Estar de baja médica
Bajo a la calle haciendo un esfuerzo (ayer me pillé un colocón de cuidado, y hoy todavía ando un poco pedo) para comprar tabaco, pan y el periódico.
No me apetece trastear con las plantas. No me apetece leer. No me apetece escribir. Hago una salsa boloñesa para los espaguetis que comeremos mi asistenta y yo: espero que no se me queme mientras tonteo en la blog. Hoy tengo médico y partido, por este orden, y ojalá mi amiga Ana (que está de obras en su casa) no tenga la feliz idea de apuntarse a cenar. Cierto que soy yo la que me apalanco en su casa los domingos, pero a ella le gusta rodearse de todos nosotros - sus hijas, su marido, su hermana, su madre, yo misma, que vengo a ser la tita, la cuñada supernumeraria... - para que alabemos sus guisos y luego echemos la partida mientras sacamos a la palestra los problemas, planes y quisicosas de unos y otros, mientras que para mí, - que no tengo la ayuda inestimable de un marido que, ya que no folla, al menos se levanta después de comer a poner el lavavajillas - organizar comidas para más de uno me supone un suplicio desde que ando con la espalda machacada: no es la cocina en sí: es salir a comprar, venir cargada, cacharrear, barrer y limpiar todo lo que se ensucia, porque el personal no acaba de entender que, si estoy de baja médica, es porque algo tengo, y ese algo está diagnosticado y más que demostrado, y que, si me prescriben reposo y nada de ejercicio, es reposo y nada de ejercicio.
Lo de estar enferma es un aburrimiento. Intento brujulear y hacer como que me apetece hacer todo cuanto hago para rellenar el día, solo que el compás de espera - dos meses mientras me adapto al medicamento, o el medicamento se adapta a mí, y otros dos para ver si la dosis inicial es la adecuada, o hay que modificarla - me está machacando. Necesito saber YA qué va a significar para el resto de mi vida este diagnóstico, y si puedo hacer algo para mejorar, a qué limitaciones concretas me enfrento, y si voy a poder regresar a mi trabajo. Todo el verano en Madrid será como una pesadilla.
Y, encima, Ana insinúa que ella no tendría la "suerte" de ponerse enferma, porque se enfrentaría de inmediato a un despido. No entro en polémicas: llevamos casi cuarenta años de amistad, de modo que, si no quiere acordarse de lo que ella hacía mientras yo acababa la carrera y preparaba -y aprobaba- las oposiciones, pará qué discutir.
Como si la vida de cada cual fuera producto del azar, exclusivamente.
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