• quintadel44: septiembre 2006

    sábado, septiembre 30, 2006

    1949 PAN O FUTURO

    Mi madre ha vuelto ya de Asturias y ha traido un montón de comida escondida entre la ropa de la maleta, para que los del fielato que hay a la entrada de Madrid no se la quitaran creyendo que iba a hacer estraperlo con ella.

    A mi hermana Tití la ha dejado con mis tíos, aunque ya está mucho mejor y ha engordado; dice mi madre que si hubiera vergüenza con la penicilina se podría curar todo el mundo enseguida, pero que toda la tienen en el bar de Chicote y que por eso los pobres no podemos comprarla. Mi hermano Jose dice que la penicilina no cura la tuberculosis, pero eso a ella le da igual, y le contesta que la tuberculosis viene cuando estás más débil por otras enfermedades que sí se curan con la penicilina, y entonces Jose se calla.

    Lo del paquete me ha puesto muy contenta porque ahora comeré de verdad y no me tendrán que regañar tanto: el pan y la mantequilla, las castañas, el chorizo y las morcillas, las nueces y las avellanas me las como yo sola, sin que me tengan que contar cuentos; lo que no puedo tragar son las fabes ni el tocino ni la manteca de cerdo, pero no importa porque a todos los demás sí que les gustan. Ahora mi madre guardará todo en un sitio donde yo no lo pueda alcanzar, porque si no me atiborro de cosas buenas y no me como las acelgas con patatas.

    A mi tío Ramón (el lechero) le ha separado una longaniza entera, fabes y dos morcillas, para que la tía le haga una fabada, y es normal que se lo dé porque ellos nos dan a nosotros huevos y mantequilla al precio de tasa y a veces nos lo regalan. Lo que no tengo que hacer es salir a la calle ni al pasillo comiendo nada de eso, para que a los vecinos no les de envidia y nos critiquen; bueno, a la señora Colasa sí que le va a dar un poco para su hija Nisa que está enferma del corazón y no crece y le han dicho que se va a morir antes de los veinte años, pero es muy buena y muy amiga de mi hermana porque cumplen años el mismo día y ellos nunca tienen de nada, sólo gachas de almortas una vez y otra. El padre es fumista de los que limpian chimeneas y siempre está trabajando pero no gana casi nada, y los otros dos hijos están de aprendices y no sacan ni para tabaco. La madre dice que lo que tienen que hacer es irse voluntarios a la mili en cuanto tengan la edad y quedarse de sargentos chusqueros, que al menos tienen comida asegurada y pan blanco; entonces su marido se cabrea y se lían a darse voces que se oyen desde mi casa, y la Nisa se viene sin decir nada con nosotros, que también nos callamos, pero sabemos que no es bueno para su corazón que le den esos disgustos. La Nisa siempre tiene los labios y las uñas morados y es casi tan bajita como yo; en cambio, habla como una persona mayor: mi madre dice que la enfermedad le ha hecho madurar antes que a otras.


    Mi padre siempre está dando la lata con que si viviéramos en Asturias tendríamos la comida resuelta, pero eso tampoco es mucha verdad, porque nosotros mandamos para allá aceite y ropa, y mis hermanos y yo no tendríamos más futuro que trabajar la tierra o irnos fuera de España. Mi madre dice que no quiere que sus hijas se pasen la vida cuidando vacas y gallinas, sino que se casen con gente que tenga un oficio, y que su hijo en el banco tiene oportunidad de ir ascendiendo porque es muy serio y trabajador.


    Y es verdad: no veo yo a mi hermano Jose cuidando vacas, con lo señorito y lo culto que es y lo que lee y va al cine.

    viernes, septiembre 29, 2006

    SE HA MUERTO LA ROSARITO

    De la noche a la mañana, se ha muerto la Rosarito. Todo el mundo sabíamos que estaba tísica: por eso no salía de casa a jugar y ya ni iba al colegio siquiera, pero cuando preguntaban a su madre por ella siempre decía que estaba mejor. De todos modos la señora Rosario no es de muchas palabras: en verano nunca baja a tomar el fresco a la calle ni se la ve hablar con otras vecinas ni nada, siempre con la Rosarito y el Pedrito, que tiene doce años o así y es un guarro, por mucho que su madre se empeñe en llevarlo arreglado como a ellas dos.

    La Señora Rosario es viuda de cuando la guerra, pero no es viuda de guerra; la diferencia está en que a su marido lo mataron en un bombardeo aquí en Madrid; por eso no tiene pensión y limpia casas, aunque sabemos que antes tenían posibles. La verdad es que siempre va con aspecto de señora de verdad, aunque lleve medias gordas zurcidas.

    Me da apuro decirlo, ahora que está muerta, pero a mí la Rosarito no me caía nada bien, porque se hacía la interesante y nunca bajaba a jugar a la calle ni cantaba por las escaleras ni se ponía con la manta en el pasillo a dormir la siesta en el verano. Mi hermana Pili dice que era porque ya llevaba mucho tiempo anémica perdida, pero que no le habían detectado la tuberculosis hasta este año.

    A la hora de comer mi madre ha dicho a mis hermanos que subieran a dar el pésame, y como a mí no me ha dicho que no, también he subido, porque me daba curiosidad de cómo sería una niña muerta y nunca me quieren llevar a los velatorios.

    El comedor de la señora Rosario es más pequeño que el nuestro, aunque tiene más luz porque da a los jardines de las casas de los funcionarios. Habían retirado la mesa y el ataud, que era blanco, ocupaba casi toda la habitación: sólo quedaba sitio para tres sillas a un lado y tres a otro. Cuando entramos el Pedrito estaba muy serio comiendo un trozo de pan con aceite y pimentón y con las prisas de llevarlo a la cocina se le cayeron unas gotas por el suelo que luego casi se descuerna al volver.

    La Rosarito estaba en el ataud vestida de comunión, con el rosario y el libro entre las manos, los ojos cerrados y la cara tan blanca que no parecía ella; su mamá estaba al lado, vestida de negro y como ida. Había otras dos vecinas rezando el rosario. Mi hermana primero ha saludado como una persona mayor y luego se ha sentado en una de las sillas. Mi hermano le ha dado la mano a la señora Rosario sin decir palabra y luego se ha quedado de pie al lado de la puerta.

    Yo me he ido corriendo, y cuando he llegado a casa mi madre se ha dado cuenta de dónde venía y me ha dicho

    - ¿Ves? Por meter la nariz donde no te llaman.

    miércoles, septiembre 27, 2006

    FE DE ERRORES

    Dibujando uno de mis personajes, la señora Ángeles, caí en un error del cual mi hermana Pili se ha encargado de sacarme: dije que esa vecina mía estaba liada con un conde; pues, no: la mantenía un pelanas que además estaba casado y que tampoco era el padre de sus hijos. No debía andar muy sobrada, porque mi hermana recuerda que muchas veces su hija Vida se metía en nuestra casa justo a la hora de las comidas, y nunca le hacía ascos al pote o a las lentejas que mi madre nos ponía.

    El que se lió con un conde era el hijo, el bailarín. Confundí la historia porque a principios de los cincuenta el Conde se llevó a toda la familia a vivir a su piso, en uno de los bulevares del Barrio de Salamanca, que ocuparon oficialmente en calidad de ama de llaves e hijos de la empleada, evitando de esa manera el escándalo. Mi hermana estuvo varias veces en aquella casa y cuenta maravillas, o lo que a ella en aquel entonces le parecieron maravillas: catorce balcones a la calle, muebles y cortinajes antiguos, una zona de servicio inmensa que ocupaban madre e hija... Esas cosas que se describen en las novelas de época.

    Vida se casó, contra la voluntad y los planes de su madre (que al parecer quería traspasarla a un viejo aristócrata prendado, con toda justicia, de la chica) con un torero que no tuvo fortuna y terminó muriendo joven y dejando a su viuda - que nunca se volvió a casar -sin hijos. Luisito hizo carrera (mediocre) como bailarín por las salas de fiesta del Mediterráneo. Los tiempos iban cambiando.

    Ahí no queda todo: el conde terminó pegándose un tiro, al parecer porque se arruinó. Luisito estaba de gira, menos mal, porque la policía no andaba muy convencida con cerrar el caso sin más. Y menos mal, también, que ya tenían un piso en el barrio de la Concepción (Si: ese barrio que sale en "¿Qué he hecho yo para merecer esto?, de Almodóvar) y allá que se fueron cuando un banco embargó las últimas propiedades del suicida, incluidos los catorce balcones. Mi hermana perdió la pista de Vida en la década de los ochenta, cuando el hermano puso un night club en Sitges o en Salou, se retiró del baile y se llevó a su madre y a su hermana con él.

    Mi hermana Tití dice que ella vendió durante una época postales de Luisito, vestido de bailarín español, en la tienda de recuerdos que regenta; continuaba tan guapo.

    Pili corrobora mis reminiscencias de la belleza exótica de Vida, su dulzura y su gesto indeleble de chica triste.

    Qué cosas.

    martes, septiembre 26, 2006

    1949 LA CARBONILLA

    Es domingo. Mi madre y mi hermana Pili tienen que hacer limpieza y le dicen a mi hermano que me lleve a la carbonilla porque no saben qué hacer conmigo y doy mucha lata. Van a ir todos los chicos del pasillo, y yo llevo un saquito pequeño para que también ayude. Jose no va casi nunca a la carbonilla desde que trabaja en el banco, pero ahora mi hermana también trabaja y si él no va nadie puede ir hasta que venga Tití o yo sea mayor y sepa ir sola, que será dentro de mucho, así que se aguanta. Mi hermano se cree a veces un poco señorito porque mi madre le consiente todo y porque lee mucho y ha ido al colegio más tiempo que todos los demás, eso dice mi padre, y mi madre contesta que bastante desgracia tiene con lo que tiene y además el chico tiene razón porque si mi padre entregara en casa todo lo que gana otro gallo nos cantara.

    Así que nos vamos todos bien abrigados. Vas hacia el Campo Campana, tiras a la izquierda como si fueras a la Elipa, y antes de las chabolas ya se ven como montañas grises: son las sobras de las calefacciones del Barrio de Salamanca, que las traen hasta aquí en camiones porque ya no les sirven a ellos; nosotros tenemos que rebuscar los trozos de carbón que no se han quemado, y esa es la carbonilla para encender la lumbre y que cunda más, porque sólo con astillas y carbón de la carbonería sale muy caro. Algunas vecinas también lo usan para el brasero, pero en mi casa no tenemos brasero porque mi madre dice que es muy peligroso y que con la lumbre ya se calienta toda la casa si tenemos cuidado de no dejar la puerta abierta

    Hay más gente, pero nos repartimos para no estar unos muy cerca de otros; Jose me dice que me quede cerca de él y me enseña a encontrar trozos de carbón bien negros buscando entre la ceniza; los grises, aunque estén duros, no valen porque ya están quemados. Hace frío en las piernas y en las manos, y no es tan fácil llenar mi saquito, porque me resbalo. Mientras rebusca con un palo, mi hermano aprovecha que sólo yo le oigo para intentar silbar, un ejercicio muy bueno que le ha dicho el médico para aprender a hablar bien. Silba como yo: se nota que entra y sale el aire pero no le suena la música, aunque antes de ir a la mili le van a volver a operar para que se le cierre bien el paladar y entonces ya podrá.

    Cuando terminamos, todos los chicos se sientan en unas piedras, sacan el papel de fumar y el caldo de gallina y se lían unos cigarrillos y se ponen a hablar de fútbol. Yo me aburro porque no hay ninguna niña para jugar y tampoco hay nada que hacer. Tengo las manos negras y ásperas, y voy a tener que mearme en ellas cuando llegue a mi casa porque si no me van a salir sabañones y grietas.

    (Sé que volví alguna vez más, pero no lo recuerdo con claridad; supongo que ese día se me quedó precisamente porque iba con mi hermano. Quizá estuviera con mi madre, alguna tarde en la que también pudimos llegar hasta una fábrica de maderas , junto al Tejar de Sixto, algún año después. Toda esa zona es la que ocupan hoy la prolongación de O'Donnell y el "Pirulí", la torre de comunicaciones de RTVE.
    A la fábrica de maderas sí que estuve yendo hasta los doce o trece, a la salida del colegio - si aún era de día después de merendar - o a la hora de la siesta en verano. Pillábamos cortezas y trozos desechados, que se vendían mucho más baratos que las astillas de la carbonería. Me gustaba retarme a mí misma llevando a casa más de lo que mi madre había calculado que podía acarrear o conseguir por el dinero que me había dado. Ya ves.
    eL "caldo de gallina" era una marca de tabaco que, por supuesto, no se llamaba así: creo que su nombre era "Ideales", pero no estoy segura: los cigarrillos eran tan gruesos que se partían por la mitad para hacerse uno normal. Sin filtro, por descontado.
    Lo de usar la propia orina para curar las grietas y los sabañones de las manos estaba bastante extendido. Mi ex, que tiene tres o cuatro años menos que yo, recuerda perfectamente que en el colegio en donde estaba interno era práctica habitual. Preguntad, preguntad a vuestros mayores...)
    Tengo mal el ordenador y el ADSL. No consigo encontrar una señal que me permita publicar, aunque espero que hoy se arregle. Me siento como si me hubieran borrado de una lista en la que quiero figurar, sin decirme los motivos.
    Escribo, sí, pero ya no es lo mismo sin vosotros.

    sábado, septiembre 23, 2006

    1949 El COLEGIO

    Hoy es mi primer día de colegio, y eso quiere decir que ya soy mayor, así que no estoy asustada: mi hermano me ha dicho que ya sé todo lo que me pueden enseñar este curso, y mi madre dice que no, que aún tengo que aprender a obedecer, a estarme quieta y a no chuparme el dedo, porque entre ella y las vecinas ya me han puesto picante, acíbar y hasta guantes y no lo han conseguido. Llevo un baby blanco con un lazo rojo para que se sepa que voy al pabellón de gratis; las de paga están al otro lado de la capilla y llevan uniforme negro con la misma cinta; en clase también se ponen el baby, pero por la calle no.

    Primero unas señoritas con vestido blanco y capa azul nos han mirado la cabeza para ver si tenemos piojos, y a las que sí las han separado. Luego hemos entrado en la clase de párvulas, que es muy grande, con ventanas enormes en el lado que da a la calle y una cristalera en el lado que da al patio de recreo. Nos ha hecho entrar en fila una monja muy delgada y con bigote como mi tía Esperanza, y me da miedo de que tenga tan mal genio como ella. Cuando ya estábamos sentadas en los pupitres nos ha dicho que somos sesenta y ha ido diciendo nuestros nombres para que nos pusiéramos de pie y dijéramos servidora. La mayoría de las niñas no viven en mi barrio, y a muchas la monja, que se llama hermana Pérez, ya las conoce del año pasado. Me aburro mucho, pero me aguanto y me estoy quieta.

    Luego nos hemos tenido que volver a poner de pie una a una para demostrar a la monja si sabíamos rezar el avemaría y el padrenuestro, y nos ha dicho que le pidiéramos a nuestros padres dinero para comprar un Rayas, el cuaderno de caligrafía número uno, un lapicero y una goma de borrar en la papelería que hay dentro del colegio.

    De pronto la hermana se quita la zapatilla y se pone a gritar a una niña que hay al fondo:

    - ¡Chupadedos!, ¿Quieres que te dé mi zapatilla para que la chupes?

    Casi toda la clase se pone a reír y a mirar a la niña, que es una que vive en la casa de abajo, la hija del basurero. Yo no me río y trato de no mirarla porque me da pena de ella y vergüenza al mismo tiempo. La monja es una asquerosa y no quiero estar en su clase, pero me tengo que aguantar y tampoco lloro. No quiero que a mi me diga eso.

    ( Recuerdo ese día perfectamente: hacía un sol septembrino que entraba pálido por las vidrieras, y el crucifijo que había encima de la pizarra era siniestro.
    Nunca más volví a chuparme el dedo; mi madre creyó que había surtido efecto lo de creerme mayor, porque me callé como una zorra el incidente de la zapatilla.
    Ese es el aprendizaje vicario que estudió Bandura, quien, por cierto, se graduaba en Psicología ese mismo año)

    PUES, ESO.

    Tomo nota. Tomo nota de todo, amados míos.
    Soy una insegura patológica, lo admito. Me he sentido cuestionada y he recurrido a vosotros para afianzarme.
    Podía haberme sido suficiente con abrir el blog cada día y encontraros ahí.
    Podía haber concluído que me valía con querer, solo que no es cierto: no tiene sentido escribir en un blog si no es para ser leída, y comprobar que aquello que escribes comunica.
    No tengo madera de sufridora, y es demasiado tentador encontrarte en las manos con una herramienta interactiva: lo de ayer ha sido como levantar el auricular, marcar el teléfono del amigo/a y lloriquear un "fíjate éste, lo que me ha dicho, es un asqueroso" y escuchar las frases consoladoras del confidente.
    Ya se me ha pasado la perreta.
    Voy a continuar, faltaría más, después de todos vuestros comentarios, aunque os aviso: ni es la primera, ni es la última vez que me dará un pronto, los "antiguos" ya lo sabéis...
    En fin.
    Que mil gracias.

    viernes, septiembre 22, 2006

    FRENAZO

    A Andrés no le gusta cómo escribo. Ha leído algo de "1949" y opina que es infantil en exceso, que las historias que cuento quedan un poco ñoñas, que está poco elaborado y que soy capaz de hacer cosas más interesantes si me centro en el hoy, aunque definitivamente él deja mis escritos – en general – fuera de lo que considera "literatura".
    Claro que él abomina de Marsé y Delibes cuando, sin ánimo de polemizar, para mí son dos de los mejores prosistas en castellano de la segunda mitad del siglo XX.

    No sé qué pensar: por un lado, una vez que he elegido darle voz a la Lula de entonces, no puedo ponerme a hacer grandes reflexiones sobre la época, cosa que, por otro lado, ya están publicadas por buenos – y malos – ensayistas y algún novelista de postín. Por otro, huyo conscientemente del tono épico que se podría esperar de quien se pone a narrar algo sobre una etapa tan negra de nuestra historia. Y me niego a inventar. Una niña es una niña y quizá el error haya sido esa primera persona de singular tan incapaz de ver más allá de su entorno inmediato.

    Hasta ahí, creo que el relato es coherente con mi decisión. De lo que dudo es de mi capacidad para transmitir: si aporto algo a vuestro conocimiento de la posguerra, si lo que escribo tiene algún significado en su conjunto, más allá de lo gracioso que pueda resultar que una niña se enfade con su madre o una madre con su hija. Si merece la pena que continúe publicando post sobre 1949 (al final no serán tantos: cinco o seis más, imagino, aunque voy teniendo claro que incluso los ya publicados tiran de otras historias que habré de madurar) o vuelvo por mis fueros.

    En total: que requiero vuestra opinión encarecidamente. Incluso a los que nunca hacéis comentarios. Incluso a los latinoamericanos, que podéis sentiros menos implicados. Incluso a los que os molestáis amablemente cada día en escribirme un par de líneas. No pasa nada por hacer una crítica veraz cuando es solicitada; en todo caso, vuestro silencio también me valdrá, si se os hace muy cuesta arriba darme un pellizco para que despierte.

    Un intento fallido no es más que eso, aunque tampoco pretendo ser Colette.

    Depende de vosotros.

    miércoles, septiembre 20, 2006

    1949 CAIDA Y RESURRECCIÓN.

    Hoy he ido en coche, pero no me ha gustado.

    Hace calor. Se ha muerto un sereno y mi papá tiene que ir al entierro. Las mujeres van a los velatorios y a los funerales, pero no a los entierros. Si el muerto es republicano tampoco pueden ir los fachistas, ni al revés: por eso el tío Balbino no va a ir; a los de los demás puede ir todo el mundo que quiera, se conoce. Como mi madre está cansada del velatorio y quiere dormir la siesta, convence a mi padre de que me lleve con él, porque yo no soy una mujer y por eso no me voy a enterar de nada y nadie se va a enfadar.

    El entierro es a las cuatro de la tarde; primero vamos con mucha prisa a casa del muerto. Hay mucha gente y flores y mucho lío y una señora que es la viuda y unos niños llorando porque se han quedado huérfanos. Huele a sudor de señores, que es distinto al de las señoras, a flores pasadas y un poco agrias, a humo de tabaco, a velas apagadas y a aceite frito. Mientras mi padre, que se ha puesto el traje de los domingos, entra a ver al muerto, me quedo de la mano de mi tío Ramón y luego al revés. También está mi primo Serafín, que es muy guapo aunque bizquee un poco. Mi primo está muy serio y no me hace cosquillas ni me coge en brazos.

    El cementerio está muy lejos y el novio de mi prima, que es taxista, va a llevarnos a nosotros y a unos paisanos de Asturias. Es la primera vez que me monto en un coche. Van tres delante, tres detrás, dos en los transportines, y yo entre las piernas de mi padre. Hablan del muerto y de la tuberculosis y de que la viuda se queda en la calle. Vamos a llegar tarde y todos están de muy mal humor, liando cigarrillos y diciendo carajo cada vez que se les cae la picadura porque el novio de mi prima tuerce una esquina deprisa. Me da aire caliente en la cara, y me tengo que apartar del flequillo de los ojos todo el rato.

    Pasamos al lado de la Plaza de Toros Nueva luego por una carretera llena de casas bajitas y hechas como de trozos, que se llaman chabolas, y entramos al cementerio por una puerta colorada y blanca que parece la de una iglesia, con otras puertas más pequeñas a los lados y una torre. Luego se juntó mucha gente y no pude ver nada porque mi padre me tenía muy sujeta de la mano y tiraba de mí cuando quería soltarme para ir a mirar de cerca las estatuas y las casitas que había. El traje de mi padre huele a gasolina, me gusta: es un olor fresquito que me distrae del calor.

    Al terminar todo el mundo hizo una fila para dar la mano a la señora y a unos señores, diciendo cosas muy bajito, y nos volvimos a montar en el coche, que no arrancaba. Luego, sí, y ya íbamos al salir del cementerio los últimos cuando de repente se abrió la puerta en donde yo iba apoyada y de buenas a primeras me encontré caída de lado dentro de un canalón viendo cómo el coche seguía andando y pensé que me dejaban allí tirada para siempre sin poder salir de donde estaba encajada y sin que me ayudaran porque no se habrían dado cuenta; del miedo no me salían las palabras para llamarles. Me iba a quedar muerta en el cementerio.

    Pero sí que pararon, mucho más allá. Salió mi primo corriendo y me sacó del canalón mirando a ver si me había hecho mucho daño: sólo tenía unos raspones en la pierna y en el brazo, que me escocían un poco y estaban llenos de arenilla, y se me había roto el vestido; conque me cogió en brazos y me llevó hasta el coche muy serio.

    Cuando mi padre me sentó en sus piernas fue cuando me puse a llorar, y los demás se echaron a reir y a hacerme bromas. Me dio mucho coraje que se rieran porque había sido culpa de ellos y lloré todo el camino hasta que me quedé dormida y por eso ya no me acuerdo de más.

    martes, septiembre 19, 2006

    LA BODA

    Esta fotografía no debía ser publicada hasta mucho más adelante, porque corresponde al final de 1949.
    Es la foto de boda de mi prima, que al final se casó con el taxista. Vino de Asturias a mi casa, y de mi casa salió para la iglesia, pero yo no me acuerdo de nada absolutamente; del evento, sólo me queda una ligera sensación de estar dando vueltas sobre mí misma hasta caerme de culo en el frío suelo de una especie de nave industrial con olor a puro en donde se celebró el convite.
    Yo llevé las arras, con un vestido blanco tobillero y con jaretas, y una pamela, ambas prendas prestadas. Después de la ceremonia me cambiaron porque al día siguiente había que devolverlas; de ahí los zapatos blancos en pleno invierno. Todo eso me lo han contado.
    De izquierda a derecha: el hermano de la novia, mis hermanas, los novios, mi madre, mi padre y mi hermano. La engreída del lazo en la cabeza soy yo, claro está. Ignoro si mi tío y su ex mujer o uno de los dos estuvo en el brillante enlace.
    Siento haber desbaratado la imagen que os habíais ido pergeñando en vuestras cabecitas.
    La realidad es dura.

    lunes, septiembre 18, 2006

    1949 EL TRICICLO

    Tengo un triciclo. Nadie más tiene un triciclo en el barrio. Me lo echaron los Reyes Magos el otro año en casa de la tía lechera. Yo no me acuerdo, pero mi hermana Pili me ha contado que cuando fuimos a recoger los regalos había para mí una muñeca que era preciosa y casi tan grande como yo y, como era muy pequeña, me puse a llorar y venga a hacer pucheros hasta que me preguntaron que qué me pasaba; yo contesté que lo que quería era un triciclo. Entonces, la tía lechera cogió la muñeca y dijo que a lo mejor podía cambiarla porque creía que había visto que los Reyes andaban todavía por el barrio; salió de la lechería y cuando volvió traía el triciclo.

    Mi madre iba diciendo al volver a casa que qué ocurrencia, que yo lo que necesitaba eran unos zapatos y un abrigo, pero se conoce que a veces los Reyes sólo hacen caso a los niños.

    Para montarme en el triciclo tengo que salir al pasillo o irme a casa de los andaluces, porque en mi casa no hay sitio. A la calle no me dejan ir sola con él, por si me lo quitan. El otro día estaba dando vueltas por el pasillo cuando el hijo del señor Antonio el tendero llamó por el hueco de la escalera a mi madre:

    - ¡Señora Enedinaaaaaaaaaaa! ¡Teléeeeeeeeeefono!

    Y luego mi madre subió llorando porque se había muerto mi abuela. Es la única vez que he visto llorar así a mi mamá. No me acuerdo de mi abuela, aunque en el comedor tenemos una foto de ella con el pañuelo a la cabeza y todo el mundo dice que soy su vivo retrato y, como no me acuerdo, no me ha dado pena.

    Con lo que mi madre se ha tenido que ir a Asturias con el tío Ramón. Pili me ha explicado que primero tienen que coger el tren hasta Oviedo, luego un autocar a Cangas, y allí les irán a buscar con un burro para que cargue el equipaje y andar por lo menos una hora o dos para llegar al pueblo. Hasta que ellos no estén no enterrarán a la abuela.

    Como no sabían qué hacer conmigo en casa, mi padre me llevó con la tía lechera, para que me cuidasen. Primero me sentaron encima de la mesa de la cocina y la prima Esperancita me contó cuentos. Vino una peinadora y peinó a mi tía desenroscándole el moño que lleva siempre, le hizo la trenza otra vez mientras le marcaba las ondas con unas pinzas alargadas y le dejó todo muy bien puesto. Luego mi tía se puso el delantal almidonado de salir a la calle y me llevó con ella al mercado de Torrijos y a una pescadería que se llama La Coruñesa. Cuando vino del colegio, mi prima Charito me subió al piso y me duchó y me lavó la cabeza y me puso la ropa limpia aunque no era domingo.
    Por la noche había para cenar acelgas y un pescado muy rico, pero las acelgas las fui dejando en el plato porque no me gustan y en mi casa tampoco me las como. Mi tía dijo que allí todo el mundo tenía que dejar el plato limpio, y cogió el tenedor y me metió un montón en la boca, pero yo me puse a llorar y las escupí, y entonces dijo:

    - Si no te comes las acelgas te vas a tu casa.
    - Pues en mi casa mi mamá no me obliga a comérmelas porque me dan asco.
    - Aquí se hace lo que yo digo, no lo que dice tu madre, así que tú verás: o te las comes, o te vas.

    Todo el mundo estaba callado y mirando a su plato, y nadie me defendía, pero yo no me las quise comer porque a ella lo mismo le daba que me las comiera o que no, lo único que quería era mandar porque es una mandona. Me puse a llorar más fuerte y a decir que me quería ir con mi padre, así que la tía le dijo al primo Ramón que me llevara. Lo que más rabia me dio era que había natillas de postre y me iba a quedar sin ellas.

    Cuando íbamos hacia mi casa, pasamos por delante de una pastelería, y el primo se paró un momento y me preguntó que si quería algo; yo le pedí una de esas botellitas de chocolate forrada de papel de plata y me la compró, así que me di cuenta de que él también pensaba que la tía era una burra.

    En mi casa mi hermana dijo que no pasaba nada, que ya me cuidarían las vecinas, y por la tarde ella no iría a bordar, aunque es lo que más le gusta. Cuando se marchó el primo, Pili me dijo que era una tonta, que en casa de la tía me hubieran mimado mucho y que por unas acelgas de nada me lo había perdido todo.

    No me importó, porque dormí con ella y me contó cuentos. Además, en mi casa tengo el triciclo.

    domingo, septiembre 17, 2006

    1949 EL ROBO

    Ha ocurrido algo horroroso.

    Como ya voy siendo mayor, mi madre me deja ir sola todos los días a por el pan; llevo una bolsa de hule a cuadros verdes y marrones que casi me arrastra, y donde caben todas las barras. Es muy fácil: sólo tengo que enseñar a la panadera las cartillas de racionamiento y ella me da las barras; luego le doy el dinero que llevo en un cucurucho dentro de la bolsa, ella lo cuenta, y ya está. El único cuidado es que, si me preguntan por una cartilla que es de una chica con distintos apellido, diga que es una prima mía que está viviendo con nosotros.

    Pues, nada: que esta mañana he bajado a por el pan y me he encontrado con Merche, la hija mayor de la señora Pili la andaluza, y me ha dicho que iba a comprarse unos recortables a la cacharrería; le he pedido que me dejara ir con ella, pero que tenía que subir primero el pan porque pesaba mucho. Como ella tenía prisa, me ha contestado que la podía acompañar y ella me llevaba la bolsa mientras tanto.

    La cacharrería está un poco lejos y Merche iba con la bolsa en una mano y con la otra me llevaba cogida la mía. Allí hemos estado mirando los recortables hasta que se ha decidido por unos que no eran baratos ni caros y eran muy bonitos.

    Cuando llegué a casa, mi madre estaba un poco nerviosa por lo que había tardado y me regañó sólo un poco cuando le dije que me había ido con Merche; lo malo fue cuando se puso a sacar las barras:

    - Lula, aquí faltan dos barras, ¿qué ha pasado con ellas?

    A mí me empezó a entrar congoja, pero le contesté que la panadera me las había dado todas, que yo las había contado.

    - ¿Estás segura? ¿No las habrá contado ella?
    - ¡Que no, mamá, que las he contado yo también y estaban todas!
    - Entonces las ha cogido Merche
    - ¡Pero si Merche no llevaba ninguna bolsa, nada más que la nuestra!

    Mi madre se dio cuenta enseguida de que Merche no había podido ser, porque su madre las habría visto en casa y nos las hubiera devuelto y le hubiera dado una paliza.

    - Dile a Merche que venga.

    La voz de mi mamá era de estar más enfadada que nunca; achinaba los ojos y apretaba los dientes, así que me puse a hipar y no podía ni moverme del susto, con lo que cogió la llave y salió llevándome del brazo a casa de los andaluces. Merche tampoco sabía qué había podido ocurrir. Mi madre no dijo nada, sólo tiró de mí escaleras abajo, y por cómo me apretaba la mano y en la manera de andar ya me olía yo que iba a pasar algo gordo: el corazón me daba golpes hacia fuera y ya no me quedaban ganas ni de llorar.

    Llegamos a la cacharrería. Es un sitio un poco oscuro, con estanterías llenas de botijos, fuentes, bayetas, estropajos y montones de trozos de jabón amontonados, cubos y barreños de metal, escobas, mosquiteras y botes de cristal con un montón de cosas que ni sé para qué sirven. En una esquina, están los cromos y recortables y las novelas y tebeos de cambiar; y allí estaba ella, con los codos apoyados en el mostrador, como si no pasara nada. Antes de que pudiera preguntar que qué queríamos, mi madre le tomó la delantera:

    - Vengo a que me devuelva las dos barras de pan que le ha robado a mi niña.

    La cacharrera se puso tiesa como un palo y se le encendieron los ojos como a los gatos por la noche:

    - ¿Qué dice usted? ¿Que yo le he robado a la niña unas barras, so bruja? ¡Se las habrá comido ella!
    - ¡La niña sólo ha estado aquí, y de aquí ha salido sin las barras, y usted a mí no me llama bruja! ¡Ladrona!

    Entonces la cacharrera salió con las uñas por delante para arañarle la cara a mi mamá y mi mamá le sujetó las muñecas y la empujó hacia atrás: si no llega a ser porque detrás estaba el mostrador se cae de espaldas y, como la cosa estaba muy mal y no íbamos a sacar nada en limpio, mi madre me cogió del hombro y me empujó hacia fuera.

    La otra se quedó en la tienda pegando voces y diciendo que a ella nadie la llamaba ladrona.

    Yo creía que ya habíamos terminado y nos íbamos para casa, pero entonces mi madre se fijó en un montón de adoquines que había justo donde terminaba la fila de fuentes y botijos y jarras que la vieja tenía expuestos en la calle, conque agarró uno con las dos manos y se lo tiró hacia los cacharros con toda su alma, así, de lado, y le hizo añicos como seis o siete cosas, y entonces la otra sí que salió diciendo ¡Ay, Dios mío, Ay, Dios mío!, pero nosotras ya habíamos dado la vuelta a la esquina corriendo hacia nuestra casa.

    Luego mi madre no me regañó nada, pero a mí me da un poco de vergüenza, porque estoy segura de que los cacharros que destrozó valían más que las dos barras, ni siquiera estamos seguras de que haya sido ella y, encima, nunca voy a poder volver a esa tienda con nadie.

    viernes, septiembre 15, 2006

    1949 EL TÍO BALBINO SE ENVENENA

    Mi tío Balbino es hermano de mi padre. Mi mamá dice que es fachista, de los de Falange; eso significa que no es republicano y que no puede ir a Asturias porque durante la guerra les dijo a los demás fachistas quiénes eran republicanos y eso allí se nota mucho porque se conocen todos.

    También es sereno, como mi papá, y tiene dos hijos: mi prima Carmen, y mi primo Serafín; pero no tiene mujer porque antes de la guerra estaban divorciados y ahora no quiere vivir con él, aunque tiene un piso estupendo que le ha dado Franco en unas casas nuevas que han hecho un poco más allá de la Guindalera. Mi prima Carmen no quiere vivir con él ni con su madre y por eso está en Asturias, pero ahora va a venir para casarse, en cuanto su novio encuentre una habitación con derecho a cocina.

    Cuando mi tío Balbino viene a vernos mi madre pone mala cara, y eso que él no trae ni la boina ni la camisa azul, pero no dice nada. Entonces él se pone a hablar mal de su mujer y a decir que es una puta y mi padre y mi madre cambian de conversación porque no es verdad y porque estoy yo delante. El tío está muy sordo y medio ciego, así que no hace caso y sigue diciendo que tiene obligación de volver con él, y entonces mi madre dice por lo bajinis que se acuerda de ella ahora que está viejo pero que bien que se lo ha pasado metiendo en casa a unas y a otras mientras ha podido, y mi padre le dice que se calle. Luego el tío le pide a mi madre agua de la fuente del Berro, porque está empeñado en que la del grifo tiene microbios; Jose le explica que es justo lo contrario, pero le da lo mismo.

    El otro día vino a vernos cuando yo había ido a comprar lejía con Pepi, que es una de las hijas de la andaluza y tiene diez años. Cuando llegué a casa dejé la botella encima de la mesa del comedor y el tío Balbino, pensando que era agua para él, se pegó un trago sin pensárselo, y empezó a dar voces:

    - ¡Me habéis envenenado! ¡Me habéis envenenado!

    Mi padre se despertó y salió al comedor en calzoncillos, a ver qué pasaba. Mi madre no entendía lo que había ocurrido, y el tío tenía la boca abierta y ya no decía nada, solo respiraba fuerte y tosía. Yo estaba asustada y no podía hablar. Luego mi madre vio la botella abierta y se dio cuenta de todo y le decía,

    - Pero, ¡hombre!, si la lejía huele que apesta, ¿cómo no te has dado cuenta?

    Del susto yo ya no me acuerdo de lo que ocurrió después, sólo que mi padre miraba a mi madre como si hubiera sido ella la que había dejado la botella de lejía sobre la mesa.

    Al final no debió pasar nada, porque mi tío está vivo.

    Un poco sí que me alegro de que se envenenara, porque es un tacaño que viene a mi casa a que mi madre le dé de comer y no trae ni vino siquiera, a pesar de que tiene más dinero que nosotros, y además va a vender la plaza de sereno y va a dejar de trabajar; nunca me da propina ni me trae caramelos; pero se va a quedar más solo que la una y terminará en un asilo porque con sus hijos tampoco se está portando, y es que se cree que por ser falangista se lo merece todo, como dice mi madre.

    (Nota a pie de página:
    Más tarde conocí falangistas de todo tipo y condición; el post me ha salido un poco tendencioso pero, qué queréis: mi tío era así, al menos como yo lo recuerdo, en parte a través de los ojos de mi madre, claro).

    jueves, septiembre 14, 2006

    1949 MI FAMILIA ( y IV )

    (Última foto de familia. Tenía más tíos, pero no fueron esenciales para mi infancia. La tía lechera, sí: durante mucho tiempo fue la única ventana que tenía al mundo de los "acomodados".
    No esperéis que me describa a mí misma, sólo sé que estaba muy mimada o que obligaba a la gente a mimarme. Continuaré con algunas historias sin moraleja).

    Mi tía Luisa es mi tía porque se casó con mi tío Ramón, que es hermano de mi madre. Tiene una lechería desde que vino a Madrid en un barrio de gente muy rica y, como durante la guerra ayudó a muchos fachistas que estaban escondidos llevándoles comida, ahora tiene una buena clientela y dos repartidores que van en triciclos con una caja donde llevan la leche y la mantequilla y los huevos. Tiene tanto trabajo que también le tienen que ayudar mis hermanos y otros sobrinos a repartir un rato por las mañanas, antes de irse a su trabajo.

    La lechería es muy grande, con un despacho con el mostrador y el suelo de mármol, un escaparate para los bollos y dos veladores donde la gente se puede poner a tomar un vaso de leche con suizos o con bizcochos, y también tiene una nevera para guardar la mantequilla y los yogures; justo detrás del mostrador están los bidones con la leche de la sierra, que está fría porque ponen unos contenedores con hielo dentro, y tienen que tener mucho cuidado en verano para que no se corte; la tía se da cuenta de si la leche se va a cortar sólo con olerla, y entonces llama corriendo por teléfono para que vengan a pasterizarla, se la llevan y la vuelven a traer enseguida. La leche es de muchas clases, depende de quién la pida y del precio que se pague: la más barata lleva más agua que se pone en la jarra de metal con la que sirven en el mostrador, y la mejor está en un bidón especial para los buenos clientes.

    En la lechería hay también un comedor, una cocina, un baño y una habitación sin ventanas donde duerme mi prima Esperancita, que no es hija de mis tíos: mis tíos no tienen hijos porque dice mi madre que la tía es machorra, pero que a quien Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos, y viven con ella, además, a la prima Charito y el primo Ramón, que son hijos de una hermana de la tía y huérfanos de guerra. La prima Charito va a las monjas francesas para educarse como una señorita y el primo Ramón está de auxiliar en el banco; viven con los tíos en una casa frente a la lechería. La prima Esperancita hace de chacha y el primo Mateo de repartidor todo el día, pero él no vive con ellos. La tía prefiere emplear a sus sobrinos porque se fía más y así todos ganan.

    Cuando vamos los domingos también va Celestino, que es asturiano, carbonero y republicano, como mis tíos; lo sé porque cuando volvemos para casa mis padres a veces van hablando de lo bien que les va a él y a mis tíos gracias a los favores que hicieron a los falangistas. Mis padres van allí porque se ponen todos a jugar a la brisca y a hablar de Asturias y de los asturianos que conocen. El que pierde siempre grita. Mi tío me lleva al escaparate y me dice que qué quiero merendar. Ahora hay un yogur que se llama danone que viene en frasquitos de cristal con rayas marrones y tapado con un papelito transparente sujeto por una goma, pero de esos el tío no me puede dar porque son muy caros. Luego me entretengo viendo los cuentos de la prima Charito, pero no deja que me los lleve a casa.

    Mi mamá me ha contado que cuando nací, como mis padres ya tenían tres hijos y había tantos problemas, la tía le dijo que a ella no le importaba quedarse conmigo, pero que tenía que ser para siempre, mi madre contestó sin pensárselo que ni hablar y mi tía le plantó en la cara que entonces no esperara que la ayudase, y por eso mi tía siempre está ayudando a todos sus cuñados menos a mis padres, pero ellos de todas maneras van a la lechería porque mi tío Ramón no tiene la culpa de nada. Sin embargo el tío Ramón sí que nos da leche, huevos y suizos que ya se han quedado duros y siempre dice para la niña. La niña soy yo.

    miércoles, septiembre 13, 2006

    1949 MI FAMILIA ( III )

    Mi hermano jose tiene dieciocho años. Es el mayor y muy listo, pero nació con el paladar abierto y a pesar de que ya le han operado dos veces la gente no le entiende muy bien cuando habla. Yo sí. Por eso de que no se le entiende mi tío Ramón le ha encontrado un trabajo de botones en un banco, aunque lo que quería mi madre es que hubiera estudiado para maestro. También estuvo repartiendo en la lechería de mis tíos hace ya mucho. Mi padre dice que es el ojito derecho de mi madre, y ella dice que es porque ha nacido con esa desgracia. El ojito derecho de mi padre es mi hermana Pili, eso también lo sabemos todos; a mí no me da envidia porque yo soy el ojito derecho de mi hermano.

    Por las noches, cuando no hay restricciones de luz, Jose se sienta conmigo a enseñarme cosas, y ya sé leer, escribir y sumar desde hace mucho tiempo. Ahora quiere que aprenda Geografía. También me saca de paseo y me da volteretas en el pasillo. Una vez me caí mientras me estaba dando una y se me rompió un diente, y luego mi madre dijo que había sido el hijo de la Señora Emilia, que vive enfrente, para que mi padre no le armara una bronca, aunque a mi hermano nadie le regaña si llega tarde por las noches y un poquito piripi.

    Lo que más le gusta a mi hermano es leer: se compra libros viejos en la Cuesta de Moyano y también el Marca, porque ahora mi madre le da dinero para sus gastos cuando le trae el sobre a final de mes. Después lo que prefiere es jugar al fútbol de portero con el equipo del barrio; se van a jugar al Campo Campana que está al lado del Tejar de Sixto; algunos domingos vamos mi padre y yo a ver cómo para la pelota y no quiere que le hablemos porque tiene que estar atento al juego.

    Mi hermana Pili tiene dieciséis años y es morena como mi hermano y como yo, pero tiene la piel muy blanca y con pecas, que se intenta quitar deshaciendo botones de nácar en zumo de limón y luego poniéndose un poquito de la pasta en cada peca.

    Trabaja en la fábrica de relojes y se tiene que levantar muy temprano; viene a comer a la una y a las dos vuelve a entrar; sale a las cinco y se va a aprender a bordar, que es lo que le gusta más. Antes estuvo de aprendiza en casa de dos modistas, pero la trataban como a una chacha obligándole a barrer y a fregar platos y no le pagaban casi nada, y por eso mi madre la quitó.

    Lleva unas trenzas muy largas, porque cuando tuvo el tifus se le cayó el pelo y le cantaban lo de “Pelona, sin pelo/ cuatro pelos que tenías/ los vendiste de estraperlo” y juró que nunca más se lo iban a cantar, pero de todo eso no me acuerdo porque ni siquiera había nacido: lo sé porque me lo han contado. Con el tifus y la difteria hay que tener mucho cuidado porque te mueres, y a mi hermana la salvó el que un médico que mi madre conocía de cuando la guerra no dio parte y la tuvo escondida en mi casa sin que se le acercara nadie más que él, porque si se la llegan a llevar al hospital se hubiera muerto.

    Es muy ordenada y cuando le revuelvo el cajón donde tiene su ropa interior, los pañuelos, los calcetines y sus tesoros, siempre se da cuenta y me regaña mucho, pero lo normal es que esté alegre y cante y se ría: mi padre la llama paxarín. Es muy lista pero mi madre le dice que siempre será una ignorante, por no haber querido estar más tiempo con las monjas, que podía haber estado hasta los catorce, y por eso no va a encontrar nunca un novio con posibles.

    Tití fue la pequeña durante ocho años, hasta que nací yo. Nació justo el 18 de julio de 1936, que es el día en que empezó la guerra, pero mi madre estaba en la maternidad y no se enteró de nada. Tití es rubia con los ojos verdes, como mi padre, y ahora está en Asturias, porque está un poco delicada y no puede ir al colegio: las monjas no la dejan entrar. Mi madre se enfada si decimos que está tuberculosa, porque dice que sólo tiene unas manchitas de nada en la pleura. Su verdadero nombre no es Tití, ése se lo puse yo porque cuando era pequeña no sabía pronunciar su nombre verdadero, que es Teresa, y ahora ya nadie la llama así.

    Como lleva tanto tiempo en Asturias casi no me acuerdo de ella, así que no digo nada más.

    martes, septiembre 12, 2006

    1949 MI FAMILIA ( II )

    Mi madre tiene cuarenta y cinco años, es bajita, morena y gordita; para parecer más alta se hace el peinado Arriba España, poniéndose el crepé encima y luego tapándolo con su pelo y sujetándolo con las horquillas. En verano tiene la piel fresquita y en invierno bien caliente, por eso siempre estoy sentada encima de ella cuando no tiene nada que hacer y habla con las vecinas en el pasillo. También me aúpa a su regazo para darme de comer, porque soy muy melindrosa, y me cuenta historias de cuando estaba en la Argentina y era chacha de una señorita francesa que era amiga de un diplomático, pero como él no podía ir a verla todo el tiempo se iban juntas al cine o al teatro y de viaje, y le regalaba sus vestidos cuando ya no los quería. Mi madre dice siempre que le hubiera gustado quedarse en Buenos Aires porque allí paso los mejores años de su vida, pero mi padre no quiso y la estancia que tenían la vendieron sus cuñados y a saber si les mandaron todo el dinero. Cuando se ponen a hablar de eso siempre terminan riñendo y me tengo que salir al pasillo o irme a casa de los andaluces.

    Mi madre nunca va a Misa pero a mis hermanas las obliga a ir; a mi hermano, no, porque es chico y no hace falta. Cuando empiece a ir al colegio a mí también me va a tocar ir, porque las monjas pasan lista. Tiene mucho genio y cuando se enfada aprieta los dientes y si no está mi hermano tengo que esconderme debajo de su cama para que no me pille, y es que soy malísima y hago cada una que ella no tiene más remedio que decir me cago en la leche gritando y darme azotazos. Menos mal que enseguida se le pasa y me dice anda sal que nos vamos al mercado, pero primero me mete en un barreño y me restriega entera, sobre todo los codos y las rodillas, con jabón y estropajo porque me pongo perdida de estar todo el día por ahí zanganeando, menos mal que este año ya voy a ir al colegio.

    Lo que más le gusta a mi madre es el cine. Vamos dos veces por semana a ver un programa doble; una de las veces se lo podemos decir a mi padre pero la otra no, porque él piensa que a mi madre el cine la pierde, y que eso es gastar el dinero a lo tonto. Hasta ahora he entrado sin pagar porque era pequeña, pero ya no porque se me nota en todo que soy mayor y aunque diga que tengo tres años el portero no traga, por muy delgada que esté. En el invierno, cuando no vamos al cine, jugamos después de la merienda un rato al parchís, a la oca y a las cartas; ya sé jugar a la brisca y al tute, y ella se ríe porque no sé llevar la cuenta de los triunfos que han salido.

    Ahora quiere comprar una radio, que entretiene mucho, pero primero tiene que convencer a mi padre porque es cara aunque la pague a plazos semanales.

    lunes, septiembre 11, 2006

    Esta que veis abajo es la fotografía de boda de mis padres (Buenos Aires, Argentina, 1929).
    Me ha costado toda la tarde subirla, así que el post sobre ella lo pondré mañana.
    Me vuelvo a la playa, esta vez con mi hijo. No paro.
    Desde allí continuaré la crónica. Vuelvo el domingo.

    domingo, septiembre 10, 2006

    1949. MI FAMILIA ( I )

    Mi padre tiene cincuenta y cinco años, es alto y rubio como la cerveza, dice mi madre, cantando la canción de la Conchita Piquer. En la guerra fue de la quinta del reuma, pero cuando vio cómo iban las cosas se pasó de bando y entró en Madrid con los nacionales, por eso pudo mantener la plaza de sereno y dice que gracias a eso comemos ahora, porque para ser sereno el Ayuntamiento te tiene que dar la plaza, un permiso y un número, y dejan escrita cuál va a ser tu demarcación, aunque luego no te dan un sueldo ni nada y sólo ganas lo que saques de propinas por abrirle el portal a los vecinos y por vigilar que los ladrones no entren en los comercios.
    Mi padre tiene una plaza estupenda en unas calles que dan fiestas por la noche y a veces nos trae pasteles dulces y pasteles salados con bolitas negras, queso y un pescado naranja que sabe a humo y me da arcadas. En verano trae melones de Villaconejos que le dan los meloneros por cuidarles el puesto que ponen en la calle. Está preocupado porque dice que los curas quieren que se cierren esas casas y se va a tener que ir a otro sitio a serenar, pero primero tiene que encontrar a alguien que le compre esta plaza para luego comprar él otra, y no puede hacerlo más que con alguien conocido y de mucha confianza, porque el Ayuntamiento no tiene que enterarse de nada; por eso los serenos son todos o gallegos o asturianos.

    A mi padre lo que más le gusta, después de Asturias, es ir a echar la partida por la tarde a lo de Dimas, que es un restaurante asturiano que está cerca de casa; se va después de comer y vuelve justo para cenar; cuando ha perdido se le nota en que siempre dice que la comida está fría. Luego se pone el chaleco de cuero con los bolsillos para las llaves y el guardapolvos, coge la gorra con su número y el chuzo y se marcha hasta la mañana siguiente; sólo puede acostarse cuando se levanta mi hermana Mari para ir a trabajar, porque mi hermana duerme con mamá, que para eso es la mayor. Mi padre tiene que dejar encima de la mesa del comedor unos montoncitos con las perras chicas y las perras gordas y las monedas de un real para que mi madre pueda hacer la compra y ahorrar un poco y pagar la sociedad médica; él se pone el resto debajo de la almohada y luego se lo gasta en billetes de lotería a ver si le toca el gordo y salimos de la miseria; Mari me ha enseñado que veinte perras chicas o diez perras gordas o cuatro reales valen lo mismo: una peseta, y por eso no puedo coger nada porque mi madre se enteraría enseguida porque todos los días mi padre le deja la misma cantidad..

    Los domingos mi padre se levanta a la una, baja a comprar vino y sifón para comer y a mí me da un poquito. Si luego salimos de visita, se pone traje, zapatos y sombrero; en mi barrio nadie lleva sombrero ni traje, pero él estuvo en la Argentina de mozo de comedor de unos millonarios y allí se acostumbró a llevarlo y le sienta divinamente, por eso mi mamá se enamoró de él.

    viernes, septiembre 08, 2006

    1949

    No eran perdedores, ni vencidos, ni militantes de ningún partido, ni héroes de la resistencia: eran supervivientes que se sentían afortunados de estar con vida tras la guerra. No tenían resentimiento ni afán de recobrar sus derechos ni esperanza de restablecer la República ni se esforzaban en ello. No tenían más orgullo que el de ir sacando a su familia del pozo de miseria en el que estaban. Fueron republicanos porque creían que era el sistema del pobre y ahora no eran franquistas, pero era lo que había y no quedaba otra que olvidar y en todo caso hablar en voz baja de aquellos tiempos.
    Cada uno se justificaba ante sí mismo y ante los demás como podía. Se generó un silencio espantoso que abarcaba desde el 31 al 36, esos años no habían existido; se podían escuchar historias sobre el Socorro Rojo, sobre los bombardeos de los nacionales, sobre cómo los maridos se iban al frente por la mañana y volvían a casa a dormir, pero había un acuerdo tácito para olvidar aquel lustro, como si el sólo hecho de mencionarlo fuera delito.
    Muchas mujeres volvieron a ir a Misa los domingos u obligaban a sus hijos a hacerlo, y se evitaba mencionar el nombre de los que habían sido fusilados o estaban en la cárcel. ¿Cárcel, qué cárcel?, a la cárcel sólo van los ladrones.
    Un trabajo, unos vales para que las Damas de Acción Católica o de la Sección Femenina te dieran mantas o toallas dependían de la discreción con la que te condujeras con respecto a la Dictadura. No había nada que temer si no alardeabas de ser rojo, y nadie iba a delatarte.
    En mi barrio, por lo tanto, no había ni un solo republicano, nadie era de izquierdas, aunque en privado todo el mundo conociera el himno de Riego y alguno lo cantara por lo bajinis cuando se emborrachaba; entonces, los demás le mandaban al carajo o le metían en casa para que no le pudiera sorprender un mal oído.

    Eran gente sin historia: nunca habían tenido otra cosa que sus sueños, y Franco los había arrancado de raiz..
    (Todo eso, diez años después de haber terminado la guerra).

    jueves, septiembre 07, 2006

    LOS PERSONAJES ( II )(1949)

    El señor Pepe es el barrendero. Tiene un montón de animales en un corral que está justo frente a mi casa. Los niños que no tenemos animales no podemos entrar, a no ser que vayamos acompañados de otro niño que sí o de un mayor. Por las mañanas hace su ronda por el Barrio de Salamanca y viene con el carro lleno de desperdicios de ricos, pero nosotros somos gente que no nos estamos muriendo de hambre y no tocamos las porquerías aunque nos pique la curiosidad. Cuando llega a nuestra calle da voces y salimos con el cubo a tirar las mondas de patatas y eso; él va sentado al pescante y me recuerda a los conductores de las diligencias de las pelis del oeste que voy a ver con mi madre. Su hijo tiene un año más que yo y le llamamos Papaco porque es tartamudo.

    La Toñi y la Amparito son dos hermanas que mantienen a su familia trabajando como extras en las pelis y como figurantes en el teatro. La Toñi es pché, ni guapa ni fea; en cambio, la Amparito es guapísima y ser tan guapa está siendo su perdición, porque se va con todos los que le prometen un papelito en una película. En una de Luis Mariano se la ve vestida de gitana y pone los ojos como las artistas de verdad, pero no habla nada. Mi madre no deja a mis hermanas que sean amigas de la Amparito, porque dice que no lo es por hambre, sino por vicio.

    El señor Calefa es odioso. Calefa es una abreviatura de calefactor, no Califa mal pronunciado, como yo creía antes. Cuando me pilla por la escalera se levanta la piel de los párpados y me asusta susurrando que me va a sacar la manteca; yo pego unos chillidos de terror que obligan a salir a la portera y a mi madre; entonces el señor Calefa se vuelve a poner la piel en su sitio y entra en su casa, mientras yo me llevo la bronca a dos voces por gritona, lo cual es una injusticia que hace que le tenga más rabia todavía.

    La Señora Ángeles vive en mi pasillo. Dice que es viuda, pero no. El interés de la señora Ángeles radica más en sus hijos que en ella: Luisito quiere ser bailarín, siempre está solo y tiene pinta de rico; Vida es de la edad de mis hermanas y es guapa, pero guapa, con una piel morena y unos rasgos de mulata y una finura y un tipazo que para qué, aunque siempre está como triste; mi madre dice que es porque su madre, aunque la ha retirado un marqués, es de la profesión, nadie me explica de cuál y me dan una colleja si me pongo pesada. Es la única familia en todo el barrio que tiene perro y vive bien aunque ninguno trabaje.

    martes, septiembre 05, 2006

    LOS PERSONAJES ( I ) (1949)

    (Esto te sonará raro si no has leído "El escenario")
    (Actualización: "El escenario" es un post que está tres archivos más abajo, ahí a la derecha de tu pantalla...)


    El señor Antonio es el tendero de nuestra acera. Vive con su mujer y su hijo en uno de los exteriores del primer piso. En el tercero vive la señora María, que también tiene una hija del señor Antonio, y en el quinto la Prudencia, con una hija que no es del señor Antonio aunque también tiene que ver con él. (La Prudencia tiene mala fama: no paga al de la luz, ni al del agua ni, por lo visto, a ningún cobrador. Su marido está de viaje desde que terminó la guerra - en mi barrio muchos maridos que, o se han muerto en la guerra, o están de viaje y vendrán años después o se moriran antes de volver -. Su hija tiene la edad de mis hermanas y es guapa de morirse, pero las vecinas le auguran un futuro muy arrastrado). El señor Antonio tiene el único teléfono del edificio y cuando pasa algo importante nos llaman allí. Entonces alguien grita nuestro nombre por el hueco de la escalera y bajamos corriendo y asustados a ver quién es.
    La señora Anita es la pipera. Alta, delgada y adusta, con pelos en la cara y un moño siempre muy repeinado. Para asustarme, mis hermanas dicen que es un “virago”, o sea, un hombre metido en un cuerpo de mujer, pero está casada con un señor bajito que siempre está sentado. Cuando la señora Anita tiene que salir nos vende las pipas y las bolitas de anís o el regaliz su hermana, que es bajita y más bien gorda. El puesto es una mesa con el tablero dividido en compartimentos y tapado con un cristal, para que no se nos vaya la mano si se descuida. En invierno lo tiene dentro y en verano lo saca a la acera. Tiene malas pulgas y si estamos mucho rato pensando lo que queremos nos echa sin compasión. Cuando abran la tienda de frutos secos la señora Anita vigilará a ver qué niño entra allí para tacharle de la lista.

    Hay dos churreras: la Petra, que cuando acaba lo de los churros rifa mantelerías, juegos de sábanas bordados, muñecas y mantas, y la Esmeralda, que también se dedica al estraperlo; estraperlo es una palabra que se pronuncia en voz baja si se refiere a alguien conocido y en voz muy alta cuando se trata de insultar, pero ni idea de lo que significa; además, la Esmeralda vende barras de pan, azúcar, aceite, latas de sardinas y otras cosas de comer que tiene guardadas con llave en su casa, y tu madre te manda a comprarle con mucho secreto, pero sólo si vienen los tíos a casa para celebrar algo. Vende todo más caro que el señor Antonio y no te pide la cartilla de racionamiento. Sus hijas no son amigas de mis hermanas.

    La señora Pili. Andaluza. Seis hijos. Marido - el señor Luis - mecánico, aficionado al blanco y al queso en aceite que le traen del pueblo. Vive en un piso exterior pero las ventanas de su cocina y dan a la de la mía. De vez en cuando se me pasa por la cabeza que me hubiera gustado que ellos fueran mis padres: son más jóvenes y riñen menos que los míos, aunque si dejo tirados por el suelo los tebeos de sus hijos también dan azotes. Su hijo mayor es tan guapo que nos gusta a mis hermanas y a mí. Es mecánico, como su padre. De los otros, uno se marchará a Alemania, otro acabará en la cárcel por robo, otro será director de una sucursal bancaria, y las chicas se casarán y todo eso. Mi padre dice que el marido de la señora Lola es un vago, y mi madre que sí, sí, pero que tienen un exterior y que a su mujer la saca a pasear, no como otros; entonces se ponen a pelear y me salgo al pasillo.
    La señora Eloísa tiene dos maridos: uno de antes de la República, en el tercero exterior izquierda, y otro de cuando la República, en el bajo. En total tiene cinco hijos con apellidos diferentes, dependiendo del padre. El Régimen no la deja vivir con el marido de la República, así que ella vive con el primero pero se va a dormir la siesta los domingos con el segundo, que vive sólo, pero la señora Eloísa tiene igual de atendidos a los dos, aunque en el barrio dicen que el de antes - que también es el de ahora - consiente porque la Eloísa es mucha mujer y además trabaja en casa de unos ricos de cocinera y es la que mantiene a todos. Uno de sus hijos es amigo de mi hermano.

    lunes, septiembre 04, 2006

    RECETA HETERODOXA.

    Llegarán los frios, aunque ahora no nos lo creamos. Unas buenas alubias con almejas cocinadas en un plisplás nos pueden venir de maravilla. La llamo receta heterodoxa porque, si me pilla un gourmet o un asturiano cabal, me ponen en su lista negra: me da igual, hay que comer rico y lo más sano posible, pero dentro de nuestras disponibilidades de tiempo, así que...

    ALUBIAS CON ALMEJAS:

    Ingredientes (no digo para cuántas personas porque depende del hambre de cada cual)

    1 bote de kilo de alubias blancas al natural
    1/2 kilo de almejas.
    5 ó 6 ajos
    1 vasito de vino de aceite
    1 vasito de vino blanco (optativo)
    1/2 vasito de vino con agua
    1 cucharada de harina
    1 hoja de laurel

    Es necesario poner las almejas con agua y sal en un recipiente durante una hora para que suelten la arenilla.

    Abrir el bote de alubias y ponerlas en un colador para lavarlas al chorro del grifo hasta que se le vaya toda la espumilla. No se os olvide este paso, porque si no, os estropeará todo el plato. Colocadlas en una cacerola con el medio vasito de agua y el laurel; dejadlas a la espera.

    Poned el aceite a calentar en una sarten grande y echad los ajos pelados y cortados en rebanadas; sin que hayan llegado a dorarse, echad las almejas y revolved con una cuchara de madera hasta que todos los bichos se abran. Añadid entonces la harina, removed y, cuando esté empapada, el vino blanco. Revolved de nuevo y dejad que hierva un poquito. La salsa se espesará: es el momento de apagar el fuego.

    Las almejas ya están listas. Entonces, poned la cacerola con las alubias a calentar; cuando inicie la ebullición, volcad sobre ella las almejas. Rectificad de agua si veis que os ha quedado muy espeso. No dejéis que hierva mucho el conjunto, sólo un par de minutos.

    Podéis sustituir el vino blanco por agua en la misma proporción. Como es un plato muy contundente, una ensalada de pimientos, por ejemplo, le vale como complemento. También podéis echar dos botes de alubias si se os presenta mucha gente, pero entonces deberéis aumentar un poquito la proporción de vino y agua.

    (Como podéis comprobar, si quitáis las alubias os quedan unas almejas muy ricas, pero entonces mejor que sólo pongáis media cucharada de harina).

    viernes, septiembre 01, 2006

    MALAS INFLUENCIAS

    (Este post se lo dedico a la Viuda de Tantamunt, con un besito de comprensión)

    Pues ahora le digo yo al Mago Zibnaf que a mi hijo, cuando era pequeño, le contaba los cuentos censurando las partes cruentas, para que no se traumatizase, y la caperucita se hacía amiga del lobo y él la guiaba por el bosque para que no se perdiera, y Blancanieves sí se perdía , nada de comer manzanas envenenadas ni de quedarse dormida tropecientos años, y los enanitos la cuidaban a hasta que llegaba el príncipe, en lugar de estar ella de criada de toda la tropa, y la Cenicienta bien pero nada de crueldades excesivas por parte de la madrastra y las hermanastras, que bastante tenía la pobre con ser huérfana.
    Cuando aprendió a leer, libros de Teo y de Naturaleza. Andersen, Perrault y los hermanos Grimm eran literatura para mayores. Ingenua de mí: descubrí que su abuela le soltaba todas las atrocidades que a ella se le pasaban por la cabeza (cómo murieron su madre, su padre, su marido; cuál fue la verdadera historia de Pedro y el Lobo, etc.) Y se tragaba todo lo que caía en sus manos en casa de sus primos.
    Jamás le compré un juguete bélico. Él se los fabricaba con el Lego, me contó con el tiempo.
    En cuanto a la tele, años estuve sentándome con él a ver “Barrio Sésamo” por si se pasaban. Luego fui ampliando la programación, siempre con mi presencia vigilante. Pero él se las arreglaba para ver una serie o una peli de más cuando yo no estaba al quite.

    Mi afán protector era inconmensurable, hasta que una vez me pilló por banda un amigo que me leyó la cartilla:

    - Pero, tú, ¿qué porcentaje de influencia crees que puedes tener en tu hijo, alma cándida? Anda, haz un listado de todos los agentes educativos que confluyen en él.

    Juro que hice el listado, y me salió lo siguiente:

    -su padre
    -yo misma
    -su abuela
    -sus primos
    -resto de familia
    -los profes
    -los compañeros del cole
    -la canguro
    -la tele
    -los libros
    -los comics
    -el cine
    -los vecinos
    -los hijos de mis amigos
    -mis amigos
    -los amigos de su padre
    -los hijos de los amigos de su padre...

    Joer. Y luego mi amigo me dijo que pusiera el porcentaje de influencia que yo pensaba que cada agente tenía en aquel momento sobre el chaval. Entre pitos y flautas, me quedaba un exiguo 30 ó 35%, y eso tirando hacia arriba.
    Esa gimnasia mental me relajó bastante, aunque a cambio tuve que renunciar a que mi chico fuera sólo cosa de su padre y mía.

    Por su bien, y menos mal, qué caramba.
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