1949 CAIDA Y RESURRECCIÓN.
Hoy he ido en coche, pero no me ha gustado.
Hace calor. Se ha muerto un sereno y mi papá tiene que ir al entierro. Las mujeres van a los velatorios y a los funerales, pero no a los entierros. Si el muerto es republicano tampoco pueden ir los fachistas, ni al revés: por eso el tío Balbino no va a ir; a los de los demás puede ir todo el mundo que quiera, se conoce. Como mi madre está cansada del velatorio y quiere dormir la siesta, convence a mi padre de que me lleve con él, porque yo no soy una mujer y por eso no me voy a enterar de nada y nadie se va a enfadar.
El entierro es a las cuatro de la tarde; primero vamos con mucha prisa a casa del muerto. Hay mucha gente y flores y mucho lío y una señora que es la viuda y unos niños llorando porque se han quedado huérfanos. Huele a sudor de señores, que es distinto al de las señoras, a flores pasadas y un poco agrias, a humo de tabaco, a velas apagadas y a aceite frito. Mientras mi padre, que se ha puesto el traje de los domingos, entra a ver al muerto, me quedo de la mano de mi tío Ramón y luego al revés. También está mi primo Serafín, que es muy guapo aunque bizquee un poco. Mi primo está muy serio y no me hace cosquillas ni me coge en brazos.
El cementerio está muy lejos y el novio de mi prima, que es taxista, va a llevarnos a nosotros y a unos paisanos de Asturias. Es la primera vez que me monto en un coche. Van tres delante, tres detrás, dos en los transportines, y yo entre las piernas de mi padre. Hablan del muerto y de la tuberculosis y de que la viuda se queda en la calle. Vamos a llegar tarde y todos están de muy mal humor, liando cigarrillos y diciendo carajo cada vez que se les cae la picadura porque el novio de mi prima tuerce una esquina deprisa. Me da aire caliente en la cara, y me tengo que apartar del flequillo de los ojos todo el rato.
Pasamos al lado de la Plaza de Toros Nueva luego por una carretera llena de casas bajitas y hechas como de trozos, que se llaman chabolas, y entramos al cementerio por una puerta colorada y blanca que parece la de una iglesia, con otras puertas más pequeñas a los lados y una torre. Luego se juntó mucha gente y no pude ver nada porque mi padre me tenía muy sujeta de la mano y tiraba de mí cuando quería soltarme para ir a mirar de cerca las estatuas y las casitas que había. El traje de mi padre huele a gasolina, me gusta: es un olor fresquito que me distrae del calor.
Al terminar todo el mundo hizo una fila para dar la mano a la señora y a unos señores, diciendo cosas muy bajito, y nos volvimos a montar en el coche, que no arrancaba. Luego, sí, y ya íbamos al salir del cementerio los últimos cuando de repente se abrió la puerta en donde yo iba apoyada y de buenas a primeras me encontré caída de lado dentro de un canalón viendo cómo el coche seguía andando y pensé que me dejaban allí tirada para siempre sin poder salir de donde estaba encajada y sin que me ayudaran porque no se habrían dado cuenta; del miedo no me salían las palabras para llamarles. Me iba a quedar muerta en el cementerio.
Pero sí que pararon, mucho más allá. Salió mi primo corriendo y me sacó del canalón mirando a ver si me había hecho mucho daño: sólo tenía unos raspones en la pierna y en el brazo, que me escocían un poco y estaban llenos de arenilla, y se me había roto el vestido; conque me cogió en brazos y me llevó hasta el coche muy serio.
Cuando mi padre me sentó en sus piernas fue cuando me puse a llorar, y los demás se echaron a reir y a hacerme bromas. Me dio mucho coraje que se rieran porque había sido culpa de ellos y lloré todo el camino hasta que me quedé dormida y por eso ya no me acuerdo de más.
Hace calor. Se ha muerto un sereno y mi papá tiene que ir al entierro. Las mujeres van a los velatorios y a los funerales, pero no a los entierros. Si el muerto es republicano tampoco pueden ir los fachistas, ni al revés: por eso el tío Balbino no va a ir; a los de los demás puede ir todo el mundo que quiera, se conoce. Como mi madre está cansada del velatorio y quiere dormir la siesta, convence a mi padre de que me lleve con él, porque yo no soy una mujer y por eso no me voy a enterar de nada y nadie se va a enfadar.
El entierro es a las cuatro de la tarde; primero vamos con mucha prisa a casa del muerto. Hay mucha gente y flores y mucho lío y una señora que es la viuda y unos niños llorando porque se han quedado huérfanos. Huele a sudor de señores, que es distinto al de las señoras, a flores pasadas y un poco agrias, a humo de tabaco, a velas apagadas y a aceite frito. Mientras mi padre, que se ha puesto el traje de los domingos, entra a ver al muerto, me quedo de la mano de mi tío Ramón y luego al revés. También está mi primo Serafín, que es muy guapo aunque bizquee un poco. Mi primo está muy serio y no me hace cosquillas ni me coge en brazos.
El cementerio está muy lejos y el novio de mi prima, que es taxista, va a llevarnos a nosotros y a unos paisanos de Asturias. Es la primera vez que me monto en un coche. Van tres delante, tres detrás, dos en los transportines, y yo entre las piernas de mi padre. Hablan del muerto y de la tuberculosis y de que la viuda se queda en la calle. Vamos a llegar tarde y todos están de muy mal humor, liando cigarrillos y diciendo carajo cada vez que se les cae la picadura porque el novio de mi prima tuerce una esquina deprisa. Me da aire caliente en la cara, y me tengo que apartar del flequillo de los ojos todo el rato.
Pasamos al lado de la Plaza de Toros Nueva luego por una carretera llena de casas bajitas y hechas como de trozos, que se llaman chabolas, y entramos al cementerio por una puerta colorada y blanca que parece la de una iglesia, con otras puertas más pequeñas a los lados y una torre. Luego se juntó mucha gente y no pude ver nada porque mi padre me tenía muy sujeta de la mano y tiraba de mí cuando quería soltarme para ir a mirar de cerca las estatuas y las casitas que había. El traje de mi padre huele a gasolina, me gusta: es un olor fresquito que me distrae del calor.
Al terminar todo el mundo hizo una fila para dar la mano a la señora y a unos señores, diciendo cosas muy bajito, y nos volvimos a montar en el coche, que no arrancaba. Luego, sí, y ya íbamos al salir del cementerio los últimos cuando de repente se abrió la puerta en donde yo iba apoyada y de buenas a primeras me encontré caída de lado dentro de un canalón viendo cómo el coche seguía andando y pensé que me dejaban allí tirada para siempre sin poder salir de donde estaba encajada y sin que me ayudaran porque no se habrían dado cuenta; del miedo no me salían las palabras para llamarles. Me iba a quedar muerta en el cementerio.
Pero sí que pararon, mucho más allá. Salió mi primo corriendo y me sacó del canalón mirando a ver si me había hecho mucho daño: sólo tenía unos raspones en la pierna y en el brazo, que me escocían un poco y estaban llenos de arenilla, y se me había roto el vestido; conque me cogió en brazos y me llevó hasta el coche muy serio.
Cuando mi padre me sentó en sus piernas fue cuando me puse a llorar, y los demás se echaron a reir y a hacerme bromas. Me dio mucho coraje que se rieran porque había sido culpa de ellos y lloré todo el camino hasta que me quedé dormida y por eso ya no me acuerdo de más.
14 Comments:
Prueba.
Eulalia....todo estupendo, incluso la prueba....
Esta visto que funciona. Por un rato, estaba en un coche, tenia flequillo,iba de entierro..
Un beso, Hilda
Jaja, perdona que me ría pero es que lo de la caída ha sido muy simpático, eso de "Me iba a quedar muerta en el cementerio me hizo mucha gracia.
Nunca había escuchado eso de que las mujeres no podían asistir a los entierros, algo medio raro.
Un beso
Me imagino que después de esto no querrías ir a ninguno más durante años no????
Ay que Españas-Macondo mas macanudas nos pinta la Eulalia.
Aunque huelan tan mal....
Hilda,
Juro que la historia es verdadera; muchas veces he vuelto a rememorar la trasera del coche tal y como la ví desde el canalón, y el sofoco del abandono.
Me estropeó mi primer paseo en coche, qué le vamos a hacer. :(
Gracias por tus elogios.
Un beso.
Ros,
No lo recuerdo, pero sí fui a muchos velatorios; alguno os contaré.
Un besito.
Chilanga,
creo que era una costumbre de ciudad, pero tampoco me hagas mucho caso: son recuerdos sin elaborar ni contrastar con la realidad...
Ahora no es así, desde luego.
Y no debes pedirme perdón por reírte: que yo no le viera la gracia entonces no quiere decir que ayer, mientras lo escribía, no sonriera yo misma, pensando en aquella "mico" aterrorizada durante diez segundos...
Un beso.
Marga,
lo que dices me hace pensar que quizá debo hacer el esfuerzo de contar alguna de estas historias más a la buena de Dios, porque saldrían totalmente oníricas. ;)
Eulalia, claro que tu vida era distinta de la de Celia, pero el tono el como lo cuentas, tiene cierto aire a Celia y, a ratos, al Florido Pensil... y, sinceramente, me gusta mas tu historia por que es real, no como Celia.-
Joder!!!, que bonito.
Oye, tienes todos esos recuerdos tan frescos?, los olores y todo? Me parece increíble, en serio.
Por cierto, que mi tío el sereno era de un pueblo de Murcia, que creo que no te lo contesté.
Toxcalt,
¡El florido Pénsil!... Regalé el libro a todo quisque, y me fui a verla al teatro. Era rabiosamente realista. :D
Un beso.
Roque,
en las malas pelis de hace años los gallegos eran serenos y tacaños, los catalanes peseteros, los aragoneses tozudos, los bilbainos arrogantes, los madrileños chuletas... Se vivía del tópico y el humor era grueso: se limitaba a ridiculizar.
¡Bah!, era hace años.
Un beso.
Landahlauts,
Gracias por el elogio, especialmente hoy.
Un beso.
Para, creo que...
Me siento al ordenador y me sale. Durante los días anteriores he estado rumiando el recuerdo y despojándolo de adornos. Es difícil explicar por qué se me viene el olor a flores agrias justo en aquel entierro, pero forma un todo indisoluble. En cambio, no me acuerdo del paseo que daríamos por Madrid, sólo de la Plaza de Toros y el trayecto hasta la puerta del cementerio de la Almudena, y mira que las habré visto veces después, pero para mí siempre irán ligadas a la desdichada caída en el puto canalón del puto cementerio.
Mi infancia está atiborrada de olores que son como la tan traída y llevada magdalena de Proust, qué quieres que te diga.
Y un sereno murciano en Madrid es bien curioso...
Un beso.
jo, pobrecita, debiste pasarlo muy mal...
Pues enhorabuena, yo de mi infancia tengo recuerdos vagos!, más internos que externos.
Un sereno murciano en murcia. A que ya no suena tan raro? :)
Mil gracias por tu comentario en mi blog, he venido al tuyo y seguro que me quedo un buen rato.
Es muy agradable leer cosas como las tuyas, de corazón!!
Azena,
Caerse de un coche no es una broma; pero tampoco una tragedia griega :D
Un beso.
Para, creo que...
Tambien hay como ráfagas de algos o álguienes que no consigo atrapar... Y lo del murciano en Murcia ya es más explicable...
Un beso.
Granpitufo,
Te estoy contestando después de haber publicado el siguiente post, de modo que te agradezco doblemente tu comentario.
Un beso.
Juank,
tu blog tiene un puntito que me gusta...
Un beso.
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