LAS HISTORIAS DE MI MADRE
Mi madre aprovechaba cualquier ocasión para dar rienda suelta a su impulso expresivo: o reñía a voces, o murmuraba blasfemias por lo bajo, o discutía furiosamente, o cantaba, o estaba contando algo a cualquier incauto, con preferencia mi hermana Pili o yo misma.
Sus relatos no incluían dioses ni santos ni demonios ni hadas ni brujas ni duendes o cualquier otra entidad sobrenatural. Los protagonistas siempre tenían nombre y apellidos: de la familia, del vecindario, de Asturias o de aquel pasado remoto lleno de abundancia que se llamaba Argentina. Los finales no tenían moraleja, escarmiento, felicidad eterna o un paso adelante: eran películas contadas y a veces censuradas pero sin the end porque la vida continuaba y si uno moría otro quedaba en su cabeza para salir de ella en ocasión más propicia.
La hago aflorar desde ese entonces, por ejemplo en invierno, sentada a la cabecera de la cama haciendo punto y conmigo pegada a su calor, abrigadas las dos bajo una manta de piel de gato montés con forro de gamuza color tabaco. Aquel era el lugar más caliente de la casa, pared por medio del fogón que se iría apagando a lo largo de la tarde y no se volvería a encender hasta la hora de la cena. Yo me entretenía siguiendo con las manos los dibujos de las pieles, buscando las costuras, sintiendo la suavidad y la belleza y la comodidad reunidos en aquel enorme y pesado cobertor. Volvía a pedirle que me contara y ella hacía un gesto de concesión:
- Estábamos en Asturias y tu padre no se podía estar quieto: segaba hierba, atendía a las vacas, plantaba higueras o melocotoneros, arreglaba el tejado... Muchos días se iba a cazar con los vecinos al bosque comunal; una vez logró el sólo un oso en el castañar que había por encima del pueblo, aunque lo que más cazaban eran lobos y gatos monteses. Conque a papá le entró el capricho de tener una manta de gato montés, y dice que los otros le dieron las pieles, pero yo creo que también les daría algo de dinero. Así que la mandó hacer, y nos la trajimos para Madrid, y cuando la guerra no quisimos cambiarla por comida, lo mismo que hicimos con los cubiertos de plata que nos habíamos traído de Argentina para regalar pero que cuando decidimos venir aquí pensamos que mejor sería quedárnoslos, y los que cambiábamos eran los botes de leche condensada que nos daba el Socorro Rojo porque Tití estuvo mamando hasta muy mayor...
Y, por otro ejemplo, la veo hilando unos vellones de lana que de dónde sacaría ella, si descosiendo el colchón o comprándoselos al señor Papaco, o si alguien los habría traído de Asturias. Cardaba las vedijas hasta dejarlas como nubes resecas, y luego giraba el huso a una velocidad pareja a su lengua:
- Cuando estuve en Asturias hubo unas lluvias que dejaron los caminos muy resbaladizos, y un día, volviendo del prado de la Curuxa, la Perla se despeñó y hubo que matarla; pero el tío Rafael, como la había criado él y la quería mucho, no consintió en probar bocado de su vaca preferida; la tía dice que vio llorar al cuñado, pero yo no me lo creo, porque jamás se le ha visto soltar una lágrima ni echar una risa. El prado de la Curuxa es el más grande de todo el Concejo, y tiene tres pozos y un peral que da las mejores peras del pueblo, pero nunca llegan a madurar porque se las comen los guajes cuando están verdes, de lo ricas que están. Hay también un guindo y varios manzanos, cuando vayas al pueblo tienes que decirle al primo que te lleve, porque está lejos de casa y tu sola no sabrías ir.
Sus historias se alargaban o se reducían a tenor del tiempo disponible.
No existía en el mundo rostro más sereno que el suyo cuando se le venía la memoria a la boca.
Así es como prefiero evocarla, pero vale por hoy.
Sus relatos no incluían dioses ni santos ni demonios ni hadas ni brujas ni duendes o cualquier otra entidad sobrenatural. Los protagonistas siempre tenían nombre y apellidos: de la familia, del vecindario, de Asturias o de aquel pasado remoto lleno de abundancia que se llamaba Argentina. Los finales no tenían moraleja, escarmiento, felicidad eterna o un paso adelante: eran películas contadas y a veces censuradas pero sin the end porque la vida continuaba y si uno moría otro quedaba en su cabeza para salir de ella en ocasión más propicia.
La hago aflorar desde ese entonces, por ejemplo en invierno, sentada a la cabecera de la cama haciendo punto y conmigo pegada a su calor, abrigadas las dos bajo una manta de piel de gato montés con forro de gamuza color tabaco. Aquel era el lugar más caliente de la casa, pared por medio del fogón que se iría apagando a lo largo de la tarde y no se volvería a encender hasta la hora de la cena. Yo me entretenía siguiendo con las manos los dibujos de las pieles, buscando las costuras, sintiendo la suavidad y la belleza y la comodidad reunidos en aquel enorme y pesado cobertor. Volvía a pedirle que me contara y ella hacía un gesto de concesión:
- Estábamos en Asturias y tu padre no se podía estar quieto: segaba hierba, atendía a las vacas, plantaba higueras o melocotoneros, arreglaba el tejado... Muchos días se iba a cazar con los vecinos al bosque comunal; una vez logró el sólo un oso en el castañar que había por encima del pueblo, aunque lo que más cazaban eran lobos y gatos monteses. Conque a papá le entró el capricho de tener una manta de gato montés, y dice que los otros le dieron las pieles, pero yo creo que también les daría algo de dinero. Así que la mandó hacer, y nos la trajimos para Madrid, y cuando la guerra no quisimos cambiarla por comida, lo mismo que hicimos con los cubiertos de plata que nos habíamos traído de Argentina para regalar pero que cuando decidimos venir aquí pensamos que mejor sería quedárnoslos, y los que cambiábamos eran los botes de leche condensada que nos daba el Socorro Rojo porque Tití estuvo mamando hasta muy mayor...
Y, por otro ejemplo, la veo hilando unos vellones de lana que de dónde sacaría ella, si descosiendo el colchón o comprándoselos al señor Papaco, o si alguien los habría traído de Asturias. Cardaba las vedijas hasta dejarlas como nubes resecas, y luego giraba el huso a una velocidad pareja a su lengua:
- Cuando estuve en Asturias hubo unas lluvias que dejaron los caminos muy resbaladizos, y un día, volviendo del prado de la Curuxa, la Perla se despeñó y hubo que matarla; pero el tío Rafael, como la había criado él y la quería mucho, no consintió en probar bocado de su vaca preferida; la tía dice que vio llorar al cuñado, pero yo no me lo creo, porque jamás se le ha visto soltar una lágrima ni echar una risa. El prado de la Curuxa es el más grande de todo el Concejo, y tiene tres pozos y un peral que da las mejores peras del pueblo, pero nunca llegan a madurar porque se las comen los guajes cuando están verdes, de lo ricas que están. Hay también un guindo y varios manzanos, cuando vayas al pueblo tienes que decirle al primo que te lleve, porque está lejos de casa y tu sola no sabrías ir.
Sus historias se alargaban o se reducían a tenor del tiempo disponible.
No existía en el mundo rostro más sereno que el suyo cuando se le venía la memoria a la boca.
Así es como prefiero evocarla, pero vale por hoy.
20 Comments:
Qué lindo, qué recuerdos!...
Tu relato me llena de imágenes, de imágenes acogedoras, imágenes de calor y tranuilidada; imágenes de madre y de niños escuchando con atención y expectación...
Lindo, muy lindo.
Un beso grande,
Soltaire
Precioso y entrañable el relato de tu madre, con un conjunto de imágenes que representan un momento histórico.
Por cierto, "guaje" es una palabra no castellana, quizás de origen árabe, que es posible que no sea comprendida por muchos de tus lectores.
guaje= muchacho, chico, niño (o niña), creo.-
¿quien no ha tenido un compañero asturiano en la facultad?
Por cierto, me encanta esta entrada de hoy.-
Soltaire,
treinta años después, mi hijo se pegaba a mi falda para lo mismo.
Ahora, mientras espero nietos...
Pues, eso.
Un besito.
Anónimo,
Qué culto eres, jomío. Y qué asturiano, vaya, :-D
Un beso.
Toxcatl,
Me parece que voy escorando de un lado que no esperaba.
Veremos.
Un beso.
En tu linea.
¿Y las historias se repetían una y otra vez o siempre te contaba una diferente?
Esas mantitas deberían estar subvencionadas como albergadoras de recuerdos tan bonitos.
Un beso guapa
Preciosísimo el post hoy, al menos para mí que soy guaja ;).
A mí me gustaba los domingos por la mañana irme a la cama de mis padres, meterme allí y pedir a mi padre que me contara historiasa ... siempre había algo que contar, siempre. Y a mí me entusiasmaban aquellos cuentos en los que yo veía protagonistas y todo, en mis amaneceres de domingo. (Igual a él no tanto, ahora que lo pienso, que le hacía madrugar para contarme historietas)
Besos.
Mis recuerdos también están nutridos de historias gallegas contadas por mi abuela y mi madre al calor de la lumbre durante las noches de invierno.
Bicos.
Chanchiss,
Un Director General me preguntó una vez qué me había parecido un acto horroroso que había planificado él, y le contesté eso mismo. :DD
Un besito.
Tipo de la Brocha,
Si las repetía, era a petición mía: tenía un baul llenito, jomío.
Un beso.
Glauka,
para mí que a la gente de raiz asturiana nos pierde la afición...
Un beso, nena
Marga,
tú sí deberías estar subvencionada como procuradora de sonrisas, preciosa.
Un beso grande.
Muralla,
no dejes que se pierdan: sería un desastre ecológico. ;)
Un beso.
¿O sea que lo de la Relatividad* es Genético?
Juerl... si se lo llegan a decir a Einstein se salta lo de Correos!
Besos mil.
*(brillantez en la generación de relatos)
Hans,
¡Bonito y original piropo!. Se agradece.
Un beso
Roque,
ya sabía yo que esta historia te gustaría...
Un beso.
Estimada Eulalia: No se hace usted idea de la cantidad de recuerdos adormecidos que me despierta. Todavía conservo un sueter de puralanadeoveja, pero pura. Mi madre hiló la lana, la reviró, hizo madejas y ovillos y luego la tejió. Era precioso verla manejar el huso, yo me quedaba hipnotizada.
Alicia,
eso es exactamente: el giro del huso nos hipnotizaba.
Y más aún las historias.
Un beso.
Pues como en adios Cordera de Clarín. No hace falta mucho más para atrapar
se feliz
HILABA muchas cosas tu madre.
abrazos sónicos,
sergi
Si hay algo que he echado de menos en mi infancia es el hecho de que mis padres me hubieran contado historias así... En ese sentido tuviste mucha suerte.
Besos.
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