1962 MÁS DE LO MISMO
Fidel empezó a ir y venir. Me llamaba, me escribía correos ininteligibles, me enviaba mensajes por el móvil. Estaba desquiciado. Entre viaje y viaje, nos veíamos.
Por mi cumpleaños, me envió un enorme centro floral desde Bruselas.
Cuando regresaba a Madrid, íbamos a comer, a cenar, a la zarzuela, a pasar el día en Toledo, a pasear por Chueca, su antiguo barrio. Hablábamos más de su vida que de la mía, aunque siempre se quejaba de que no le prestaba atención, y acertaba en el sentido de que su discurso no me impresionaba en la manera él pretendía: resultaba tan banal, tan plano, que no podía creer que eso fuera todo. Además, me gustaba el modo en que me miraba, ahora sí, ya, a mí.
Nuestros encuentros eran pugilatos verbales sin ganador, con intermedios en los que nos acariciábamos con los ojos, con las manos, en silencio. No existía asunto en el que pudiéramos ponernos de acuerdo. Sólo me conmovía cuando me explicaba sus crisis nocturnas, el amor por sus hijos, sus frustradas veleidades literarias, o me recitaba algún poema ya escuchado cuatro décadas atrás. Me asustaba cuando ponía en cuestión toda su vida de casado y al mismo tiempo reconocía su dependencia de ese orden doméstico. Me pasmaban sus miedos. Me divertía cuando soltaba discursos surrealistas sobre las calles abarrotadas de frío por donde paseábamos o si, con premeditación, nocturnidad y alevosía, me arrinconaba para soltar exabruptos acerca de lo que un día me iba a hacer cuando me pillara desprevenida. Reproducía las actitudes, las frases, los gestos de entonces. A veces me abrazaba hasta hacerme daño. A veces nos besábamos casi castamente. En ocasiones me provocaba vergüenza ajena, y otras me enternecía. Insistía en que era incapaz de integrar amor y sexualidad, que jamás volvería a amar, ni siquiera a mí; que su vida sentimental estaba destrozada, que no dormía, que yo le volvía loco. Me adjuntaba retazos, sin ilación entre sí, de un libro que pensaba escribir. No intentaba acostarse conmigo, pero tampoco disimulaba su deseo.
Le veía estar, y me preguntaba en dónde guardaría sus verdaderos sueños. No podía creer que hacer dinero se hubiera convertido en la pasión de su vida, que fuera tan convencional, tan a la moda del siglo. Sus pesadillas y los pocos escritos que me enseñó mostraban una contradicción brutal con su trayectoria. Debía sufrir mucho, por la causa que fuere, y a esa percepción me atenía, más que a sus palabras. Y yo había caido en la trampa del querer saber más.
Tenía varios pisos en Madrid, un chalé en Pozuelo, una casa en la Sierra, algunas fincas rústicas esperando recalificaciones, cuentas corrientes en el extranjero, varios coches... Todo a nombre de su mujer, que, naturalmente, no trabajaba desde que se casaron. Los hijos eran unos ejecutivos con mucho futuro. Confesó pasos de frontera con millones en el maletín, sobornos, informaciones privilegiadas... Estaba en la cresta de la ola y se sentía orgulloso de que ni sus hijos ni los hijos de los hijos de sus hijos fueran a pasar hambre gracias a su esfuerzo: en eso había empleado su vida. Fue prudente en los datos concretos, o quizá mintiera.
Mis amigos andaban como moscas, preguntando cómo era el tipo, cómo iba la cosa, qué iba a hacer yo.
Andrés volvió de América. Le había mantenido al tanto de todo. El veinte de diciembre, me hizo saber que esas Navidades no vendría por Madrid: tenía mucho trabajo, sus padres no estaban bien, y toda la familia se iba a reunir, quizá por última vez. Utilizó ese tono distante al que recurre cuando tiene que decirme algo que no me va a gustar, y que yo aborrezco: saca la voz del personaje público equilibrado y educadísimo pero implacable; un discurso tajante, sin apelación posible. Quizá yo quisiera enfadarme, pero tampoco lo hice con más ni menos rabia que en otras ocasiones en las que he sentido que nuestra relación quedaba postergada a lo que él considera obligaciones ineludibles. Me desquicia cuando se pone a la defensiva: le dije que, por mí, como si no volvía. Mi hijo venía a España: yo no pensaba moverme de mi casa. Me apetecía llevar la otra historia hasta donde diera de sí, esa es la escueta verdad; los tres estábamos al cabo de la calle y actuábamos en consecuencia, supongo.
Y lo que estáis queriendo saber desde el principio del post es si terminamos en la cama: pues, terminamos en la cama, ha llegado el momento de decirlo, aunque esa es una frase deliberadamente ambígua que requiere explicación por mi parte, una explicación elaborada ahora, casi un año después.
(¡Ah!, Por cierto, y antes de continuar: Andrés tampoco es un santo, pero no estoy hablando de su vida, sino de la mía).
Por mi cumpleaños, me envió un enorme centro floral desde Bruselas.
Cuando regresaba a Madrid, íbamos a comer, a cenar, a la zarzuela, a pasar el día en Toledo, a pasear por Chueca, su antiguo barrio. Hablábamos más de su vida que de la mía, aunque siempre se quejaba de que no le prestaba atención, y acertaba en el sentido de que su discurso no me impresionaba en la manera él pretendía: resultaba tan banal, tan plano, que no podía creer que eso fuera todo. Además, me gustaba el modo en que me miraba, ahora sí, ya, a mí.
Nuestros encuentros eran pugilatos verbales sin ganador, con intermedios en los que nos acariciábamos con los ojos, con las manos, en silencio. No existía asunto en el que pudiéramos ponernos de acuerdo. Sólo me conmovía cuando me explicaba sus crisis nocturnas, el amor por sus hijos, sus frustradas veleidades literarias, o me recitaba algún poema ya escuchado cuatro décadas atrás. Me asustaba cuando ponía en cuestión toda su vida de casado y al mismo tiempo reconocía su dependencia de ese orden doméstico. Me pasmaban sus miedos. Me divertía cuando soltaba discursos surrealistas sobre las calles abarrotadas de frío por donde paseábamos o si, con premeditación, nocturnidad y alevosía, me arrinconaba para soltar exabruptos acerca de lo que un día me iba a hacer cuando me pillara desprevenida. Reproducía las actitudes, las frases, los gestos de entonces. A veces me abrazaba hasta hacerme daño. A veces nos besábamos casi castamente. En ocasiones me provocaba vergüenza ajena, y otras me enternecía. Insistía en que era incapaz de integrar amor y sexualidad, que jamás volvería a amar, ni siquiera a mí; que su vida sentimental estaba destrozada, que no dormía, que yo le volvía loco. Me adjuntaba retazos, sin ilación entre sí, de un libro que pensaba escribir. No intentaba acostarse conmigo, pero tampoco disimulaba su deseo.
Le veía estar, y me preguntaba en dónde guardaría sus verdaderos sueños. No podía creer que hacer dinero se hubiera convertido en la pasión de su vida, que fuera tan convencional, tan a la moda del siglo. Sus pesadillas y los pocos escritos que me enseñó mostraban una contradicción brutal con su trayectoria. Debía sufrir mucho, por la causa que fuere, y a esa percepción me atenía, más que a sus palabras. Y yo había caido en la trampa del querer saber más.
Tenía varios pisos en Madrid, un chalé en Pozuelo, una casa en la Sierra, algunas fincas rústicas esperando recalificaciones, cuentas corrientes en el extranjero, varios coches... Todo a nombre de su mujer, que, naturalmente, no trabajaba desde que se casaron. Los hijos eran unos ejecutivos con mucho futuro. Confesó pasos de frontera con millones en el maletín, sobornos, informaciones privilegiadas... Estaba en la cresta de la ola y se sentía orgulloso de que ni sus hijos ni los hijos de los hijos de sus hijos fueran a pasar hambre gracias a su esfuerzo: en eso había empleado su vida. Fue prudente en los datos concretos, o quizá mintiera.
Mis amigos andaban como moscas, preguntando cómo era el tipo, cómo iba la cosa, qué iba a hacer yo.
Andrés volvió de América. Le había mantenido al tanto de todo. El veinte de diciembre, me hizo saber que esas Navidades no vendría por Madrid: tenía mucho trabajo, sus padres no estaban bien, y toda la familia se iba a reunir, quizá por última vez. Utilizó ese tono distante al que recurre cuando tiene que decirme algo que no me va a gustar, y que yo aborrezco: saca la voz del personaje público equilibrado y educadísimo pero implacable; un discurso tajante, sin apelación posible. Quizá yo quisiera enfadarme, pero tampoco lo hice con más ni menos rabia que en otras ocasiones en las que he sentido que nuestra relación quedaba postergada a lo que él considera obligaciones ineludibles. Me desquicia cuando se pone a la defensiva: le dije que, por mí, como si no volvía. Mi hijo venía a España: yo no pensaba moverme de mi casa. Me apetecía llevar la otra historia hasta donde diera de sí, esa es la escueta verdad; los tres estábamos al cabo de la calle y actuábamos en consecuencia, supongo.
Y lo que estáis queriendo saber desde el principio del post es si terminamos en la cama: pues, terminamos en la cama, ha llegado el momento de decirlo, aunque esa es una frase deliberadamente ambígua que requiere explicación por mi parte, una explicación elaborada ahora, casi un año después.
(¡Ah!, Por cierto, y antes de continuar: Andrés tampoco es un santo, pero no estoy hablando de su vida, sino de la mía).
20 Comments:
Estas son cosas curiosas. De repente alguien vuelve de tu pasado y la vida parece volverse loca y una no sabe si realmente le sigue gustando o no, hasta donde interesa y que es lo que importa de lo que pase... En fin Lula, que así es la vida y punto. Y lo que hicieras, bien hecho está, sin duda... Realmente si acabasteis o no en la cama, no es lo que más me interesa de esta historia. En realidad me importa más como afectan los fantasmas, como revuelven, que conclusión dejan y que sabor en la boca... Será que en mi vida también hay mucho fantasma suelto...
Besos
Queridísima Eulalia:
Esta, la tuya, es una historia que no queremos que acabe. Como Esther hhh, no me importa (casi) si terminásteis o no encamados. Es el refocilo de la espera lo que me inquieta y me atrae. Algún final habrá tenido el caballero éste, don Fidel; pero, por favor, aunque has declarado que no inventas, por lo menos no nos ahorres detalle.
Besos,
Eleuterio.
Puff, seguro que hoy es inquilino de un edificio de apartamentos en Alhaurín de la Torre, o similar.
La verdad es que a lo apasionante de tu relato, le sumaba la curiosidad sobre qué pasaba con Andrés. Quizá porque el primer post que leí de este blog fue uno dedicado a él, no entendía entonces que hubieras sido capaz de mantener una situación así. Pero comprendo ahora que dos adultos pueden elegir con libertad el camino de su relación. En fin, que esto no es un juicio pues evidentemente, no soy quién.
Un saludo y felicitaciones por escribir tan espléndido ;))
ESTHER 4H
Puedes estar segura de que la reaparición de Fidel fue un choque para mí que ríete tú del terremoto de San Francisco...
Un beso.
CÓNSUL,
sabes que cuando tenemos una historia entre manos, ya no sirve lo que pensabas que podría ser, sino que empiezas a dejarte manejar por un ritmo que es tuyo, sin duda, pero mediatizado por cuestiones que no habías ponderado en un principio.
Siento que a algunos lectores les disgusta que me esté alargando tanto, pero ya pregunté en su momento, y ahora no puedo cerrar el episodio con un par de sentencias.
Me alegro de que a tí, al menos, te esté gustando.
Un beso.
ALICIA,
No creo que Fidel vaya de "inquilino" a ninguna parte. Como mínimo, dueño del apartamento - santa interpuesta - o del inmueble. ;D
Un beso.
CAPERUCITAZUL,
Me sorprende que encuentres "apasionante" el relato. A mí está pareciendo más bien una fábula moral ;DD
Un beso.
Fidel tiene un nombre equívoco: hace cuarenta años preocupado por su virginidad y el año pasado corneando impunemente a su mujer. Porque yo soy de los que pienso, carca de mí, que eso, con cama o sin ella, son unos cuernos en toda regla. Espero seguir pensando lo mismo dentro de treinta años y no haberme convertido en una veleta a merced de los tiempos como Fidel para entonces.
Supongo que, en el fondo, es que hay personas a las que les sobra mucha gente (como yo) y hay otras a las que siempre les falta.
Me parece curioso (y digo curioso y no bien mal regular o fantástico) como a un tío que queda como un gilipollas en toda la dimensión de la palabra, le siguieras el rollo.
Y dentro de la vena curiosa yo me preguntó sin necesidad de respuesta.
¿Por qué?
Se feliz
Y no nadie es un santo. Están todos en un cielo de cuya existencia dudo
Eulalia como nos leíste el pensamiento a todos. Pues sí, yo también quería saberlo, seguro el tipo del parking también.
La represión de años atrás alivianada en los cines y en los rincones, de alguna manera tenía que encausarse.
Es rarísimo todo esto, gracias por compartir con tanta honestidad tus vivencias.
abrazo!
Eulalia como nos leíste el pensamiento a todos. Pues sí, yo también quería saberlo, seguro el tipo del parking también.
La represión de años atrás alivianada en los cines y en los rincones, de alguna manera tenía que encausarse.
Es rarísimo todo esto, gracias por compartir con tanta honestidad tus vivencias.
abrazo!
Este relato es como los viejos seriales de la televisión. Uno siempre se queda con ganas de saber qué pasará en el siguiente capítulo.
POW,
Fidel es una máscara, evidentemente. Es mi responsabilidad.
Un beso.
MAGO,
es probable que, si yo fuera una buena escritora, estuviera contestando a un comentario tuyo muy diferente. Yo soy la culpable de que Fidel aparezca tan sólo como un gilipollas.
Con todo, daría bastante ( no cualquier
cosa, no todo) por tener la imaginación que me hubiera permitido inventar esta historia.
Un beso. :)
ROXI,
Gracias por entenderlo así.
Un beso, mi niña.
TIPO DE LA BROCHA,
Recuerda que, desde el principio, dije que esto era un culebrón...
Un beso.
MAGO,
Ahora creo que no entendí bien tu comentario, ¿querías decir que los santos viven en un cielo dudoso? :DDDD
Un beso.
"Utilizó ese tono distante al que recurre cuando tiene que decirme algo que no me va a gustar, y que yo aborrezco: saca la voz del personaje público equilibrado y educadísimo pero implacable; un discurso tajante, sin apelación posible"
igualito igualito que lo que hacía mi ex-maridito.. :P
Eulalia, perdón por la tardanza, tienes ya otro capítulo. Pero es que lo leí demasiado deprisa y es de las veces que te apetece entretenerte. El personaje de Fidel (no digo la persona, sino cómo lo muestras) me parece interesantísimo. Es como las buenas películas francesas en las que los personajes son lo que hacen, y no lo que dicen. Y sus charlas, sus intenciones, su jactanciosidad son sólo máscaras para una juego adolescente. Seguro que la vivencia tuvo que ser impresionante, de necesitar mucho tiempo para asentarla en la mente y digerirlas.
Agradezco también la sensibilidad y la sensualidad, y que no se haya convertido ni en la Asignatura Pendiente, ni en el Sueño de una noche de verano de Woody Allen. Lo siento, está tan bien escrito que se me olvida que es tu vida y que realmente la viviste.
Me quedo sin palabras.
Un beso
De nuevo me dejas sin palabras con tu lúcido análisis del homo sapiens. Fidel me produce sentimientos contradictorios, también pena y ternura.
Un beso
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