• quintadel44: febrero 2007

    lunes, febrero 26, 2007

    1972 HUIDA

    No es cierto que en la playa nadie me hiciera caso, sino que me escurría de todos los anzuelos como una anguila, y visto desde ahora creo que actué con inteligencia, al menos en ese aspecto, solo que era una situación insostenible.

    Me odio a mí misma cuando estoy de mal humor, sin recursos para superarlo ni nadie con quien compartir mi rabia. Ex quedaba al margen de mis desventuras, dispuesta como estaba a que en nuestra relación las zonas pantanosas fueran evitadas con todo cuidado: ya entonces había aprendido a confundir la necesidad de comunicación con la debilidad, y bajo ningún concepto deseaba mostrar ante él una imagen de mujercita necesitada de protección, ni siquiera por carta.

    Ese revoltijo de sentimientos explica en parte - sólo en parte - que un mediodía, mientras estábamos almorzando la consabida multitud, explotara por una cuestión absurda:

    -- ¡Estas chuletas están asquerosas, son pura grasa!

    Micaela, cuya madre - europea de cultura musulmana - tenía proscrito el cerdo de la dieta familiar, se encargó de responderme inadecuadamente:

    -- Pues, hija: a mí me parece que están riquísimas.

    Podía haber contestado de cien mil maneras diferentes; por ejemplo, que ella no las pagaba. Podía haberme reído, haber iniciado una discusión sobre las tiranías maternas y sus consecuencias, podía... Evalué la situación y comprendí que cualquier cosa que yo dijera estaría fuera de lugar: una panda de niños bien que en septiembre tendrían la asignación familiar segura no eran los oídos adecuados para mis tribulaciones económicas, así que tuve una salida de escena espectacular, levantándome de la mesa en silencio, entrando en el chiringuito, tomando de la caja el dinero exacto para el billete de tren y un taxi, recogiendo mis cosas y plantándome de vuelta en Madrid.

    El resto del verano lo pasé haciendo encuestas a domicilio. Al menos, los fines de semana podía disfrutar de Ex, y nadie se aprovechaba de mi trabajo para unas vacaciones en la playa.

    (Peter y Mariche tuvieron un niño y se separaron a los dos años; él va por la tercera o cuarta pareja, ella terminó medicina y desapareció en algún hospital de la periferia. Micaela la guapa no ha tenido suerte en sus relaciones sentimentales. No sé qué fue de Leonor y su marido. El Maseri se casó con una monja que conoció en la Facultad, tuvieron dos niñas, se fueron a Jordania y ella regresó con sus hijas al poco tiempo y con intención de quedarse. Volví a Algeciras doce años más tarde, con Ex y nuestro hijo, empeñada en pasar unos días en el mismo camping, pero nada era igual. De todos modos, fue estupendo estar allí con mis chicos.
    Ese año conocí la costa gaditana al completo: Tarifa, Zahara, Barbate, Bolonia, Caños de Meca, Conil..., incluso cruzamos el Estrecho hasta Ceuta.
    No me gusta dejar cabos sueltos, en la medida de lo posible)

    martes, febrero 20, 2007

    HUERFANITA

    La luna se escondía detrás del Peñón hasta después de oscurecido. Luego se hacía ver para dar verosimilitud a las inagotables historias de terror que Maseri nos contaba después de la cena en ese español entrecortado de los arabíes. Era guapo, el Maseri. Alto, guapo y misterioso, el jodido.

    La mar calma; la playa sin más habitantes que nuestro grupo dando cuenta de la comida sobrante del día y del alcohol comprado - vermú, vodka, anises - que los clientes no solicitaban; el bochorno que desprendía la arena remojada con la marea nocturna y, más que nada, confieso, el cruce de fero(z)monas, agotaban mi paciencia. Temía la noche.

    Mariche y Peter; Micaela y el príncipe; Leonor con cualquiera que estuviera a mano entre semana y con su novio los sábados. Todos se iban retirando y yo terminaba durmiendo casi al raso, escuchando jadeos que intentaban ser discretos primero y luego se desmadraban de manera que me hacían temer que el camping entero se soliviantara ante el escándalo. Lula, estás casada. Lula, Ex anda en las milicias universitarias, no se merece una frivolidad por tu parte; si estuvieras en Madrid todo sería diferente, caray qué pesaditos se ponen con el asunto del sexo.

    Menos Peter, que era paticorto, miope, rubio desteñido y demasiado intelectual marxista leninista, todos me gustaban: Maseri el primero, aunque su encanto era más bien temible; el novio de Leonor era comprensivo, moreno, relajado y con sentido del humor; sus compañeros tenían un puntito que ahora no recuerdo exactamente pero no obstante; al gaditano le tenía gato por habernos metido en el embolado, pero hasta él, a veces, y eso que era bajito y malencarado.

    A mediados de julio, una noche Mariche agarró con una mano una botella de vermú y con la otra mi cintura y me arrastró dentro del chiringuito, a la luz de un camping gas, para hablar de Ex, dijo. Se daba el caso de que ella también había hecho un viaje por Europa con él, años atrás, o quizá fuera otro el motivo. No recuerdo cómo acabó la conversación, sólo la puñetera luna llena en el centro del cielo de la bahía, El Peñón a mi izquierda y el mar al frente cuando salí del kiosko y me metí vestida en el agua. No estaba jugando. Los demás hacían tertulia. Oí cómo Micalea decía pues no sabe nadar y el agua le está llegando ya a las tetas y pensé, es verdad, pero como si no fuera conmigo.

    No era por Ex. Tampoco tenía intención de morirme: nadie se toma media botella de vermú para suicidarse. Sólo quería que me hicieran caso, llamar su atención, organizar una escandalera, mandarles a todos a la mierda, atreverme a llamarles panda de gorrones o que alguien aprovechara la borrachera para seducirme, en fin.

    Fue Maseri, que tampoco sabía nadar, quien terminó por meterse a por mí, y salí agarrada a él llorando; pero, en lugar de someterme a su abrazo, no bien pisamos la playa me liberé y salí corriendo a lo largo de la orilla: sentía una lástima tremenda de mí misma, así que me senté a unos doscientos metros del grupo y me puse a cantar el conocido cha cha chá:

    Huérfana, huérfana soy,
    Yo soy,
    La huerfanita.
    Yo no tengo ni padre, ni madre...

    (Si: ya sé que es de Antonio Machín y que el original es "El Huerfanito", ¿qué queréis?, esa es la que me salió del alma).

    Permanecí sentada y murmurando con machaconería y resentimiento la dichosa letrita hasta que dos sombras con tricornio y escopeta - o fusil, o lo que llevaran los guardias civiles en aquellos años - se plantaron delante de mí. Uno de ellos me reconoció e informó al otro:

    -- Es una de las del bar. Viven en el camping, gente joven sin peligro.

    Menos mal: los únicos que por aquella época no estábamos en el PC éramos Maseri y yo.

    Fueron discretos. Continuaron su paseo de vigilancia - entonces no había pateras de inmigrantes, pero sí de contrabando de casi todo - y a mí, del susto, se me pasó la cogorza.

    Aquella noche no me enteré de quién dormía con quién.

    CHICA DE ALTERNE

    El siguiente verano, y después de un curso en el que, entre huelgas, seminarios alternativos y demás, sólo me examiné - y aprobé, estaría bueno - la Estadística y la Sociología, en lugar de regresar a Alemania, como hizo Ana con buen criterio, me dejé seducir por Mariche: arrendamos al Ayuntamiento de Algeciras un chiringuito en la playa y nos hicimos emprendedores avant la lettre en el ramo de la hostelería.

    La madre de un amigo nos había convencido de que nos íbamos a hacer de oro vendiendo las hamburguesas de pollo de fórmula exclusiva que ella nos suministraría. En principio éramos cuatro socios: Mariche y Peter - su marido - Leonor y yo. Leonor tenía a su novio (a quien yo ya conocía por ser compañero de ex en Físicas), haciendo la mili en Algeciras.

    Llegamos a finales de junio. Tuvimos que hacer una inversión inicial en vasos, platos, cubertería, servilletas... Os excuso del inventario completo. Ví de refilón cómo la señora preparaba una carne que picaba mezclándola con garbanzos remojados y mucha, mucha hierbabuena. Las probé; me gustaron. Eran de pollo para que los magrebíes que bajaban a pasar las vacaciones a su pueblo no tuvieran escrúpulos en comérselas, nos dijeron. Callaron que los magrebíes llegaban directamente al puerto y no se movían de allí hasta que subían al barco.

    Nos instalamos en el camping que había en el extremo occidental de la playa, en dos tiendas: una la compartíamos Leonor y yo; en la otra se instalaron Mariche y Peter. Nos inscribimos en recepción los cuatro, pero hubo días a lo largo del mes de julio en que llegamos a dormir ( o lo que se terciara ) nueve o diez, a saber: el novio de Leonor, dos compañeros suyos que no tenían familia por allí y tenían pase de pernocta; la hermana de Peter, Micaela; Maseri, un jordano compañero de Mariche que decían que era príncipe o algo así y a quien Micaela intentaba llevarse al huerto, además del hijo de la fabricante de hamburguesas que también era colega de Peter.

    Trabajar, lo que se dice trabajar, sólo trabajábamos la señora, Mariche y yo: íbamos al mercado, fregábamos, cocinábamos, organizábamos, llevábamos las cuentas... Peter se limitaba a sentarse en una de las mesas a la sombra, esperando clientes mientras fumaba bisontes y leía libros marxistas. Cuando el calor apretaba, se daba un bañito y vuelta a refugiarse. Si algún despistado recalaba por allí, era de ver a nuestro amigo - hoy reputado escritor y cineasta - atendiendo al cliente con el pelo chorreando, un trapo de cocina al brazo, descamisado y con el cigarrillo entre los labios preguntando lo de qué desea el señor al más puro estilo de los secundarios de película francesa.

    Los demás comían, bebían y daban la lata de las mil y una maneras que los zánganos pueden darla. Sólo Maseri se ganaba el sustento de la manera que ya os contaré.

    Como las hamburguesas se revelaron como una idea excelente pero impropia de la situación - el objetivo era ganar mucho en poco tiempo - reorientamos el negocio hacia las sardinas asadas durante el día y las copas por la tarde: era un primor vernos de chicas de alterne a las tres, dándole palique al personal para sacar en cubatas lo que no ganábamos con las comidas.

    Dado que el chiringuito carecía de luz eléctrica, la noche era para nosotros y, ¡qué noches, válgame la Caridad!

    domingo, febrero 11, 2007

    ALEGATO

    A partir de ahora, para el mundo de la moda ya no existiremos las mujeres muy delgadas; a mí me resbala, teniendo en cuenta que ya entraba en varias de las categorías que han sido borradas del imaginario fashion (bajita, morena, de más de treinta y cinco años y clase media); lo que me sorprende es que anuncien a bombo y platillo que de la 36 hacia abajo se considerará una medida infantil, y que están realizando un estudio estadístico para comprobar cuáles son las tallas más comunes entre las españolas.

    ¿No suena contradictorio que primero tomen las decisiones y luego hagan el estudio? ¿Y si las españolas, a fuer de menudas de esqueleto, resultamos tener tallas pequeñas? Si, ya sé que a simple vista queda claro que la mayoría es más bien gordita; tampoco la media de edad son los veinte años, y a las que ya hemos duplicado o triplicado esta edad se nos continúa obligando a buscar tienda por tienda pantalones con el tiro alto, jerseys que no dejen el ombligo al aire, camisas que no se ajusten a una cintura que más allá del primer hijo desaparece cruelmente... La encuesta sobre tropecientas mil españolas está sesgada en sus planteamientos.

    El problema de salud pública relacionado con la comida en el mundo desarrollado es el exceso de grasas, de proteínas animales y de hidratos de carbono, no el ayuno. Creo que mueren muchas más mujeres como consecuencia de la obesidad que de anorexia. Creo que el verdadero gran problema sanitario no está en los desajustes psicológicos de las muchachitas que dejan de comer porque se ven gordas, aunque sea imperativo atender su dolencia. No entiendo, por lo tanto, esa repentina irrupción en los periódicos y las televisiones de artículos y reportajes sobre una enfermedad para la que el alarmismo resulta contraproducente.

    El mundo de la moda es un mundo loco, al que sólo debemos atender en la medida en que nos divierta: cuando se convierte en un problema psicológico, lo mejor es acudir al especialista; pero eso no tiene nada que ver con confundir índice de masa corporal y talla: una vasca famélica puede calzarse una 42 y a continuación desmayarse de debilidad, ¿es que nadie ha caído en la cuenta?

    ¿Por qué no se aborda el asunto de una manera global? ¿Por qué las mujeres no nos rebelamos ante la manipulación de una industria que decide qué es lo bello, qué es lo bueno, que es lo saludable? ¿Por qué permito que me digan cómo debo ir vestida y peinada para sentirme deseable? Es como si, para evitar los casos de suicidio, se nos obligara a toda la población a sujetarnos a un canon de alegría, por debajo del cual seríamos rechazados por el resto de la sociedad.

    Estoy harta de que los medios de comunicación, las grandes multinacionales y los poderes públicos se erijan en jueces de lo que es y lo que no es importante para los ciudadanos. Miro a mi alrededor, y con lo que me encuentro cada día es con mujeres gordas, delgadas, informes, curvilíneas, planas, macizas, blandengues, altas, bajas, morenas de pelo liso o rizado, pecosas, jóvenes, viejas, maduras, de edad indefinida, rubias, atléticas, culonas, máximas y mínimas, que llevamos una ajetreada vida de doble jornada en el hogar y en el trabajo asalariado. La anorexia es un problema médico de una minoría, como lo es la úlcera de duodeno. Es estupendo que enseñen a los modistos a elegir modelos que den una imagen saludable, y esta muy bien que se unifiquen los patrones para que, cuando veamos una talla 40, sepamos siempre a qué atenernos, pero ¿qué tiene eso que ver con que de pronto se nos estigmatice a las pequeñas? ¿Por qué no se preocupan, en cambio, del dinero que se gasta la gente joven en comprarse varios modelos por temporada, dejando casi nueva la ropa del año anterior y el bolsillo de los padres exhausto?

    Mi suspicacia me hace pensar que, quizá, la industria de la confección ha caído en la cuenta de que la alta costura les está haciendo un flaco favor: si sólo presentan modelitos para niñas esbeltas, les quedan demasiadas prendas en stock, y, en cambio, se están perdiendo una parte del mercado, la más numerosa, la de las rellenitas con algunos michelines que - desalentadas - dejan de preocuparse por ir a la última. Nada mejor, pues, que cambiar de rumbo diciendo que es por nuestro bien, y hacer la dichosa encuesta para aclararse de lo que tienen que sacar al mercado. Lo cual es aceptable, sin mezclar churras con merinas.

    (¡Ah!, Sissi, la emperatriz austriaca, era anoréxica: no es un problema de nuestros días).

    jueves, febrero 08, 2007

    CAMBIO DE TERCIO

    Pasan los días y no me siento a escribir.

    El blog puede ocupar un tiempo que ahora mismo tengo que medir cuidadosamente. Tampoco la historia de mi matrimonio fluye con la sencillez con que puedo manejar otras historias anteriores; tendría que reflexionar, darle un sentido, encontrar el hilo conductor, y no tengo las ganas. Doy por sentado que terminaré por hacerlo, pero aborrezco sentirme obligada.

    La sinopsis no tiene nada de particular:

    Regresé de Alemania, Ex terminó la carrera, nos fuimos a vivir a Valladolid para que él hiciera la tesina, abominó de la Universidad, volvimos a Madrid porque tuvo que terminar la mili como soldado raso (estaba en una lista negra), yo acabé ese año, encontramos trabajo como licenciados, fuimos en el verano del 74 al Portugal de Grándola, vila morena y de la Revolución de los claveles y en el 75 a Inglaterra, donde quedé preñada. Murió Franco, me echaron del curro a causa del embarazo, y mi hijo nació fuera de la era del dictador.

    Ya está.

    Lo próximo que escriba será sobre el deseo (de la mujer del prójimo o del hombre de la prójima, o de cualquier persona, vaya), la infidelidad (la materialización del deseo), y la decepción.

    Pero no os prometo nada: ni el cuándo, ni el cómo.

    jueves, febrero 01, 2007

    A VECES...

    Confieso: yo también soy adicta a House, y en uno de los capítulos de ayer, un paciente le decía:

    -- Ya veo que usted es de los que creen que para cambiar las cosas hay que ganar siempre...

    Pues, eso: que no; que la consigna que circula por ahí, de que hay que votar a los menos malos para ganarle a la derecha, me parece que estas elecciones me la voy a saltar. Y yo vivo en Madrid, no hablo de otro lugar, que conste.

    Me consolé a mi manera. Cuatro años más aguantando a la Espe y al Gallardón y la izquierda tendrá que ponerse las pilas; total, ¿qué son cuatro años aguantando obras, contemplando el desbarajuste en la sanidad y la enseñanza públicas, viviendo apretujaos porque no hay quien compre o alquile un piso, escuchando cada día las salvajadas que sueltan el Zaplana, el Acebes o el Rajoy en todas las Tv, pero en especial en Telemadrid?

    A mí, que me registren. Total, no hay que ganar siempre para cambiar las cosas: IU no sacará el 5% necesario para obtener representación, y el PSOE en solitario no alcanzará la mayoría absoluta; son tan estúpidos que ni siquiera se plantean una coalición. Son tan arrogantes. que prefieren que los madrileños les demos la espalda.

    Pues, nada: a perder otra vez para cambiar algo... En los partidos de izquierda.

    Lo peor es que hay diferencia entre un gobierno de izquierdas y uno de derechas.




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