1949 EL TRICICLO
Tengo un triciclo. Nadie más tiene un triciclo en el barrio. Me lo echaron los Reyes Magos el otro año en casa de la tía lechera. Yo no me acuerdo, pero mi hermana Pili me ha contado que cuando fuimos a recoger los regalos había para mí una muñeca que era preciosa y casi tan grande como yo y, como era muy pequeña, me puse a llorar y venga a hacer pucheros hasta que me preguntaron que qué me pasaba; yo contesté que lo que quería era un triciclo. Entonces, la tía lechera cogió la muñeca y dijo que a lo mejor podía cambiarla porque creía que había visto que los Reyes andaban todavía por el barrio; salió de la lechería y cuando volvió traía el triciclo.
Mi madre iba diciendo al volver a casa que qué ocurrencia, que yo lo que necesitaba eran unos zapatos y un abrigo, pero se conoce que a veces los Reyes sólo hacen caso a los niños.
Para montarme en el triciclo tengo que salir al pasillo o irme a casa de los andaluces, porque en mi casa no hay sitio. A la calle no me dejan ir sola con él, por si me lo quitan. El otro día estaba dando vueltas por el pasillo cuando el hijo del señor Antonio el tendero llamó por el hueco de la escalera a mi madre:
- ¡Señora Enedinaaaaaaaaaaa! ¡Teléeeeeeeeeefono!
Y luego mi madre subió llorando porque se había muerto mi abuela. Es la única vez que he visto llorar así a mi mamá. No me acuerdo de mi abuela, aunque en el comedor tenemos una foto de ella con el pañuelo a la cabeza y todo el mundo dice que soy su vivo retrato y, como no me acuerdo, no me ha dado pena.
Con lo que mi madre se ha tenido que ir a Asturias con el tío Ramón. Pili me ha explicado que primero tienen que coger el tren hasta Oviedo, luego un autocar a Cangas, y allí les irán a buscar con un burro para que cargue el equipaje y andar por lo menos una hora o dos para llegar al pueblo. Hasta que ellos no estén no enterrarán a la abuela.
Como no sabían qué hacer conmigo en casa, mi padre me llevó con la tía lechera, para que me cuidasen. Primero me sentaron encima de la mesa de la cocina y la prima Esperancita me contó cuentos. Vino una peinadora y peinó a mi tía desenroscándole el moño que lleva siempre, le hizo la trenza otra vez mientras le marcaba las ondas con unas pinzas alargadas y le dejó todo muy bien puesto. Luego mi tía se puso el delantal almidonado de salir a la calle y me llevó con ella al mercado de Torrijos y a una pescadería que se llama La Coruñesa. Cuando vino del colegio, mi prima Charito me subió al piso y me duchó y me lavó la cabeza y me puso la ropa limpia aunque no era domingo.
Por la noche había para cenar acelgas y un pescado muy rico, pero las acelgas las fui dejando en el plato porque no me gustan y en mi casa tampoco me las como. Mi tía dijo que allí todo el mundo tenía que dejar el plato limpio, y cogió el tenedor y me metió un montón en la boca, pero yo me puse a llorar y las escupí, y entonces dijo:
- Si no te comes las acelgas te vas a tu casa.
- Pues en mi casa mi mamá no me obliga a comérmelas porque me dan asco.
- Aquí se hace lo que yo digo, no lo que dice tu madre, así que tú verás: o te las comes, o te vas.
Todo el mundo estaba callado y mirando a su plato, y nadie me defendía, pero yo no me las quise comer porque a ella lo mismo le daba que me las comiera o que no, lo único que quería era mandar porque es una mandona. Me puse a llorar más fuerte y a decir que me quería ir con mi padre, así que la tía le dijo al primo Ramón que me llevara. Lo que más rabia me dio era que había natillas de postre y me iba a quedar sin ellas.
Cuando íbamos hacia mi casa, pasamos por delante de una pastelería, y el primo se paró un momento y me preguntó que si quería algo; yo le pedí una de esas botellitas de chocolate forrada de papel de plata y me la compró, así que me di cuenta de que él también pensaba que la tía era una burra.
En mi casa mi hermana dijo que no pasaba nada, que ya me cuidarían las vecinas, y por la tarde ella no iría a bordar, aunque es lo que más le gusta. Cuando se marchó el primo, Pili me dijo que era una tonta, que en casa de la tía me hubieran mimado mucho y que por unas acelgas de nada me lo había perdido todo.
No me importó, porque dormí con ella y me contó cuentos. Además, en mi casa tengo el triciclo.
Mi madre iba diciendo al volver a casa que qué ocurrencia, que yo lo que necesitaba eran unos zapatos y un abrigo, pero se conoce que a veces los Reyes sólo hacen caso a los niños.
Para montarme en el triciclo tengo que salir al pasillo o irme a casa de los andaluces, porque en mi casa no hay sitio. A la calle no me dejan ir sola con él, por si me lo quitan. El otro día estaba dando vueltas por el pasillo cuando el hijo del señor Antonio el tendero llamó por el hueco de la escalera a mi madre:
- ¡Señora Enedinaaaaaaaaaaa! ¡Teléeeeeeeeeefono!
Y luego mi madre subió llorando porque se había muerto mi abuela. Es la única vez que he visto llorar así a mi mamá. No me acuerdo de mi abuela, aunque en el comedor tenemos una foto de ella con el pañuelo a la cabeza y todo el mundo dice que soy su vivo retrato y, como no me acuerdo, no me ha dado pena.
Con lo que mi madre se ha tenido que ir a Asturias con el tío Ramón. Pili me ha explicado que primero tienen que coger el tren hasta Oviedo, luego un autocar a Cangas, y allí les irán a buscar con un burro para que cargue el equipaje y andar por lo menos una hora o dos para llegar al pueblo. Hasta que ellos no estén no enterrarán a la abuela.
Como no sabían qué hacer conmigo en casa, mi padre me llevó con la tía lechera, para que me cuidasen. Primero me sentaron encima de la mesa de la cocina y la prima Esperancita me contó cuentos. Vino una peinadora y peinó a mi tía desenroscándole el moño que lleva siempre, le hizo la trenza otra vez mientras le marcaba las ondas con unas pinzas alargadas y le dejó todo muy bien puesto. Luego mi tía se puso el delantal almidonado de salir a la calle y me llevó con ella al mercado de Torrijos y a una pescadería que se llama La Coruñesa. Cuando vino del colegio, mi prima Charito me subió al piso y me duchó y me lavó la cabeza y me puso la ropa limpia aunque no era domingo.
Por la noche había para cenar acelgas y un pescado muy rico, pero las acelgas las fui dejando en el plato porque no me gustan y en mi casa tampoco me las como. Mi tía dijo que allí todo el mundo tenía que dejar el plato limpio, y cogió el tenedor y me metió un montón en la boca, pero yo me puse a llorar y las escupí, y entonces dijo:
- Si no te comes las acelgas te vas a tu casa.
- Pues en mi casa mi mamá no me obliga a comérmelas porque me dan asco.
- Aquí se hace lo que yo digo, no lo que dice tu madre, así que tú verás: o te las comes, o te vas.
Todo el mundo estaba callado y mirando a su plato, y nadie me defendía, pero yo no me las quise comer porque a ella lo mismo le daba que me las comiera o que no, lo único que quería era mandar porque es una mandona. Me puse a llorar más fuerte y a decir que me quería ir con mi padre, así que la tía le dijo al primo Ramón que me llevara. Lo que más rabia me dio era que había natillas de postre y me iba a quedar sin ellas.
Cuando íbamos hacia mi casa, pasamos por delante de una pastelería, y el primo se paró un momento y me preguntó que si quería algo; yo le pedí una de esas botellitas de chocolate forrada de papel de plata y me la compró, así que me di cuenta de que él también pensaba que la tía era una burra.
En mi casa mi hermana dijo que no pasaba nada, que ya me cuidarían las vecinas, y por la tarde ella no iría a bordar, aunque es lo que más le gusta. Cuando se marchó el primo, Pili me dijo que era una tonta, que en casa de la tía me hubieran mimado mucho y que por unas acelgas de nada me lo había perdido todo.
No me importó, porque dormí con ella y me contó cuentos. Además, en mi casa tengo el triciclo.
20 Comments:
Me ha recordado que yo también era muy terco para las comidas que no me gustaban (bueno, para todo).
El problema es que en aquel tiempo no me gustaba casi nada. Quizás por eso nunca he sido demasiado gordo (pero sí fuerte, modestia aparte).
En cuanto a los juguetes, en mi caso (éramos varios hermanos) los juguetes, casi siempre eran compartidos: Un ajedrez para dos, un balon, una lotería... cosas así.
Esto avanza. Un besote
No me importó, porque dormí con ella y me contó cuentos
Es normal que no te importara
No suelo echar de menos pasados (o a lo mejor si pero me hago el duro) pero si lo de ir historias y creermelas antes de dormirme
Se feliz
Evidentemente, tu tía era una mandona despótica, pero tú, Eulalia, bastante tozuda y muy poco práctica.
A mí tampoco me gustaban las acelgas pero creo que me habría sacrificado pensando en la recompensa. Las natillas son muy tentadoras.
Un beso
- Que te comas las acelgas YA !!! .
( que hacen bien y es questión de agarrarles el gustito )
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Me encanto haberte encontrado . Volveré .
Pues las natillas bien valen unas acelgas, pero la determinación fue importante -ya desde pequeña-. Me encantan todos los escritos que pones, te sigo animando a que no dejes de hacerlo, estás puliendo un estilo delicioso, visto con los ojos de una cría y la sabiduría que te dan los años. Te felcito, disfruto mucho leyéndolo. Mucho besos.
Manolotel:
Nada hay más difícil que enseñar a comer de todo a un crío, y mi tía no era un ejemplo de pedagogía, precisamente...
Un beso
Mago,
Las mujeres de mi familia somos muy dadas a contar y escuchar historias; otro día escribiré sobre alguien que no sabía contar ni escuchar, y otro alguien que sólo sabía contar, y.
Ya sabes.
Anónimo,
Bueno, bueno: no sé yo si no era más práctico dormir con mi hermana que someterme.
Alholva,
Ahora me encantan las acelgas; pero es que mi madre las ponía con patatas, el caldo y un poco de tocino rancio, y me daban arcadas. :)
Un beso
Jejo,
¿Tú crees que le merecía la pena a la tía el follón que organizó para que una cría, al final, no diera su brazo a torcer?...
Un beso
Maik,
intento que la Lula de ahora sirva únicamente para darle voz a la de entonces.
Gracias, y un beso.
(Y no era tozudez: era malcrianza, no en vano era hija de padres añosos y hermana chica de adolescentes)
Celia... chiquitina... nunca serás emperatriz de la China...
me encantaban esos libros y esa serie y me recuerda tanto (salvando las distancias...)
jaja, las natillas!!!, tú lo sentiste sobre todo por eso.
O sea, que eras una niña cabezona, no???, y tú tía un poco burra sí..., casi tanto como el burro para cargar el equipaje! Qué cosas...
Un beso!
Toxcalt,
Espero que la versión de mi vida cotidiana resulte algo alejada de la de Celia... Más bien en las antípodas...
Un beso.
Para, creo que...
¿Terca yoooooo? Mi madre, para ilustrarlo, decía. "¡Y vuelta la burra al trigo!"
Mi tía pensaba que con darnos de comer tenía derecho a nuestra obediencia absoluta; pero yo ya era harina de otro costal.
Un beso.
Con lo bueníiiiisimas que son las acelgas, casi tanto como las espinacas (nótense las arcadas).
¿Y si tu tía te hubiera amenazado con quitarte el triciclo?...
Mandona y burra la tía lechera, pero así y todo fue ella quien te concedió el triciclo, o al menos quien lo negoció con los reyes magos.
Testaruda la tía, y tu también, cada una firme en su convicción. Me sorprende tu carácter, para una niñita de pocos años, en ese entonces.
Seguro que las acelgas ahora te gustan.
Un abrazo!
Florecilla,
El triciclo era mío por derecho, y la tía no era tan malvada :D
Las acelgas me encantan.
Un beso.
Roxi,
más bien la niñita de marras era una consentida, y la tía no estaba acostumbrada a que nadie le llevara la contraria.
En cualquier caso, aprendí el mundo era algo más que mi casa...
Un beso.
Las acelgas significan la dignidad. ¿Verdad? No se debe vender uno por un plato de lentejas o de acelgas. Muy bien
Propagandhi,
Ni idea del significado de las puñeteras acelgas: no me gustaban y mi tía se puso en jarras y a mí en jarras... Ni la leche. Desde pequeña.
Un beso.
Pero tuviste tu triciclo. El único juguete que recuerdo de mi infancia es un trenecillo que daba vueltas sobre una vía circular. Tampoco recuerdo que me ilusionaran o desilusionaran los Reyes. Eramos pobres y supongo que mis ilusiones también lo eran. Un beso.
Eran acelgas, por dios!! hay cosas que no se pueden comer ni por todos los platos de natillas. Hiciste bien.
Si vieras la que monté yo por no querer comerme un mejillón (el trauma de tenerlo delante durante horas, mirándonos a los "ojos", todavía me dura)
Sí, si tienes a quien dormir abrazado y te cuente cuentos, todo lo demás importa mucho menos, sin duda alguna ;)
Yayo,
El triciclo era un tesoro insólito por aquellos pagos...
Un beso.
Manuel h,
El caso es que ahora me encantan. Mi hijo las odia, pero jamás le he obligado a comerlas. Todas las verduras amargas (espinacas, alcachofas, acelgas)son difíciles.
Un beso.
Isthar,
Pues, eso mismo: las acelgas eran resbalosas...
Una confesión: ahora soy incapaz de pegar ojo cuando duermo con Andrés. Me niego a compartir la cama permanentemente con nadie, pero me sigue fascinando que me cuenten historias.
Un beso
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