadie, así que no puedo aventurarme sola.
El barrio tiene forma de T. Hay varias casas de pisos, corralas y corrales, todo mezclado; dos tiendas de ultramarinos, la taberna, la peluquería de señoras, la panadería-lechería, la frutería, la carbonería y un puesto de pipas en una vivienda que da a la calle. Más tarde construirán otro edificio de pisos para funcionarios del Régimen, y en sus locales abrirán la droguería, la mercería y la papelería. El zapatero remendón está doblando la esquina. Por entonces abren una tienda de frutos secos y un par de establecimientos más en los que no nunca entro.
El barrio tiene forma de T. Hay varias casas de pisos, corralas y corrales, todo mezclado; dos tiendas de ultramarinos, la taberna, la peluquería de señoras, la panadería-lechería, la frutería, la carbonería y un puesto de pipas en una vivienda que da a la calle. Más tarde construirán otro edificio de pisos para funcionarios del Régimen, y en sus locales abrirán la droguería, la mercería y la papelería. El zapatero remendón está doblando la esquina. Por entonces abren una tienda de frutos secos y un par de establecimientos más en los que no nunca entro.
Mi universo con nombre conocido comprende: la casa de arriba (la mía), la casa de abajo, la casa de enfrente, la casa de la esquina, las monjas, el dispensario, la colonia, la fábrica de relojes, el cine (que está un poco lejos), y las casas de mis tías (siguiendo mi calle hacia el centro pero muy, muy lejos). Además, está Asturias.
Casi todas las niñas vamos a las monjas. Los niños tienen que aventurarse hasta el grupo escolar, que está a un cuarto de hora andando. Jugamos en la calle: al clavo, a la rayuela, al tú-la-llevas, a la cuerda, a la pelota quien tiene o es amigo de quien tiene. Cuando se para uno de los escasos coches que pasan por allí toda diversión se olvida para husmear en el auto.
En la calle huele a estiércol de mula, de cerdos, de gallinas mezclados con paja, a barro cuando llueve, a fruta un poquito podrida en verano. En mi escalera, a lentejas y a gachas de almorta los días de diario y a lejía los domingos, pero en mi escalera no hace falta encender la luz hasta la noche, y en la casa de abajo sí. La casa de abajo, además, huele a miseria y es más triste. En mi casa hay cincuenta y seis viviendas en seis pisos, me lo han dicho mis hermanas, contando las del sótano, donde nunca bajo porque hay ratas y da miedo. Cucarachas si que hay en muchas casas, y por eso hay que echar cucal en la puerta.
Las viviendas de mi casa se dividen en dos: exteriores e interiores. Las exteriores son más grandes. En cada piso hay seis interiores y tres exteriores, divididas por un pasillo volado sobre un patio de luces, con verja a los lados, por donde es divertido meter la cabeza y luego jugar a sacarla sin que las orejas te dejen prisionera. Yo vivo en el tercero, interior, 2, pero sólo en invierno: en verano, o estoy en Asturias o estoy en el pasillo - que tiene más luz y está más fresquito-, con los demás niños. No podemos hacer mucho ruido, porque sale la portera gritando “¡Oye, Oye!” en jarras y nos morimos de susto, así que jugamos a las chapas o a las muñecas hasta que nos dejan bajar a la calle. A la hora de la siesta sacamos unas mantas al pasillo y nuestras madres vigilan para que no rechistemos, y para no aburrirse tejen, hilan, remiendan o se cuentan cosas de otras vecinas pensando que los niños no nos enteramos pero, como hay que estar callados, ponemos la oreja sin que ellas se den cuenta, aunque no preguntamos para que no nos den collejas diciendo que eso son cosas que no nos importan.
Ya os he puesto en situación.
Casi todas las niñas vamos a las monjas. Los niños tienen que aventurarse hasta el grupo escolar, que está a un cuarto de hora andando. Jugamos en la calle: al clavo, a la rayuela, al tú-la-llevas, a la cuerda, a la pelota quien tiene o es amigo de quien tiene. Cuando se para uno de los escasos coches que pasan por allí toda diversión se olvida para husmear en el auto.
En la calle huele a estiércol de mula, de cerdos, de gallinas mezclados con paja, a barro cuando llueve, a fruta un poquito podrida en verano. En mi escalera, a lentejas y a gachas de almorta los días de diario y a lejía los domingos, pero en mi escalera no hace falta encender la luz hasta la noche, y en la casa de abajo sí. La casa de abajo, además, huele a miseria y es más triste. En mi casa hay cincuenta y seis viviendas en seis pisos, me lo han dicho mis hermanas, contando las del sótano, donde nunca bajo porque hay ratas y da miedo. Cucarachas si que hay en muchas casas, y por eso hay que echar cucal en la puerta.
Las viviendas de mi casa se dividen en dos: exteriores e interiores. Las exteriores son más grandes. En cada piso hay seis interiores y tres exteriores, divididas por un pasillo volado sobre un patio de luces, con verja a los lados, por donde es divertido meter la cabeza y luego jugar a sacarla sin que las orejas te dejen prisionera. Yo vivo en el tercero, interior, 2, pero sólo en invierno: en verano, o estoy en Asturias o estoy en el pasillo - que tiene más luz y está más fresquito-, con los demás niños. No podemos hacer mucho ruido, porque sale la portera gritando “¡Oye, Oye!” en jarras y nos morimos de susto, así que jugamos a las chapas o a las muñecas hasta que nos dejan bajar a la calle. A la hora de la siesta sacamos unas mantas al pasillo y nuestras madres vigilan para que no rechistemos, y para no aburrirse tejen, hilan, remiendan o se cuentan cosas de otras vecinas pensando que los niños no nos enteramos pero, como hay que estar callados, ponemos la oreja sin que ellas se den cuenta, aunque no preguntamos para que no nos den collejas diciendo que eso son cosas que no nos importan.
Ya os he puesto en situación.
21 Comments:
Mis abuelos tenían un balneario y cuando era pequeña pasamos algunos inviernos con ellos. También había límites y uno de los sitios a los que no nos dejaban ir solos era una zona en la que, nos contaron, había caído una bomba durante la guerra y sólo quedaba la carcasa del edificio: habían desaparecido los pisos y si te asomabas veías un gran hueco que llegaba hasta el suelo.
Ésa, y alguna historia vaga contada por mi tía abuela, es todo lo que supe en mi infancia sobre la guerra y la posguerra. Si leerte ya es un placer, compartir tus recuerdos tiene ahora un aliciente nuevo.
Besos
Lo vas a hacer...lo vas a hacer...
:-)
Más, por favor
Veo que te has decidido a contarlo!!
Besos
Me ha hecho gracia lo de no fiarse de nadie fuera de las fronteras. Es cierto, de pequeñito tu territorio es muy pequeño, tu barrio tiene uno límites que conoces bien, en mi caso eran un parque, las vías del tren (aunque las proximidades ya eran territorio chungo), una zona industrial y el río. Y los que vivían fuera de esos límites eran "extranjeros", de hecho en el cole algunos niños vivían al otro lado del río y yo los etiquetaba subconscientemente como "los que vienen del otro lado del río". Pero según vas creciendo tu "barrio" se va ampliando, y hasta se sale de la ciudad y la provincia.
Hoy sólo un saludo y decirte que en el Día del Blog y tenía que recomendar cinco blogs. Pues eso ;)
másssssssssss
Mas, más; eulalia ¿no nos iras a dejar asi todo el mes de septiembre???
Eulalia, una vez empezado, no vale recular amool. Quiero más.
Un beso muy castizo y casto
Hermosos míos,
Gracias por la calurosa acogida al capítulo cero del culebrón. Uno o dos capítulos por semana creo que podré escribir: el esfuerzo de recordar adecuadamente es el que cuesta; escribirlo no es tan difícil, después de todo.
Agradecimiento suplementario a Manel. ;)
Repartíos los besos que dejo aquí:
XXXXXXXXXXXXXXXXX
Me recuerda a si te dicen que caí...
Todo cambial, al parecer no a mejor necesariamente. Al menos en algunas cosas.
Se feliz
PD - Gracias por no justificarte porque yo estuve a punto de hacer lo mismo y no debería. Te ruego que comentes lo que te venga en gana siempre que puedas. En este caso, solo fue que me dio por pensar, pero de buen rollo. Y aunque fuera de malo siempre sería problema mío.
Gracias
Mago,
me gustaba Marsé antes. Me gustaba mucho, mucho. Este verano, sin embargo, no he podido acabar "Canciones de amor en Lolita's Club"
Fíjate si todo cambia.
Y él es como diez años mayor que yo.
Un beso
Eulalia! y yo que tenía mis reservas... jmjmjm
Después de leer esta primera parte, me apunto entre los adeptos al culebrón :)
Un abrazo,
Gab
Esto promete...
Puedes pasar lista, estaré seguro.
Un besote.
Unas situaciones que a gente de tu quinta nos resultan familares. En mi pueblo la escala espacial era distinta pero también había "fronteras" y, desde luego, todo los demás. En mi casa no es que no hubiera televisión (que tardaría aún más de 10 años en llegar a España), es que tampoco había radio. Íbamos a casa de algún vecino más afortunado a escuchar los (aburridísimos) seriales de Sautier Casaseca y Luis Varón y, desde luego, los obligatorios "partes" de Radio Nacional.
Un beso entre aromas de mebrillo y humo de espliego.
Una pintura muy parecida a la de mi barrio, Poble-sec, entre el Paralelo y Montjuïc, en Barcelona, en casi la misma época. Hace poco González Ledesma en 'Historia de mis calles' retrató muy bien, en los primeros capítulos de estas casi memorias, el ambiente vecinal y la pobreza de la época, entrañable y añorada, por otra parte. Un mundo perdido, como tantos. Ay, es que me puesto nostálgica.
Por cierto (a yayo salva), yo encontraba apasionantes los seriales de Sautier Casaseca, cierto que a veces eran demasiado largos y se perdía el hilo. Teníamos una vieja radio pero la televisión también iba a verse a casa del vecino con posibilidades.
Me encantó conocer tu mundo de niña, el escenario. Capaz que un post más arriba empiezas con la historia y no me he dado cuenta.
De los juegos infantiles que mencionas hay dos que no conozco o que necesitan traducción transoceánica: Chapas y el clavo.
Me quedé metida.
¿Qué más? Me sorprendió la descripción de los olores, los sentí de verdad y me acordé de curacautín o otro pueblo del sur de Chile en Verano.
Un abrazo
Hermosa descripciòn, y vìvida vivencia, lo expresas con tanta soltura que pareciera tan solo ayer... y tal vez lo es!
Un abrazo de Luz.
He tenido que venir al principio para ponerme en situación, ahora del tirón sigo con el resto que para eso tengo la tarde libre ;)
Distinguidísima Eulalia:
Había escrito otro comentario para esta entrada, pero mi inexperticia en estos aparatos modernos dio con él al tacho, diríamos a la papelera de reciclaje.
Quería decirte que la estampa de tu niñez se parece en algo a la mía; especialmente porque podíamos jugar en la calle, pasear en bicicleta y, aquellos con mejores dotes que yo, jugaban fútbol. Las niñas saltaban la cuerda y cuando se acercaba un auto se suspendía momentáneamente el juego. Yo entraba y salía cuando y como quería de las casas de mis amigos.
Esos eran los goces de niño, ahora hay otros disfrutes.
Ahora, vivo en un edificio de departamentos nuevo, en una comuna de Santiago regentada por un alcalde que fue escolta de Pinochet. Fue escogido, el departamento, por lo de la "plusvalía" del barrio, y elegido, el alcalde, por los herederos de las "buenas familias" que aquí moraron. Aunque con la explosión de emprendimientos inmobiliarios hemos llegado oleadas de inmigrantes de otros barrios. No sé si esto modificará el panorama electoral comunal, pero habrá de pasar un buen tiempo. Mientras tanto, la calle principal de la comuna sigue siendo Av. 11 de Septiembre, y no precisamente en homenaje a los muertos de Nueva York.
NO conozco a nadie en el edificio, ni de cara; sólo entro y salgo por el portón del estacionamiento y de ahí tomo el ascensor directo a mi piso. No conozco al diarero ni al panadero; de hecho, no compro cosa alguna en el barrio, para eso está el hipermercado que lo tiene TODO. En fin, así vamos y así nos va.
Bueno, estoy leyendo tu blog desde el principio y ha sido un goce.
Tuyo,
Eleuterio.
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