• quintadel44: octubre 2006

    martes, octubre 31, 2006




    Creo que la foto es de un año o dos más tarde, pero me apetecía ponerla justamente hoy.
    Me divierte lo que no está escrito jugar a recomponer el pasado según mi voluntad. Ustedes perdonen.

    lunes, octubre 30, 2006

    1962 NADAR Y...

    No: no le había guardado la ausencia debida a Alfredo.

    Durante esos diez meses en que mi novio tuvo la imprudencia de marcharse y permitirme pensar por mi cuenta, aproveché para coquetear con elementos masculinos de todo tipo y pelaje, a saber:

    1. Un mozo que trabajaba en el taller de fundición, guapo a la manera de ese chico de OT de los ricitos pero sin pasar por estilismo. Tenía novia, de modo que no representaba ningún peligro. Hablábamos de la vida, del trabajo, del ser y deber ser... Lo que se dice un flirteo en toda regla. Comíamos juntos, y alguna tarde de domingo fuimos de guateque en pandilla. Su novia era fea y formal.

    2. Un hombre casado que venía a visitarme al despacho por las tardes, cuando el jefe se había ido, o en el turno de comedor de mis compañeras. Se había empeñado en que aprendiese inglés, y estoy segura de que me decía en ese idioma las cosas que no se hubiera atrevido a decirme, ni hubiera sido decente que lo hiciera. Era treintañero y atractivo de una forma que sólo las mujeres podemos entender: por la oreja.

    3. Un barriobajero de la nave de montaje, poco amigo de lavarse, inteligentísimo, ennoviado, con unos ojos lascivos que me recorrían el cuerpo con más eficacia sensual que las manos de mi novio. Los trayectos en el autobús de la empresa se llenaban de frases de doble sentido, insinuaciones, silencios cómplices, en fin.

    4. El secretario del Director. Licenciado en algo. Familia de muchos apellidos. Bajito aunque, eso sí, con una carita de niño bien alimentado que daba gusto ver. Con él hablaba de mis planes de estudiar cuando me bajaba a Madrid en su coche cada vez que, por necesidades de trabajo, teníamos que quedarnos hasta las ocho o las nueve de la noche en la oficina. Luego nos tomábamos un café. Hace poco supe, por una prima suya sindicalista, que había muerto de un infarto a los cincuenta y tantos.

    5. Un analfabeto funcional clon de Manuel Benítez, el Cordobés, primera figura mediática de este país. Bailaba estupendamente. No sabía hacer otra cosa.

    6. Un vividor pelirrojo y simpático que finalmente se hizo novio de Mariluz durante unos meses. Otro que bailaba el rock and roll de muerte.

    7. Un estudiante de no sé qué ingeniería, al que mi madre adoptó de inmediato - vía telefónica - como posible sustituto de Alfredo, si la cosa llegaba a más. Era un pavo que pretendía saber jugar al ajedrez. Nada que añadir. Ah, sí: tampoco bailaba mal.

    8. Mi profesor de Latín, Griego, Literatura y Filosofía en la academia. Ese sí que era guapo, pero guapo. No me hizo caso en todo el curso: creo que estaba por otra.

    9. Uno de mis compañeros de curso. Escribía poemas, me los dedicaba, y los leía en clase: qué apuro, por Dios. Me conmovía su adoración.

    10. Un estudiante de peritaje que acudía a las clases de Matemáticas y Física superior que daban en la Academia: verbo rápido, mirada intensa, inquietudes sociales, obligaciones familiares... En enero del 63 comenzamos a salir juntos y en febrero me dio el primer beso. Esta historia he de contarla más despacio.

    Esos son de los que me acuerdo así, a bote pronto. A todos les decía que tenía novio. Ninguno me decía que fuera guapa, ni lista, ni buena chica, ni ná de ná. Por Dios: cómo son los hombres.

    sábado, octubre 28, 2006

    1962 ¡LASCIAMI, ALFREDO!

    Me pilló con quince años y no estaba dispuesto a soltarme: yo era una nena ansiosa de aprender absolutamente todo, siete años más joven que Alfredo, y él no tenía cosa mejor que hacer que educarme para ser una buena esposa. Me dió mi primer beso con lengua; Tuve mi primer orgasmo no onanista con él; paseábamos por calles oscuras buscando un rincón en donde besarnos y acariciarnos hasta el agotamiento; íbamos al cine; hablábamos del futuro. Me comía todo mi tiempo libre, yendo a buscarme al instituto primero y a la vuelta del trabajo, más tarde.

    Su padre era militar de graduación, católico, gallego, de tibias convicciones políticas, tradicional, bajito y simpático. El hijo se le parecía en lo físico y ligeramente en todo lo demás; era inculto, sin inquietudes, sin aficiones; no había querido estudiar y en el 62 se encontraba, ya con veinticuatro años, en la disyuntiva: su trabajo era interesante, pero no le daría para mantener un hogar; el progreso económico tendría que buscarlo fuera de España.

    Se marchó para Hamburgo poco después de que yo me matriculara en Preuniversitario. Una semana antes, preparó el terreno y me hizo suya, para utilizar el lenguaje de la época y una frase que, seguro, estaba en su cabeza. Juro que me dí perfecta cuenta de su pretensión, y accedí por miedo a mí misma: ahora sí que me tendría que casar con él, puesto que ningún otro hombre me querría. A pesar de sus trampas, sin embargo, perdió la partida.

    Comenzamos un intercambio de cartas de amor convencionales: te quiero, estoy deseando verte, esto está muy bien, la academia está bien, todo esta bien. Iré por Navidad. Nos casaremos pronto y seremos felices con nuestros hijos.
    No le contaba que salía con Mariluz y que me divertía extraordinariamente no tenerle pegado a mí a todas horas. No le echaba de menos, ni siquiera desde el punto de vista sexual, aunque formalmente le era fiel. Comenzaba a admitir para mí misma que casarme con dieciocho, diecinueve años, no era mi mejor opción. Quizá fuera preferible quedarme soltera. Soñaba con estudiar una carrera, hacerme arqueóloga, escritora, diseñadora de modas.
    Mis cartas se enfriaban sin yo pretenderlo. Eran puros ejercicios de estilo, sin alma; a veces me sentía culpable, aunque me justificaba con el argumento de que nada malo había en hacer lo que cualquier chica de mi edad. Mi madre me acosaba porque no era esa la conducta propia de una chica formal: no le guardaba ausencia al novio.

    En septiembre me atreví a romper con él. Le escribí una larga explicación y contestó con una conferencia telefónica que le debió costar el sueldo de una semana. No sé qué más pasos daría, pero de pronto mi madre conoció a mi presunto futuro suegro, supo que yo ya no era una virgen inmaculada y se apresuró a aceptar en mi nombre una boda rápida en Navidad.

    Me negué, lo negué, me volví a negar, volví a negar: no quería casarme, no tenía ningún problema, no pensaba irme a Alemania a trabajar en una fábrica. Había terminado Preu y quería ser universitaria, tenía muchos pájaros en la cabeza, gritaba mi madre.

    Alfredo vino en Diciembre. Si no estaba segura me daría tiempo para pensarlo, comprendía que yo era demasiado joven, pero su deber era casarse conmigo, puesto que ya me había mancillado. Me amaba. Me rogaba que le diera otra oportunidad. Yo dudaba: me gustaban sus besos, sus caricias, su presencia física; me gustaba la idea de tener hijos, solo que él me aburría, ya no tenía nada que enseñarme.

    Un día de niebla me pidió un último beso, que se convirtió en otra sesión de furiosas caricias al final de la Calle Doctor Castelo, entre la Casa de la Moneda y la Maternidad, por más que yo ya estaba segura de que no nos volveríamos a ver. Me daban miedo los nuevos tiempos que se me avecinaban, pero tenía muy claro lo que no quería.

    Y así terminó todo. O ese fue el principio.

    jueves, octubre 26, 2006

    1962. MI AMIGA.

    Mariluz era mi amiga más o menos desde los ocho o nueve años. Rubia de ojos verdes estrábicos, llevó durante toda su infancia unas enormes gafas de montura irrompible que le acarreó el tan cruel como inevitable mote de "gafotas".

    A los diecisies ya apuntaba maneras: su padre, taxista, estaba empeñado en que sus cinco hijas aprendieran una profesión que no necesitarían si había suerte y se casaban; sin embargo, las niñas no parecían estar dispuestas a sacrificarse en los estudios: Mariluz, que era la mayor, marcó el camino entrando a trabajar de recepcionista en un laboratorio de productos de belleza.

    En el '62 se quitó las gafas, se dejó media melena y comenzó una asombrosa carrera de devoradora de hombres sin despeinarse. En los períodos entre-enfados con mi novio, veía con mis propios ojos como aquella muchacha, con la mirada algo bizqueante aún, piernas ligeramente torcidas y un busto - así se decía entonces - mínimo enloquecía a los chicos. Su secreto: una sexualidad a flor de piel y sin prejuicios. Ella elegía y ella desechaba.

    ¿Cómo explicarlo?... Si hoy tuviéramos diecisiete años, Mariluz sería una pastillera y yo rata de biblioteca. Nos entendíamos a la perfección, quizá porque cada una tenía lo que le faltaba a la otra. De su mano recorrí cafeterías y antros a los que jamás me hubiera atrevido a entrar sola; de su mano aprendí a maquillarme; de su mano flirteaba, comencé a fumar, a beber, a vestirme para seducir, a pintarme las uñas. No tengo claro qué encontraba ella en mí, pero yo admiraba su ausencia de complejos y su desparpajo.

    Mi novio la aborrecía y me tenía prohibido verla. Ya ves. Se casó muy joven con un tipo de fuera de Madrid, guapo y bien situado. La perdí de vista.

    En mil novecientos noventa y tantos, yendo un día por Arturo Soria, ví venir de frente a su madre, pero no podía ser, porque aparentaba la misma edad que treinta años atrás. La abordé. Era Mariluz, claro.

    Tomamos un café. Se había divorciado y vivía de la pensión que le pasaba el marido. Había renunciado a la custodia de sus hijos. La invité a cenar en casa a la semana siguiente. Estaban también mi hijo y otra amiga.

    Nos contó que hacía años había sido abducida por una nave extraterrestre y que desde entonces tenía poderes adivinatorios; Quería a toda costa leernos las cartas del Tarot. Nunca había tenido la mirada tan perdida. Mi hijo no sabía qué cara poner. Mi otra amiga entró al baño y vomitó la cena.

    Me dejó su tarjeta: Luz Solitaria y Divina, LSD.

    miércoles, octubre 25, 2006

    1962

    En el barrio la miseria ya no era la regla: ahora reinaba una cutrez teñida de remesas de los que se habían marchado a Alemania o a Suiza, de colonia a granel, peinados a lo Brigitte Bardot, televisores en blanco y negro, vespas, motocarros y biscuters, y todos hacíamos nuestras cuentas: tanto para el plazo de la lavadora, tanto para la sociedad médica, tanto para el ajuar, tanto...

    Para entonces, yo era una jovencita que pasaba por crisis de misticismo, tenía un novio emigrante, me pintaba los ojos exageradamente, adoraba a Elvis, Domenico Modugno, Paul Anka, los Pekenikes y el Dúo Dinámico, escribía un diario y tenía una amiga poco recomendable con quien me escapaba a alguna sala de baile de mal tono porque allí los chicos bailaban el rock&roll mejor que en ningún guateque.

    Leía a Dostoyewski, a S. Maugham, a Lajos Zilahy, a Conan Doyle, a Maupassant, a Zola. Leía desordenadamente: en el autobús, en el parque, en los tiempos de descanso en la oficina y por las noches, en el comedor, cuando mi madre y mi hermana ya se habían acostado. Mi hermano llegaba una o dos horas más tarde, algo borracho, algo triste, algo necesitado de hablar con alguien. Me contaba la película que había visto, imitando el gesto de Humphrey o de Frank, así, con la mano en el bolsillo, las piernas algo separadas, renunciando a todo por un ideal, esos son hombres y no los blandos que andan por ahí. Yo escuchaba, a veces con admiración y otras solo con paciencia, ese discurso de voiyeur de la vida, perdedor lúcido e irrecuperable.

    Me moría de sueño: siempre tenía sueño.

    Ella envejecía a la vez que sus ilusiones, viendo cómo su hijo se quedaría soltero, su marido comenzaba a mostrar signos de deterioro mental, su hija mayor volvía a quedar embarazada en cuanto se recomponía de la anterior cesárea, la mediana estaba más o menos encarrilada pero la pequeña se le escapaba por días de una manera que no era la que ella había planeado.

    Llegaba tarde, o no tenía ganas de cenar, o me hacía un jersey demasiado moderno, o se me rompían las medias y necesitaba otras, o el recibo de la luz mostraba a las claras mis deshoras, o... Cualquier motivo era suficiente para disparar su retahila de lamentaciones, amenazas, acusaciones, sarcasmos, con el silencio cómplice de Tití y la desatención de mi padre. Nunca ante mi hermano, si bien es verdad que él paraba poco en casa o se encerraba en su habitación a dormir y no hubiera habido mayor sacrilegio que despertarle.

    Porque ella tenía su plan: la niña era guapa y lista, pero se había dejado quitar la virginidad, de modo que había que casarla cuanto antes. No estaba el mundo para dejar que fuera a Inglaterra de au pair, o coqueteara con otros muchachos, o tuviera ideas propias. La niña, sin embargo, no había olvidado que no se le había permitido estudiar magisterio, y en enero de ese año le vino a decir que, si no quería caldo, se había apuntado en una academia a estudiar el curso preuniversitario*.

    Nos odiábamos. Nos odiábamos con una ferocidad sólo pareja a la de nuestras frustraciones.


    * Equivalente a COU.

    lunes, octubre 23, 2006

    POLÍTICA MUNICIPAL

    PSOE e IU se llenan la boca de frases sobre la necesidad de desbancar a Gallardón de la Alcaldía de Madrid, pero no hay más que soltar unas palabritas de lo más inocente para que unos y otros retrocedan como si hubieran escuchado la voz del diablo.

    Haced la prueba: cuando os encontréis un militante socialista o de Izquierda Unida que se lamente del desafecto de los madrileños, no tenéis más que decirle:

    -- ¿Y por qué no presentáis una candidatura unitaria?

    La respuesta reina será un "Eso es imposible" más o menos adornado.

    Podemos hacer un Top Ten de argumentos estúpidos.

    Se admiten apuestas.

    (De vez en cuando hay que hablar de política)

    sábado, octubre 21, 2006

    PREGUNTAS

    Pow,

    Hay momentos en los que sólo puedes escribir para tí mismo o callar.
    Sin embargo, toda una vida escribiendo hacia dentro no compensaría el trabajo, porque no tendrías respuesta.
    Escribir para otros, en cambio, y digas lo que digas, siempre es una interrogación.
    He abierto el blog para mirarme en el espejo de los otros, de vos-otros, lo más rápida y cómoda y directamente posible: puede que, entre vuestros comentarios, estén las palabras que necesito, puede que no; pero sería una estupidez por mi parte despreciar una herramienta de comunicación como ésta.

    Si tuviera paciencia, escribiría un libro.
    Si tuviera la fuerza necesaria, escribiría un libro.
    Si tuviera ganas, escribiría un libro.

    Alguien me ha dicho alguna vez que soy indolente. Es posible. Por mi parte, sé muy bien lo que me interesa y en qué quiero ocupar mi tiempo, qué es lo que me apasiona, qué me hace sentir viva, qué me divierte, qué me mueve, qué me conmueve, qué me emociona: la comunicación interpersonal.
    Cualquier manifestación artística es comunicación con respuesta diferida que muchas veces no llega al emisor del mensaje. Yo quiero respuestas rápidas.
    Prefiero la presencia física, es obvio: las miradas, las sonrisas, los silencios, un cierto gesto que puede resultar definitivo, solo que no es tan fácil encontrar interlocutores dispuestos a escucharte en cualquier momento del día. Aquí, sin embargo, estáis siempre.

    Cuando estoy receptiva, leo vuestras bitácoras.
    Cuando me apetece narrar, os cuento historias.
    Cuando tengo una pregunta, la hago.

    Nunca me falláis.

    jueves, octubre 19, 2006

    CAPÍTULO SIGUIENTE

    Una de las ventajas del escritor aficionado sobre el profesional es que puede abandonar cuando el cuerpo se lo pide, y con esto os manifiesto, hermosos míos, que se acabó el '49.
    No tengo más recuerdos con data segura en ese año; podría inventar, o pasar a 1950, pero se da el caso de que no me apetece.
    He estado hojeando mis diarios, con la idea de dar quizá un salto de una década en las historietas de la Lula, solo que el primerísimo es ya del '60, y lo que he leído me produce tal apuro que, vamos: ni ciega.

    Sin embargo, estoy necesitada de contar.
    Os propongo una alternativa que para mí es aceptable: cuento de qué iba ese mi primer cuaderno, pero con mi perspectiva actual, es decir, nada de sacar de dentro a la buena de Dios, nada de invenciones, nada de trascribir, y a ver qué sale.


    Se admiten sugerencias sobre otras épocas y otros modos. Se admiten sugerencias en general.

    martes, octubre 17, 2006

    LO QUE NO ME ENSEÑÓ MI MADRE.

    A cocinar. Ella odiaba guisar, y más de una vez se le quemaron las lentejas por andar de cháchara con las vecinas, escuchando la radio, distraída con cualquier otro quehacer. Las tres hermanas, sin embargo, hemos salido buenas cocineras, aunque sin estilo común: Pili es más de guiso tradicional: cocidos, ensaladillas rusas, fabadas, asados; Tití de fritangas, callos, aperitivazos para tumbar de espaldas y tortilla de patatas fría para cenar viendo la tele. Yo soy más de ensaladas, pescados y experimentación con productos que encuentro en el mercado, copio de restaurantes o me enseñan las amigas.

    A ser ordenada. El orden era una virtud congénita de Pili, como su piel clara y sus pecas. Teníamos tan pocas pertenencias que tampoco era una cualidad imprescindible, ahora bien: mi madre era la primera que pasaba de tener un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Titi y yo compartíamos un cajón de la cómoda para guardar nuestra ropa, y nunca hubo desavenencias, quizá porque sobraba espacio. El armario de mis padres era un revoltijo fascinante para las tardes en las que me dejaban sola en casa: podía revolver todo cuanto quisiera, que nadie se daba cuenta. Allí se guardaban, sin orden ni concierto y, entre otros tesoros, materas de porcelana; cajas con fotografías, documentos y cartas; peinetas de carey; un mantón de crespón negro sin bordar; un corsé de ballenas de seda natural en color crudo; un decrépito joyero de dos pisos sin otro contenido que un alfiler de corbata modernista en oro oscuro... Cuando tuvimos de deshacer la casa, me quedé con casi todas esas antiguallas ante la mirada incrédula de mis hermanas, que hubieran tirado todo -salvo las materas y el alfiler de corbata- sin piedad.

    A ocuparme de mi aspecto físico. Mi madre adoraba los sombreros, los hombres trajeados, los talleurs a lo Laureen Bacall, los bolsos de piel y el zapato de tacón. Dios, sin embargo, no le había concedido ni posibles ni una figura estilizada, y por lo tanto limitaba su buen gusto a admirar el bien vestir en las actrices y demás aristocracia social. Consideraba impropio de nuestra clase llevar ropa nueva los días laborables, lavarnos la cabeza más de una vez a la semana, hacernos la manicura, usar medias transparentes, enseñar el escote y, en general, ocuparnos de los mismos asuntos que ella en sus años jóvenes. Supongo que temía que tanta frivolidad acarreara otra guerra. Como castigo divino, dos de sus hijas hemos salido unas presumidas impenitentes.

    A ser elegante. Ella era de rompe y rasga. Alardeaba de cantarle las cuarenta a quien le petara. Tenía la boca más sucia del barrio, no se cortaba de colarse en un cine o en la fila de la panadería, robaba una pieza de fruta en un puesto del mercado y la metía en la bolsa con disimulo, discutía un precio hasta que aburría al vendedor... El dia de su octogésimo cumpleaños nos pidió como regalo que la llevásemos a ver un espectáculo porno (Cosa que hicimos, desde luego, y sin ningún empacho: allá que la llevamos los cuatro hijos, y tres yernos; se colocó en primera fila y no perdió ripio).

    A seducir con armas de mujer. Lo de mi madre no era la palabra suave, ni el coqueteo, ni el besito conciliador, ni la sonrisa de comprensión, ni la lágrima fácil. Con mi padre mantenía la clásica división de poderes: él decidía en lo macro y ella en lo micro, pero las tormentas - frecuentísimas - se desencadenaban sobre ese terreno incierto del cuánto y el cuándo, porque, si bien él tenía a su favor la tradición, ella tenía un carácter más fuerte, más inteligencia, cuatro hijos por los que mirar y, sobre todo, un temperamento de leona a quien - que me perdone allí donde esté - le gustaba la pelea tanto como el cine.

    (Continuará. Hubo muchas cosas, tan importantes como las que aprendí de ella, que mi madre no me enseñó, y no todas pueden definirse como carencias).

    sábado, octubre 14, 2006

    1949 UN SECRETO

    Ayer se notaba en todas partes que hoy iba a ser Nochebuena, y no sólo por el frío y que ya no había colegio y había una niebla que no se veía a dos pasos: también porque olía a mandarinas en la escalera y en todas las casas a las que ibas a pedir el aguinaldo con la pandereta. El olor a mandarinas ya da como alegría, aunque las madres están todas de mal humor venga a limpiar, no te dejan entrar en casa y se pasan el rato echando pestes de las vacaciones del colegio.

    Sé que en mi casa hay turrón, peladillas y garrapiñadas, pero mi madre lo tiene todo escondido en el armario de su alcoba hasta hoy por la noche; vamos a cenar sopa de fideos y mi padre ha traido una pierna de cordero para asarla con patatas; luego habrá flan chino, que no necesita huevos, y fruta de postre porque no nos podemos hartar sólo de turrón. A las diez mi padre se tendrá que marchar a trabajar, como todas las noches; mi hermana le cantará una asturianada para que no se vaya tan triste, aunque mi madre dice que todos los años, después de la canción, se va más pesaroso todavía.

    Claro que, después de lo que ha pasado, no sé si habrá cena, si cantaremos, ni si iremos después a casa de los andaluces a bailar.

    Y es que, como no nos dejaban estar en ninguna casa y en la calle hace mucho frío, la hija de la tabernera y yo nos quedamos ayer por la tarde en un descansillo de la escalera jugando a las casitas. Chiri era la más pequeña, por eso tenía que hacer de hija, pero estaba todo el rato como enfadada y llorando y entonces yo la estuve regañando y le pegué unos azotes en el culo para que se callara porque si no la portera iba a salir y nos iba a mandar a nuestra casa.

    Pues, esta mañana, la Chiri estaba muerta. De un cólico miserere. Cuando ha subido mi hermana y lo ha dicho me ha entrado mucho agobio en la garganta y en la tripa y no he podido ni llorar: no hacía más que acordarme de los azotes que le había estado dando a una niña que se ha muerto esta misma noche. Me he encerrado en el retrete y me he sentado en la taza, pero ya me había meado encima, porque creo que la culpable de que a la Chiri le haya dado el cólico soy yo, por haberla pegado. Luego mi madre y mi hermana, cuando se han dado cuenta de que no estaba encerrada por lo de siempre, me han convencido de que saliera y me han metido en el barreño para lavarme y cambiarme las bragas y los calcetines.

    No les he contado nada de los azotes, pero como me ha visto tan asustada la Pili me ha dicho que no me preocupe, porque como era tan pequeñita y se ha muerto hoy precisamente habrá ido directita al cielo.

    De todas maneras, la culpable sigo siendo yo y ya ni tengo ganas de turrón.


    (Durante muchos años me persiguió el sentimiento de culpa por la muerte de aquella muñeca rubia. Todavía me revuelve el recuerdo de los alaridos de su madre: vivían en la trastienda de la taberna, y no podías entrar ni salir por el portal sin escuchar aquella desesperación por la única hija. No hablé con nadie de esta tremebunda experiencia hasta después de morir mi madre, hace veinte años, en esas tardes en que únicamente nos sentíamos bien las tres hermanas juntas: Pili se acordaba muy vagamente, y Tití no estaba esa Nochebuena en Madrid.
    Debería haber un antídoto contra las elucubraciones de las niñas con demasiada imaginación y pocos interlocutores pacientes).

    jueves, octubre 12, 2006

    ¿QUÉ PIENSAS TÚ?

    ¿Por qué, si una relacion de enamorados es voluntaria, libre y gratuita, a veces uno le hace reproches al otro?*

    ¿Sería más lógico que quien cree que tiene algo que reprochar rompiera la relación?

    ¿Tú qué opinas?


    *(Después de publicar el post, he suprimido una frase que distorsionaba el sentido de la pregunta, sorry)

    miércoles, octubre 11, 2006

    Memoria histórica (con minúsculas)

    Me llenó la cabeza de películas, radios de galena, teléfonos blancos de dos piezas, coches que arrancaban a manivela, transatlánticos, tías histéricas y platónicamente incestuosas, estolas de piel de zorro y sombreros de fieltro y jipi-japa; de la belle epoque de un Buenos Aires de champán y noches de ópera como acompañante en el palco de una entretenida; de la crueldad del campo y de las guerras; del olor de los castañares, de las nueces verdes, de las avellanas tostadas y del pan hecho en casa; del can-can, Gardel, la jota asturiana, la Salvaora, Estrellita Castro y Santa Bárbara Bendita, Jejo.

    Me dejó dicho que al menos hay que intentarlo, que se puede ser madre sin renunciar a ser, que es necesario buscarse las vueltas, que un aborto no es pecado, que siempre hubo madres solteras, que hay putas y putas, y que a los hombres ni caso cuando intentan doblegarte.

    Me expresó con claridad cómo dudar de curas, grandes personajes, generales, conductores de hombres y cabezas de familia, y cómo respetar a maestros, médicos, científicos, buenos artistas y ancianos en general.

    Me mostró quiénes eran mis abuelos, de dónde provengo, cuál es mi lengua, cómo elegir amigos, a quién acudir si no puedo yo sola.

    Cuando comencé a pensar por mi cuenta, ya me había enseñado, a puro golpe de historias, a dar de lado la grandilocuencia y fijarme en lo esencial.

    Así, aunque nací en el '44, y gracias a mi madre, guardo en mi cabeza todo el imaginario y la moral renovadora del siglo pasado.

    lunes, octubre 09, 2006

    LAS HISTORIAS DE MI MADRE

    Mi madre aprovechaba cualquier ocasión para dar rienda suelta a su impulso expresivo: o reñía a voces, o murmuraba blasfemias por lo bajo, o discutía furiosamente, o cantaba, o estaba contando algo a cualquier incauto, con preferencia mi hermana Pili o yo misma.

    Sus relatos no incluían dioses ni santos ni demonios ni hadas ni brujas ni duendes o cualquier otra entidad sobrenatural. Los protagonistas siempre tenían nombre y apellidos: de la familia, del vecindario, de Asturias o de aquel pasado remoto lleno de abundancia que se llamaba Argentina. Los finales no tenían moraleja, escarmiento, felicidad eterna o un paso adelante: eran películas contadas y a veces censuradas pero sin the end porque la vida continuaba y si uno moría otro quedaba en su cabeza para salir de ella en ocasión más propicia.

    La hago aflorar desde ese entonces, por ejemplo en invierno, sentada a la cabecera de la cama haciendo punto y conmigo pegada a su calor, abrigadas las dos bajo una manta de piel de gato montés con forro de gamuza color tabaco. Aquel era el lugar más caliente de la casa, pared por medio del fogón que se iría apagando a lo largo de la tarde y no se volvería a encender hasta la hora de la cena. Yo me entretenía siguiendo con las manos los dibujos de las pieles, buscando las costuras, sintiendo la suavidad y la belleza y la comodidad reunidos en aquel enorme y pesado cobertor. Volvía a pedirle que me contara y ella hacía un gesto de concesión:

    - Estábamos en Asturias y tu padre no se podía estar quieto: segaba hierba, atendía a las vacas, plantaba higueras o melocotoneros, arreglaba el tejado... Muchos días se iba a cazar con los vecinos al bosque comunal; una vez logró el sólo un oso en el castañar que había por encima del pueblo, aunque lo que más cazaban eran lobos y gatos monteses. Conque a papá le entró el capricho de tener una manta de gato montés, y dice que los otros le dieron las pieles, pero yo creo que también les daría algo de dinero. Así que la mandó hacer, y nos la trajimos para Madrid, y cuando la guerra no quisimos cambiarla por comida, lo mismo que hicimos con los cubiertos de plata que nos habíamos traído de Argentina para regalar pero que cuando decidimos venir aquí pensamos que mejor sería quedárnoslos, y los que cambiábamos eran los botes de leche condensada que nos daba el Socorro Rojo porque Tití estuvo mamando hasta muy mayor...

    Y, por otro ejemplo, la veo hilando unos vellones de lana que de dónde sacaría ella, si descosiendo el colchón o comprándoselos al señor Papaco, o si alguien los habría traído de Asturias. Cardaba las vedijas hasta dejarlas como nubes resecas, y luego giraba el huso a una velocidad pareja a su lengua:

    - Cuando estuve en Asturias hubo unas lluvias que dejaron los caminos muy resbaladizos, y un día, volviendo del prado de la Curuxa, la Perla se despeñó y hubo que matarla; pero el tío Rafael, como la había criado él y la quería mucho, no consintió en probar bocado de su vaca preferida; la tía dice que vio llorar al cuñado, pero yo no me lo creo, porque jamás se le ha visto soltar una lágrima ni echar una risa. El prado de la Curuxa es el más grande de todo el Concejo, y tiene tres pozos y un peral que da las mejores peras del pueblo, pero nunca llegan a madurar porque se las comen los guajes cuando están verdes, de lo ricas que están. Hay también un guindo y varios manzanos, cuando vayas al pueblo tienes que decirle al primo que te lleve, porque está lejos de casa y tu sola no sabrías ir.

    Sus historias se alargaban o se reducían a tenor del tiempo disponible.
    No existía en el mundo rostro más sereno que el suyo cuando se le venía la memoria a la boca.
    Así es como prefiero evocarla, pero vale por hoy.

    domingo, octubre 08, 2006

    1949 LENTEJAS CON HISTORIA

    Ahora hay restricciones; dicen que como es verano no se necesita tanta luz: serán los de los exteriores, porque nosotros tenemos que tener la bombilla del comedor encendida o no se ve tres en un burro. De todas maneras, nos cortan la luz cuando les da la gana: ayer nos pasó cuando estábamos Pili, mi madre y yo escogiendo lentejas y tuvimos que esperar, a ver si volvía, con una vela. Mientras tanto mi madre, como no podíamos hacer nada, nos estuvo contando la historia de cuando ella volvió con mi padre a España desde Argentina.

    Dice que eran novios desde hacía por lo menos cinco años, y allí estaban tan bien, ella de doncella y él de mozo de comedor, aunque en casas distintas. Tenían dinero ahorrado y mi padre incluso había comprado una estancia en Córdoba (la de Argentina) y se iban muchas veces a bailar a la Casa de España y a pasear.

    Un día mi padre recibió una carta porque mi abuelo se había puesto muy enfermo y entonces mi padre dijo que quería verle antes de morir, así que se casaron el día de Navidad y se vinieron a España de viaje de novios. Mi madre pensaba que después se volverían a Buenos Aires, pero como todos los hermanos de mi padre estaban solteros, eran hombres y ya eran muy mayores para encontrar una novia,y en Asturias hereda todo (menos la legítima) el mayor de los que estén casados, ella se dio cuenta enseguida de que iba a tener que quedarse allí a trabajar con las vacas y en los prados y a sacar patatas y a hacerles la comida a todos sus cuñados y no le daba la gana.

    Entonces se fue al cura y le dijo que necesitaba una novia para mi tío Lulo, que ya tenía cuarenta y cinco años y parecía un poco simple por lo tímido que era, aunque cuando se le conoce resulta muy simpático. A mi padre lo de quedarse en la aldea le gustaba, porque si se había ido a la Argentina era para no tener que ir a la guerra de África, no por otra cosa. No pensaba que mi tío pudiera organizar una boda deprisa y corriendo; mira por donde los pocos días el cura llegó diciendo que había una moza huérfana que no quería estar en su casa porque vivía con el hermano y la cuñada, que la trataba como a una cenicienta, y que podían presentarlos, a ver qué pasaba.

    Y pasó que se casaron enseguida. Esto era en el año 1929 y mi padre no pudo enfadarse porque el primero que había engañado a mi madre diciendo que iban a volver a la Argentina había sido él. Entonces discutieron mucho a pesar de que mi madre estaba embarazada de mi hermana Esperanza que después nació muerta: él decía que si volvían era para vivir en la estancia que tenían en Córdoba porque no le gustaba Buenos Aires, y ella que no había nacido para criar vacas y que por eso se había ido de la aldea a los dieciocho años. Al final pensaron que lo mejor sería venirse a Madrid a comprar una plaza de sereno.

    Mi madre se rió mucho mientras nos contaba que le había encontrado novia al tío en un abrir y cerrar de ojos y que ahora tienen dos hijos y son muy felices porque los dos son buenísimos y cuidan de los otros tíos muy bien.

    Luego también nos reimos porque no venía la luz y mi madre dijo que en casa de la señora Colasa seguro que de todos modos mañana también comerían lentejas, pero con carne, y eso quiere decir que es una cochina que echa a la olla las lentejas sin escoger, con todos los bichos.

    (Mi madre era una narradora genuina: he de hablaros más de ella)

    sábado, octubre 07, 2006

    QUÉ COSAS

    Estos días, durante la tensa espera, he coincidido varias veces con mi ex.

    Nuestra relación, en los dieciocho años de separación, ha consistido en conversaciones telefónicas diarias mientras mi hijo era menor, y algunos encuentros ocasionales, la mayor parte de las veces por pura casualidad.

    Hace dos años coincidimos en una manifestación. No le reconocí. Yo fui la primera en sorprenderme: es el padre de mi hijo, estuve muchos años enamorada de él y, aunque fui yo quien rompió la relación, sufrí con su desamor, le eché de menos durante mucho tiempo, dudé sobre lo acertado de mi decisión, quise mantener una amistad que él rechazó, me sentí culpable por el fracaso de todo un proyecto de vida, pensé que había desistido sin luchar lo suficiente, que había sido egoísta y frívola.

    Ahora que me he encontrado a solas con él, sin testigos atentos que pudieran falsear la situación; que he podido observarle en sus relaciones con otros amigos, en sus reacciones ante el dolor ajeno, he entendido definitivamente que hice lo debido.

    No se trata de juzgarle, sino de explicaros lo que he sentido.

    Y he sentido que mi vida con él hubiera sido una falsedad absoluta. Que él no hubiera roto el vínculo por puro convencionalismo. Que hubiéramos sido una pareja feliz al modo tradicional, sin escándalos ni maltrato ni malas palabras ni alegrías ni pasión ni relaciones sexuales ni más historia que un viaje en verano y dónde hubiéramos comprado la segunda residencia.

    He hecho un repaso de lo vivido desde el '88 acá. Nada hubiera sido posible a su lado.

    Y, aunque resulte irónico y no tenga necesidad de decirlo, confieso que, además, hoy por hoy no le hubiera dirigido una segunda mirada si no supiera quién es.

    viernes, octubre 06, 2006

    GRACIAS.

    Hoy es el día siguiente.
    Pusieron todo tipo de impedimentos: deseaban una donación de órganos, que salvarían vidas forma inmediata.
    Donar un cuerpo a una Facultad de Medicina para la investigación era algo que, al parecer, no se había dado nunca en el Hospital.
    A punto estuvieron de torcer la voluntad de Fewis, porque su viuda comenzó a flaquear.
    Afortunadamente, nos mantuvimos firmes, y después de horas resistiendo a la presión, en la Complutense nos informaron de los trámites.
    La investigación también salva vidas, aunque de manera mediata.
    No tendrá sepultura.
    Los familiares cristianos estaban desorientados, pero ya se les explicó tiernamente que, por su parte, podían convocar cuantos funerales desearan, aunque ni Ana ni sus hijas ni sus amigos irían.
    A veces claudicamos a las costumbres por pura pereza; en este caso hubiera sido una traición que él no se merecía.
    Los laicos tendríamos que inventar alguna ceremonia que nos permitiera expresar y canalizar la emoción de la despedida definitiva.

    Gracias a todos por vuestras palabras de cariño, que en casos como este son las más difíciles de escribir o decir, y lo habéis hecho a pesar de todo: no teníais ningún compromiso, ninguna necesidad, y sin embargo os habéis obligado a arroparme porque sí. Sois buena gente.

    jueves, octubre 05, 2006

    FERNANDO, ALIAS FEWIS, ALIAS FERGUSON

    Lo siento: no tengo ganas de escribir: un amigo de toda la vida y vecino desde hace casi treinta años ha sufrido un infarto cerebral y está en coma irreversible.
    Estamos esperando el encefalograma plano de un momento a otro.
    Así son las cosas.
    Ha vivido como ha querido, dentro de los límites que todos tenemos.
    El 3 de diciembre cumpliría 53 años.
    Nos hacía reir con un sentido del humor caústico: era el Roto de nuestra tribu.
    Era un libertario del Atlético de Madrid, aficionado a la cerveza, de verbo superlativo y favores silenciosos.
    No era machista, y lo demostraba cada día.
    Es durísimo hablar en pasado de alguien que oficialmente está vivo aún.
    Dejo escrito que no quería entierro ni funeral, y que se donara su cuerpo a la facultad de Medicina.

    lunes, octubre 02, 2006

    1949 UN CUENTO INACABADO

    Es una manía, ya lo sé, y me la cargo cada vez que mi madre me pilla en esas, pero no puedo remediarlo y, como está cantado que me va a costar unos azotazos, procuro hacerlo cuando mi madre ha bajado a la compra, se echa a dormir la siesta o se va a casa de alguna vecina.
    Me encierro en el retrete. Si en mi casa hubiera otro sitio en donde cerrarse por dentro a lo mejor lo haría allí; como no lo hay, pues, por eso.

    Me siento en la taza y echo el pestillo. Huele mal, a un olor que no es de mi familia: mi madre dice que es de la bajante y por eso no tiene remedio. De todos modos, cuando llevas un ratito ya ni te das cuenta, y entonces empieza a parecerme una habitación de juguete y puedo continuar con mi cuento. Porque siempre es el mismo, aunque lo voy cambiando y añadiendo lo que se me ocurre. Ya no me acuerdo cuándo me lo inventé:

    Es una niña que se pierde en el bosque y no sabe volver, y se encuentra un árbol muy grande que está hueco por dentro, conque se refugia allí para dormir, y al día siguiente se pone a buscar fresas y moras porque tiene hambre, y van pasando los días; prepara el árbol, que es tan grande como mi retrete: hace diferentes pisos y en uno, duerme; en otro, pone una cocinita para guisar; en otro, hace la despensa donde guarda cosas para el invierno, y así. Entonces va recogiendo frutas y setas y castañas y eso, y las lleva a vender a una aldea como la de Asturias y con lo que gana compra las cosas que necesita, y así va aguantando haciéndose mayor y...

    Hoy creía que nadie se iba a enterar, cuando apareció mi madre:

    -- ¿Ya estás encerrada otra vez? ¡Sal de ahí ahora mismo!

    -- Ahora voy, es que estoy haciendo cacas

    -- ¡Te voy a dar yo a tí cacas como no salgas en un minuto!

    Quería terminarme el cuento, así que me callé, pero mi madre no me dejaba porque se puso a rezongar que si esta niña está loca, todos los días se tiene que encerrar, que si venga, que si me iba a dar para el pelo, que si me iba a enterar... Pues no me daba la gana de salir hasta que no se fuera o vinieran el Jose o la Pili, no te fastidia. Mi madre que no la obligara a chillar porque iba a despertar a mi padre, y yo callada, porque me había enfadado.

    --¿Se puede saber qué estás haciendo ahí? ¡Sal de una puñetera vez! ¡Qué castigo de niña, por Dios!

    Pues, no. Si salía, me esperaba una de no te menees, así que a ver si ella tenía que hacer otro recado o salía de la cocina y yo aprovechaba para abrir la puerta y meterme corriendo debajo de la cama y luego ya se le olvidaba. Esperé un ratito hasta que fuera no se oía nada y entonces levanté el pestillo con cuidado y abrí la puerta.

    Allí estaba mi madre, esperándome. Me cogió de un brazo antes de que pudiera escurrirme y me dio una tunda que todavía tengo el culo dolorido. Ahora estoy sentada junto al perchero, tapándome con el guardapolvos de mi padre para que no me vea que digo cosas por lo bajo, y es que si se cree que por cascarme no voy a volver a encerrarme en el retrete, va lista. A nadie más que a mí le dice nada cuando se encierran, y voy a volver a echar el pestillo todas las veces que me de la gana si ella no está: es que no puedo contarme el cuento a gusto si no es allí y entonces a ver qué hago.

    (Menudo filón esta historia para los freudianos. Estuve encerrándome durante años en el dichoso retrete que, además del de la bajante, despedía el olor de los zapatos viejos que se acumulaban en unas baldas de madera colocadas sobre la puerta. En el alféizar del ventanuco que daba al patio siempre había botellas con líquidos prohibidos, como amoníaco y lejía, y en una de las paredes un simple clavo sostenía las hojas de papel de periódico precursoras de los - asesinos al sentir de los ecologistas y nunca bien ponderados por el común de los mortales - rollos de papel higiénico.

    Me pregunto qué extraño impedimento habré tenido para no haber puesto nunca por escrito aquel interminable cuento en el que la niña se independizaba, se auto abastecía y lograba una vida al margen de, y al que nunca puse final.

    Nunca se me ocurrió que su familia pudiera encontrar a la niña perdida.
    Nunca un príncipe pasó por allí a seducirla.
    Nunca se tropezó con un lobo feroz).

    domingo, octubre 01, 2006

    QUE YA SE ME HA IDO EL NIÑO

    Tengo la casa desordenada y vacía. Mi hijo ya se ha marchado: a Murcia (abuela y padre), de allí a Escocia (a cerrar el tenderete) y después a Polonia.

    Estoy en un estado entre la desgana y la mala hostia típico de quien ha de asumir lo que desearía evitar. Andrés está hasta arriba de trabajo; mis dos amigas de apoyar la cabeza a llorar están liadíiiisimas, la una por las obras y la otra por su reciente abuelidad; mi amigo del alma está en el festival de San Sebastián y mi otro confidente anda entre el trabajo y un padre que necesita el resto de su tiempo. No se me da llorar por teléfono. No se me da llorar, en general, pero estoy puteadísima. Ni las plantas ni el blog ni un libro de Umberto Eco - Segundo diario mínimo - que es divertido a conciencia, me quitan las ganas de pelearme con alguien, aunque no sea más que por molestar.

    Digo yo que por qué no se busca una ciudad tranquilita, aquí, en España, en la costa, y se lo montan él y su novia para tener un par de bebés en cuatro años; digo yo que por qué los hijos se empeñan en que su vida es sólo suya y hacen lo que les da la gana, y que éste dé gracias a que yo hice lo propio y por eso; digo yo que por qué no somos todos millonarios y nos pillamos vuelos en bussines cada dos por tres para comer juntos los domingos, hoy en Madrid y la semana que viene en Varsovia. Al menos podía ser yo la millonaria, que sabría administrarlo.

    Menos mal que nos llevamos bien; si encima no nos entendiéramos, sería un espanto.

    Esto de los afectos es un rompe almas. Peste de domingo.
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