1962 LA ACADEMIA
Mi Rubicón no fue negarme, en diciembre del 62, a casarme con Alfredo; quemé mis barcos el día de enero de ese mismo año que tomé la decisión de entrar en aquella Academia a preparar Preuniversitario. Negocié con mi madre un reparto de mi sueldo, de manera que yo me quedaba con la mitad y asumía mis gastos, incluída la pasta de dientes, el champú, la ropa y el transporte; de esos fondos pagaba las clases.
Era un sitio infame, un piso en un edificio junto a Tribunal, techos altos con molduras de escayola, puertas de madera maciza destrozada por las termitas, suelo de baldosas grises y negras, un balcón a la calle por aula y amarillentas bombillas de pocas alumbraderas. Nadie sabía cuántas materias se impartían en aquel antro, aunque la sospecha más fundada era que se improvisaba según demanda, con profesores pluriempleados y paga escasa.
El horario de Preu era de seis a diez, así que siempre me perdía la primera clase, y los compañeros me pasaban los apuntes. Siempre andaba con el agua al cuello, entre traducciones de la Iliada y la Eneida, los comentarios de texto, el inglés, la Filosofía y demás; era allí, sin embargo, en donde quería estar, y lo tuve bien claro desde el primer momento. Me sentía tan desubicada como en cualquier otro ambiente, pero percibía que mis intereses tenían que ver con todo lo que se cocía por aquellos pasillos, un hervidero de gente joven de clase media y media baja empeñada en superar el horizonte que se les presentaba y que, sobre todo, leía. Y se comentaba lo que se leía. Las conversaciones estaban plagadas de términos que yo conocía sólo por haberlos leído y, algunos de ellos, ni siquiera. Se mencionaban como imprescindibles autores de los que no había oído hablar en mi vida. Se recomendaban películas. Iban al teatro. A veces se oían frases subversivas. Salían en grupos los fines de semana.
Empecé a entender que mis intuiciones acerca de futuros no escritos eran algo más que meras fantasías de muchachita con ínfulas: estudiar, aprender, saber, no eran deseos enfermizos por irrealizables. La Universidad estaba en este mundo, no sólo en el cine o la televisión: estudiar una carrera tenía más que ver con mi voluntad que con el hecho de haber nacido en tal o cual familia. Barajaba opciones que en lo más íntimo reconocía como irreconciliables con una vida junto a Alfredo. Las tardes de los fines de semana eran paréntesis de aburrimiento que había de soportar mientras llegaban los lunes.
Fui adoptada por una ecuatoriana cuyo padre, español, había regresado con la familia buscando mejores perspectivas para su hija. Cuando Alfredo se marchó a Alemania nos hicimos íntimas. Estaba desesperadamente enamorada de un aspirante a perito industrial que jugaba con ella al escondite, y era amiga de casi todos sus compañeros. Uno de ellos era Fidel, ese muchacho nervioso, recitador de versos ajenos - Machado, León Felipe, Miguel Hernández, Lorca - que se inventaba historias sobre la marcha, me hacía reir, me prestaba libros, me retaba a dejar a mi novio.
Era feo de una manera que me resultaba atractíva: pálido y delgado, parecía siempre a punto de caer enfermo, salvo por su prodigiosa vitalidad. Salíamos con varios profesores y compañeros: al teatro, de mesones, de tertulia al Café Comercial. Luego me acompañaba a casa y por el camino criticaba abiertamente mi cobarde actitud de novia desencantada e hipócrita. No podía explicarle mis escrúpulos religiosos, aunque él era, además de crítico con el régimen, un católico practicante.
Milagrosamente, los exámenes de junio me fueron propicios, y me encontré con un título que me capacitaba para matricularme en cualquier carrera. Entonces empecé a escribir mentalmente la carta en la que rompía con Alfredo.
Era un sitio infame, un piso en un edificio junto a Tribunal, techos altos con molduras de escayola, puertas de madera maciza destrozada por las termitas, suelo de baldosas grises y negras, un balcón a la calle por aula y amarillentas bombillas de pocas alumbraderas. Nadie sabía cuántas materias se impartían en aquel antro, aunque la sospecha más fundada era que se improvisaba según demanda, con profesores pluriempleados y paga escasa.
El horario de Preu era de seis a diez, así que siempre me perdía la primera clase, y los compañeros me pasaban los apuntes. Siempre andaba con el agua al cuello, entre traducciones de la Iliada y la Eneida, los comentarios de texto, el inglés, la Filosofía y demás; era allí, sin embargo, en donde quería estar, y lo tuve bien claro desde el primer momento. Me sentía tan desubicada como en cualquier otro ambiente, pero percibía que mis intereses tenían que ver con todo lo que se cocía por aquellos pasillos, un hervidero de gente joven de clase media y media baja empeñada en superar el horizonte que se les presentaba y que, sobre todo, leía. Y se comentaba lo que se leía. Las conversaciones estaban plagadas de términos que yo conocía sólo por haberlos leído y, algunos de ellos, ni siquiera. Se mencionaban como imprescindibles autores de los que no había oído hablar en mi vida. Se recomendaban películas. Iban al teatro. A veces se oían frases subversivas. Salían en grupos los fines de semana.
Empecé a entender que mis intuiciones acerca de futuros no escritos eran algo más que meras fantasías de muchachita con ínfulas: estudiar, aprender, saber, no eran deseos enfermizos por irrealizables. La Universidad estaba en este mundo, no sólo en el cine o la televisión: estudiar una carrera tenía más que ver con mi voluntad que con el hecho de haber nacido en tal o cual familia. Barajaba opciones que en lo más íntimo reconocía como irreconciliables con una vida junto a Alfredo. Las tardes de los fines de semana eran paréntesis de aburrimiento que había de soportar mientras llegaban los lunes.
Fui adoptada por una ecuatoriana cuyo padre, español, había regresado con la familia buscando mejores perspectivas para su hija. Cuando Alfredo se marchó a Alemania nos hicimos íntimas. Estaba desesperadamente enamorada de un aspirante a perito industrial que jugaba con ella al escondite, y era amiga de casi todos sus compañeros. Uno de ellos era Fidel, ese muchacho nervioso, recitador de versos ajenos - Machado, León Felipe, Miguel Hernández, Lorca - que se inventaba historias sobre la marcha, me hacía reir, me prestaba libros, me retaba a dejar a mi novio.
Era feo de una manera que me resultaba atractíva: pálido y delgado, parecía siempre a punto de caer enfermo, salvo por su prodigiosa vitalidad. Salíamos con varios profesores y compañeros: al teatro, de mesones, de tertulia al Café Comercial. Luego me acompañaba a casa y por el camino criticaba abiertamente mi cobarde actitud de novia desencantada e hipócrita. No podía explicarle mis escrúpulos religiosos, aunque él era, además de crítico con el régimen, un católico practicante.
Milagrosamente, los exámenes de junio me fueron propicios, y me encontré con un título que me capacitaba para matricularme en cualquier carrera. Entonces empecé a escribir mentalmente la carta en la que rompía con Alfredo.
34 Comments:
La verdad es que el antro suena maravilloso, no me extraña que quisieras estar, guapa.Hasta la escayola pocha y la bombilla amarilla tienen su charme.
Yo sí que me siento un muchachito con ínfulas al leerte... El río Rubicón, el juego de palabras con lasciami...
Es lo que dice Marga, esta historia desprende encanto. Evoca un pasado en el que todo estaba aún por descubrir. Obliga a soñar.
Cuando las cosas parecen en contra y luchamos por algo que realmente deseamos, el triunfo siempre sabe mejor.
Y cuando de repente nos encontramos con nuestro verdadero destin, con aquello que realmente deseamos para nuestra vida, hasta el antro más cutre parece un palacio...
Pobre Alfredo, nunca descubrió a la verdadera Eulalia.
Besitos
MARGA,
El edificio ha sido rehabilitado y han debido de vender los pisos a tropecientos mil.
No puedo pasar por delante sin echar una mirada al ático...
Un besín.
POW,
Me alegran el alma ciertas respuestas que me devuelven el entendimiento de lo que yo quería reflejar al escribir.
Y eso es lo que desea todo aquel que escribe, sea aficionado o profesional, ¿no?
Un beso, mi chico.
ESTHER, 4H,
Maldita la gana que Alfredo tenía de conocer a la verdadera Eulalia. No le interesaba lo más mínimo...
Un beso.
Y yo que me paso por aqui para leer un rato y me he quedado con las ganas de que hubieras escrito, ya, mas.
Los ultimos posts enlazan con ritmo endiablado! Y de paso dibujas, detalle a detalle, un nuevo personaje en mi memoria..
Gracias!
no veo la hora de que escribas el proximo capítulo... maravilloso!
Cuando uno elige caminos lejanos, se encuentra rodeado de incertidumbres y miedos, es entonces que uno se aferra a los seres que, aunque no los querramos realmente, resultan compañìa.
Cuando vemos luz al final del túnel, nuestra perspectiva cambia y podemos pensar mas en nosotros mismos como seres individuales. Y es en ese momento cuando pateamos el tablero, y jugamos nuestro nuevo juego.
Espero que nuestras deciciones sean las correctas, las tuyas nos enteraremos en el próximo post (será pronto, verdad???) y las mías... falta para mucho para saberse.
Saludos
¡¡Diciciones!! ¡¡Odio mis errores de ortografía!! Y ese "para" fuera de lugar... ¡¡me irrita!!
Espero sepan disculparme... Parece ser que leo a Cassiopeia cerca y me tiemblan las manos y las neuronas mas de lo normal...
Mas Saludos
jajajajajajajajaja diciciones...
Eulalia bórreme de estos comentários y elimíneme de su lista de contactos... me doy vergüenza... jajajajaja
Besos
Viajero mimado,
No elegí al azar el año 1962: fue un año decisivo para mí, y eso es lo que intento transmitiros.
Me alegro de que el personaje vaya tomando forma...
Un besuco
Cassiopeia,
gracias por el elogio: es como un "cura sana" para mi patológica inseguridad.
Un beso.
KAITOS,
no era compañía lo que me faltaba entonces, y el verbo "aferrar" no se corresponde exactamente con la relación que me mantenía unida a Alfredo.
Siento no haberlo explicado mejor.
Un beso.
Que bien expresada está esa voluntad de elegir tu camino.
Una época terrible, pero sus cosas buenas tuvo.
Hoy, ese ambiente de la Academia preuniversitaria ya no existe en ningún lado. Que yo sepa.
Estamos más cómodos.
Vaya, que convulso parece todo en esa academia!!! y prohibido!!!
Es decir, de lo mas atractivo que podia haber en esa epoca en esa ciudad en esas circunstancias; menos mal que dejaste a Alfredo.-
Alfredo también era persona. Compadezcámonos de él por lo que perdió.
Yo juraría haber escrito algo aquí ayer ... espero que blogger ya esté bien saciado, que anda que no está tragándose ulitmamente palabras de todos ;) ... dicho lo cual, a lo mío:
Que me gusta mucho seguirte así, tiempo a través, ver de dónde vienes y a donde ibas, por donde pasaste y lo que no querías (que es caasi más importante que lo que uno quiere). Aquí ya sabías algo de lo que no querías, y eso te abría puertas ... ni idea probablemente de lo que había al otro lado, pero ganas de pasar sí ... y menos mal anda, que sino no estaríasmo hoy aquí disfrutándote;).
Me encanta cómo dibujas el ambiente. Me siento identificado en las ansias, pero, lo que recuerdo de mi COU es un páramo intelectual. Sólo recuerdo una tarde hablando de Wham (yo no sabía quién era George Michael) y de Rosa Regás. No tuve una mala clase, supongo. Pero la universidad tampoco fue mejor. Me siento un bicho rarísimo. Excepto en unas pocas ocasiones. Esta es una de ellas. Gracias Eulalia.
LULA,
me impresiona que personas como tú me echen este tipo de piropos. :)
Un beso.
GRANPITUFO,
las cosas buenas de aquella época las fabricábamos nosotros...
Un beso.
TOXCATL,
para mí era el novamás; había más y mejores lugares, supongo, pero no estaban a mi alcance.
No me quejo, después de todo.
Un besuco.
TIPO DE LA BROCHA:
Sin duda. Todos somos personas. Unos más que otros. Y unos nos lo curramos más que otros.
Y no se perdió nada: nadie pierde lo que no tiene...
Un beso.
PROPAGANDHI:
Gracias a tí. Desde el fondo.
Gracias.
Un beso.
Yo estoy enganchadisimo a tu vida! porque tienes mucho que contar y por cómo lo cuentas. Me encanta!
Atractivamente cutre esa academia.
Todo el ambiente, Fidel incluído, de lo más atrayente ;)
Entonces la novia desencantada e hipócrita se decidió a romper con alfredo, y a jugarse por hacer eso que de verdad quería.
¿En qué carrera te matriculaste Eulalia?
Psicología altiro, o pasaste por otras antes?
Quiero saber, te sigo leyendo.
Abrazo!
MIRTHO,
Muchas gracias por tu elogio, aunque, ¡si no tuviera nada que contar, a mi edad...!
:D
Un beso.
ROQUE,
Pues digo yo que el Alfredo se casaría con una moza estupenda, que le tendrá la casa como los chorros del oro y le habrá dado cuatro hijos maravillosos hispano alemanes.
No era un señor para andar llorando por las esquinas el amor perdido, me parece a mí.
Un beso.
FLORECILLA,
para mí, el palacio de la sabiduría. Claro que, desde donde venía yo...
Un beso, preciosa.
ROXI
No adelantemos acontecimientos, que todavía hay mucho que contar antes...
Un besito.
- Negociaste bien la aceptación de tu volentad con tu madre - quizás perdiendo ganabas ...
Tampoco te afectó el "lugar infame" - cualquier lugar es bueno para realizar sueños .
Y además tenías tiempo para divertirte ... Buenísimo !.
Algo así como una Superlula de animé moderno ...
Me gustás .
Puedo imaginarte frente a las puertas del mundo con toda la vida por delante y la determinación de haber cogido las riendas :)
Es una maravilla recuperar el tiempo perdido y ponerme al día de los acontecimientos pasados.
Un abrazo muy fuerteee
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