• quintadel44: enero 2007

    miércoles, enero 31, 2007

    LLAMADA DE ATENCIÓN

    El 1 de febrero de 2007 participad en la más grande movilización de ciudadanos contra el Cambio Climático. La Alianza por el Planeta (grupo de asociaciones medioambientales) lanza una llamada simple a todos los ciudadanos, 5 minutos de tregua para el planeta: todo el mundo apaga sus velas y luces el 1 de febrero entre las 19:55 y las 20:00h.

    No se trata de economizar 5 minutos de electricidad únicamente ese día, pero sí de llamar la atención de los ciudadanos, de los medios de comunicación y de los que deciden sobre el desperdicio de energía y la urgencia de pasar a la acción.

    Cinco minutos de tregua para el planeta: esto no lleva mucho tiempo, no cuesta nada y mostrará a los candidatos a las elecciones legislativas de junio 2007 que el Cambio Climático es un asunto que debe pesar en el debate político.

    ¿Por qué el 1 de febrero? Ese día saldrá en París el nuevo informe del grupo de expertos climáticos de las Naciones Unidas. Este evento tendrá lugar en el país vecino: no hay que dejar pasar esta ocasión de torcer los proyectos sobre la urgencia de la situación climática mundial.

    Si participamos todos, esta acción tendrá un peso real mediático y político, algunos meses antes de las elecciones.

    ¡Haced circular al máximo esta llamada!

    Amigos de la Tierra

    domingo, enero 28, 2007

    CABREO

    ¿Cómo era la frase?...

    ...Malos tiempos para la lírica...

    O, lo que es lo mismo: Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo me encuentro regular.

    Se acercan las elecciones y, por primera vez en la democracia, no voy a saber a quién votar. Ir, iré; pero es posible que, si las cosas no cambian mucho de aquí a entonces, mi papeleta se quede en blanco.
    Hay que fastidiarse.
    Quién me lo iba a decir a mí.

    La que se ha pasado la vida diciendo que, si no te ocupas de la política, los políticos se ocuparán de ti.

    La que presume de sentido común: léete los programas; vota al que más de acuerdo esté con tus planteamientos y, luego, exige.

    Pero hay algo más.

    Es lo de la credibilidad.

    De acuerdo: si gana la derecha, nos tiraremos otros cuatro años aguantando lo inaguantable, hay que votar aunque sea con la nariz tapada, etcétera, etcétera, etcétera.

    Pues, que ganen. A ver si nos come la mierda de una puñetera vez. No es el cuanto mejor, peor, sino necesidad de que algunos de los actuales representantes de la izquierda se jubilen, nos olviden, nos dejen en paz, nos respeten un poco.

    Qué aburrimiento, Dios mío, qué aburrimiento.

    domingo, enero 21, 2007

    CEVICHE A LA ESPAÑOLA

    El ceviche es un plato tan flexible que hasta se escribe de manera diferente según el país; así, Isabel Allende lo nombra "seviche" en su memorable "Afrodita" y en Perú, al parecer, lo escriben con "b". Lo he comido en varios países y mi consejo es que no lo pidáis en hoteles, porque suelen añadirle, en lugar de tomate, "ketchup", que es como les gusta a los gringos, con lo que resulta una guarrería dulzona.

    Me tomo la libertad, pidiendo mil perdones a los latinoamericanos, de contaros cómo lo hago yo, que viene a ser una versión adaptada al gusto mediterráneo; mantengo el nombre, no obstante, porque no creo que los pequeños arreglos lo traicionen tanto como para no merecerlo. Resulta un plato de sabor vigoroso y exquisito.

    Otra consideración: los ingredientes están pensados para servir de entrante; si pensáis en convertirlo en plato principal, deberéis aumentar a casi el doble las cantidades.


    INGREDIENTES (4 a 6 personas)

    1/2 kg. de almejas
    1/2 kg de gamba arrocera
    1 kg de limas
    2 tomates medianos
    1 pimiento verde no muy grande
    1 cebolleta
    1 pimiento morrón
    1 ramillete de cilantro
    1 vaso (de los de vino) de aceite de oliva

    (También se puede hacer con pescados de carne dura, como la corvina, que está buenísima).

    PREPARACIÓN

    Poned en agua con sal las almejas durante media hora por lo menos, para que suelten la arenilla. Mientras, pelad las gambas, que habrán sido congeladas previamente durante al menos dia y medio por el asunto del anisakis (eso, si no son de las que en la pescadería pone "producto en descongelación, no volver a congelar", en cuyo caso nos habrán ahorrado el trabajo). Haced zumo del kg de limas. Picad la mayor parte del cilantro.

    Yo abro las almejas al calor, es decir: las coloco en una sartén y les doy vueltas hasta que se despegan las valvas, momento en el que las retiro. También pueden abrirse en vivo, si queréis.

    En una ensaladera o fuente alta se colocan las gambas, la carne de las almejas, el zumo de lima y el cilantro. Debe marinarse entre seis y ocho horas, procurando darle alguna vuelta que otra para que el marinado sea homogéneo.

    Justo antes de servir, se pican los dos tomates pelados, el pimiento verde y el morrón y la cebolleta, todo ello en trocitos muy finos. Se sacan del zumo de lima las gambas y las almejas y se mezclan con las verduras en la fuente que se vaya a llevar a la mesa; se añade el aceite de oliva, unas cucharadas (dos o tres, al gusto) del zumo del marinado y, por último, se adorna con la otra mitad del ramillete de cilantro.

    Se sirve en recipientes de salpicón de marisco y se come con cucharita. (En Quito lo servían con palomitas - pop corn - que iban añadiendo al ceviche, pero a mí me resultaba demasiado exótico).

    Se admiten sugerencias.

    viernes, enero 19, 2007

    RESPUESTAS

    No me ha sentado muy bien la vuelta al trabajo, y voy tirando como puedo; se me hace repugnante volver a pedir una baja y estar encerrada las veinticuatro horas, así que procuro descansar lo más posible: ese es el motivo de mi silencio durante esta semana.

    Estoy inapetente para ponerme a escribir, pero vosotros sois un aliciente, un deber, un estímulo, un Pepito Grillo que andáis siempre empujando mi perezosa conciencia bloguera. A veces, cuando estoy dando vueltas en la cama porque la jodida espalda me deja insomne, redacto mentalmente largas respuestas a cada uno de vosotros que luego me siento incapaz de materializar, u olvido, o descarto; pero siempre estáis ahí, es formidable.

    Así que esta es una respuesta conjunta a quienes comentasteis el post anterior.

    (Por cierto: me sorprendió la escasez de respuestas, a pesar de que el contador me indica que el número de visitas no se ha reducido).

    Hacéis hincapié en el asunto de la fidelidad, poniendo en cuestión - relativa, cierto es - su utilidad, su necesidad, su significado y su valor, más aún en las circunstancias de la historieta que os contaba; para mí era pura lealtad: Ex y yo no habíamos abordado nunca el asunto, y no me parecía lógico tomar iniciativas por mi cuenta. Cuando volví tampoco lo hablé con él, por cierto.

    En mi caso concreto - no enjuicio conductas ajenas en este terreno - la fidelidad es connatural al hecho de estar enamorada: puede apetecer un revolcón, pero tampoco es una cuestión de vida o muerte, y en cambio puede derivar en un conflicto: ¿lo cuento, no lo cuento?, ¿cómo me sentiría yo si fuera mi pareja quien anduviera por ahí echándose unos polvos coyunturales sólo porque yo no estaba?

    Quizá no quise abordar aquella aventura por no tener que contarselo después a Ex. Quizá fue para no tener que aceptar que Ex hiciera lo propio. Quizá no me gustaba tanto el alemán.

    Os contaré otras historias que tentaron mi fidelidad a lo largo de mi vida de casada.

    (!Ah!, también está lo de la curiosidad. Queridos míos y, sobre todo, queridas mías: a estas alturas me apasiona saber, completar, cerrar. Puro morbo de lectora, espectadora de películas, voyeureuse de la vida en general y de la mía en particular).

    martes, enero 16, 2007

    1971 DE SOLEDADES

    En Stuttgart tuve que afrontar una prueba de fuego: mi fidelidad.

    Y es que el encargado de la cadena de montaje, alemán alto y rubio como la cerveza, con un cierto aire de analfabeto y una sonrisa dulce como un postre de crema, me hacía ojitos.

    Cada vez que pasaba por mi lado se detenía a empujar la máquina forradora y en un plis plás dejaba dos o tres tapas de guantera finiquitadas. Se las arregló para preguntarme la edad y contestó con admiración "¡Ich glaube nicht!", (creo).

    Se reía de mis esfuerzos por arrastrar las cajas de bombillas.

    Me ofrecía cerveza los viernes por la mañana (Momento en el que los alemanes iniciaban el fin de semana con la única diversión que les conocí: beber hasta caerse de culo).

    Se sentaba cerca de mí - no en la misma mesa, que era de españoles en exclusiva - en la cantina, y no perdía ocasión de mostrarme su dentadura. Me mimaba dentro de unos límites prudentes.

    A mí el señor me gustaba. Me engañaba diciendo que era exactito a Ex, pero en rubio, aunque el único parecido que recuerdo ahora es que hablaba poco. El feeling era puramente sexual, y estoy segura de que tenía que ver, más que con su aspecto y su amabilidad, con el hecho cierto de que estar encerrada en una fábrica un montón de horas al día para luego salir sola, cenar sola, ducharme sola, dormir sola, no era mi idea de la alegría de vivir.

    No era el único que me tiraba los tejos, pero me había encaprichado con él. Me apetecía un revolcón, o dos, o tres, y se me iba la cabeza cuando notaba su aliento cerca, incluso cierto olor a sudor limpito, mientras forraba las guanteras como quien forra botones. Pero aguanté. Recurrí a la nunca bien ponderada - salvo por Woody Allen - autogestión. Al amor propio.

    Y es que sí, señores: las niñas también nos masturbamos, aunque no hagamos de ello motivo literario.

    A estas alturas, me pregunto si Ex también me fue fiel. Entonces ni se me ocurrió dudarlo. Pena de no poder sentarnos un día a poner en común ciertas historias: la curiosidad es la madre de todo conocimiento.

    domingo, enero 14, 2007

    CREMA DE CEBOLLA "EL SOPAPO"

    He recuperado esta crema para que os hagáis una idea...

    INGREDIENTES para seis personas.

    - 2 cebollas grandes.
    - Media barra de pan duro.
    - 2 huevos.
    - 1 vasito de de aceite oliva
    - agua, sal y pimienta.

    Poned en remojo las cebollas peladas y cortadas en trozos grandes, así como el pan, durante una hora aproximadamente. A continuación se salpimenta ligeramente y se ponen a hervir con el aceite, hasta que las cebollas están blandas.
    Se aparta del fuego, se bate con la batidora hasta conseguir una consistencia cremosa y, aún caliente, se añaden los huevos. Rectificar la sal y la pimienta si es necesario.

    Tened en cuenta que ni todos los panes ni todas las aguas son iguales, así que la consistencia de la crema - más clara o más espesa - es cosa vuestra.

    Se puede servir con picatostes (pan frito) muy pequeñitos, que se ponen en el centro de la mesa para que cada uno se vaya sirviendo a su gusto.

    Y, ya está.

    (ACTUALIZACIÓN, TRAS EL COMENTARIO DE SURI KATA: los huevos también se someten a la batidora, de manera que queden emulsionados con el resto de la crema)

    jueves, enero 11, 2007

    1971 EMIGRANTE TEMPORAL

    Teníamos la dirección de un tío de Ana. Hicimos el viaje en autobús, que sólo paró una vez, en mitad de la noche, en una gasolinera con cafetería en donde tomamos algo caliente. Llegamos al día siguiente a la estación de Stuttgart. La dirección era una calle en Sindelfingen, pero ninguno de los indicadores de recorrido señalaba tal nombre; saqué mi manual "Cómo hablar alemán en quince días" y escogí la frase: "Por favor, ¿cuál es el autobús a...?". La repetí dos veces en voz alta. Ana se protegía detrás de mí, quién sabe por qué: siempre ha sido mucho más voluminosa que yo, y un empujón suyo valdría por cuatro míos. Pregunté a varias personas que ponían cara de entenderme perfectamente y me respondían con muchísima educación en un idioma que mi manual no reconocía.

    Dimos con un germano joven que se molestó en repetirnos dos o tres veces la misma retahila y, harto de nuestra cara de estúpidas ante sus corteses indicaciones, tomó nuestras maletas y con absoluta decisión, las subió a un autobús, esperó a que nosotras subiéramos detrás, soltó un taconazo (lo juro), inclinó la cabeza y se bajó a continuar su camino. El destino le haya premiado su buena acción.

    El autobús estaba hasta la bandera de españoles. A partir de ahí, todo fue como estaba previsto, más o menos: yo fui destinada a una familia doble - dos hermanas y sus respectivos maridos, y un hijo por pareja - que vivían en un decrépito caserón en mitad de la nada, y Ana se quedó con sus tíos. En dos días tuvimos el contrato y a trabajar en la cadena de montaje.

    (Me cuesta un mundo continuar: todo era tan sórdido que es difícil mantener un tono ligero, y tampoco me apetecen los melodramas. En fin: salga el sol por Antequera)

    Españoles, turcos, italianos, yugoeslavos y portugueses. Algún alemán. Al entrar, un cartel anunciaba el número de unidades que debían montarse durante la jornada. Mi tarea consistía en forrar de piel la tapa de la guantera, colocar las bombillas en todos los faros y llevarlas a un determinado punto de la cadena. Ana limpiaba los cristales de los coches ya terminados. Nadie hablaba inglés. No había un idioma común: la vernácula era lengua demasiado difícil, salvo para yugoeslavos. Comíamos - o cenábamos, dependiendo del turno - en la fábrica. Dependía del coche de mis caseros, porque ningún autobús llegaba ni a los alrededores de donde vivía. La mayoría de los españoles solteros se alojaban en unos barracones de prefabricado, cercanos a la fábrica, a los que llamaban "la residencia": había otras tantas construcciones para cada nacionalidad, visto que de lo contrario las riñas con arma blanca se multiplicaban.

    Aprendí lo que es una sociedad de castas: los intocables eran los turcos, a los que nadie dirigía una mirada; portugueses, españoles, italianos y yugoeslavos tenían un estatuto diferente, de menos a más.

    A las dos semanas caí en la cuenta de que la amabilidad con la que había sido acogida en casa de los paisanos no era tal: la expectativa era que pagara el hospedaje cuidando los niños y limpiando la casa, pero en mi ingenuidad no había sabido entender que un emigrante no está para favores. Al principio me sorprendía la soltura con que mis ganas de cooperar en las tareas hogareñas se veían superadas siempre por lo que a mí me parecía una falta de delicadeza y no eran sino simples órdenes: plancha, friega, baña a los niños, pon la lavadora, tiende... No paraba. Un fin de semana que fui a comer a casa de los tíos de Ana me lo explicaron con claridad: casa a cambio de trabajo. Haberlo dicho antes: me busqué en mitad del pueblo una habitación/nicho que dejaba temporalmente un muchacho para venirse a Guadalajara a ayudar a la siega.

    martes, enero 09, 2007

    1970 VIDA DE CASADOS

    No habíamos contado con que Ex se quedaría sin trabajo, de modo que tuvimos que reorganizarnos: él buscó un par de alumnos particulares y yo conseguí colocarme en el entramado del censo general de población de 1970, como coordinadora de un grupo de agentes. Las clases eran por la mañana y lo del censo por la tarde: nada estaba perdido.

    Me había matriculado en Psicología, que entonces se estudiaba como una especialidad en la Facultad de Filosofía y Letras. Arrastraba el Griego de primero y segundo, el Latín de Segundo y la Historia de España, quizá alguna más, no estoy segura. Aprobé todo entre junio y septiembre: estuve magnífica, a pesar de las huelgas, las reuniones, el nuevo trabajo y el trajín de la casa nueva.

    Porque la casa nueva se convirtió en la fonda El Sopapo: todo huido de la policía, toda pareja que necesitaba echar un polvete, todo recién llegado a Madrid, toda moza que se peleaba con su familia, todo sobrino que suspendía un trimestre las Mates o la Lengua, todo... dios, recalaba por allí. Y más agua a la sopa, o más patatas al puré, o más garbanzos al cocido. Y mucho, mucho té con hierbabuena. Desde entonces odio las salchichas al vino blanco, las chuletas de aguja de cerdo, la panceta y las sardinas en aceite; he conseguido reconciliarme con las lentejas, pero el repollo, la sopa y el puré de verduras han quedado proscritos para siempre de mi mesa, como la morcilla de patata, los chicharrones y el jurel. Algún día íbamos a comer a casa de mi suegra, de mi madre, de nuestras respectivas hermanas casadas, a casa de los Conejo, y aprendí a cocinar decentemente: cuando se cuenta con malos ingredientes se imponen lo barroco y las especias.

    Ese curso conocí a mi, desde entonces, inseparable amiga Ana. Y a mucha más gente con la que aún me continúo viendo, y a otros que en el '73 tuvieron que salir huyendo con nuestros pasaportes, y a algunos con los que me terminé peleando, y a unos cuantos que sé que ha sido de ellos porque ahora son famosos escritores, famosos políticos, famosos cineastas o famosos ex famosos.

    Asistía regularmente a clase. El trabajo era facilón. Estudiaba. Me iba enterando de qué iba la vaina de la izquierda con todo su floreo de siglas y consignas. Participaba en acciones como introducir panfletos en la Facultad, o en manifestaciones relámpago - los llamábamos saltos - consistentes en cortar la calzada entre quince o veinte personas, tirar pasquines, dar cuatro gritos y salir huyendo por la calle que no era la que previamente habías considerado menos peligrosa. Acudía a asambleas que abortaba la policía antes de leer el orden del día. Ex, además, estudiaba, estudiaba, estudiaba; pocas veces se acordaba de la guitarra. Con todo, siempre encontrábamos momento y lugar para un polvo de urgencia, aunque las siestas interminables o las noches en blanco escasearan, sumergidos como estábamos en el huracán del final del franquismo.

    Ex debería continuar las milicias universitarias ese mismo verano, y vivíamos tan al día que se impuso una solución de urgencia: yo iría con Ana a Alemania, a trabajar en la Mercedes Benz de Stuttgart: tres meses de buen sueldo sin impuestos por nuestra condición de estudiantes. Luego, ya se vería.

    domingo, enero 07, 2007

    LABORO, ERGO SUM

    Señoras y Señores, Damas y Caballeros, Chicos y Chicas, Lectores y Lectoras, Anónimos y Anónimas, Amigos y Amigas, Hijo y Público asistente en general:

    ME HAN DADO EL ALTA MÉDICA.

    El papelito viene a decir que oficialmente estoy sana, y que por lo tanto puedo trabajar. Mañana vuelvo a mi añorado despacho con vistas al aparcamiento del Ministerio, en horario de mañana y tarde (soy de esas funcionarias estúpidas que eligieron un destino en el cual no se hace la vista gorda). Aleluya. Muerta de miedo estoy: después de tanto tiempo, ¿sabré hacer informes, elaborar cuadros, extraer la información pertinente de los dossieres ajenos, hacer propuestas, realizar seguimientos, evaluar acciones, manejar estadísticas, aguantar las estupideces del jefe sin soltar exabruptos y escuchar las consignas de la Directora General sin acordarme de sus muertos? ¿Podré resistir las interminables reuniones de coordinación sin romper el boli, bostezar ruidosamente y salir tres veces a fumarme un cigarrito? ¿Seré capaz de dar mi opinión sólo cuando me la pregunten, y sin poner cara de ajo? ¿Evitaré los comentarios sarcásticos acerca de la capacidad intelectual del Ministro? ¿Soportaré tanta tontuna? ¿Habrán regado mis plantitas, o se habrán muerto de soledad, sequía y desamor en estos meses? ¿Recordaré la clave para acceder a mi ordenador?

    Os mantendré informados.

    (La Crónica continuará, aunque quizá ralentizada. Ya estoy cerca del final, que será el día de la muerte de Franco, más o menos. Aunque, por otra parte...)

    jueves, enero 04, 2007

    1970 MI BODA

    El verano se nos fue entre las milicias universitarias de Ex en la Granja de San Ildefonso, la información sobre nuestros planes a las respectivas familias y buscar nuevo piso. Encontramos uno por el barrio de Tetuán, propiedad de unos emigrantes que no pensaban volver por el momento. Nuevo a estrenar. Vacío. Luminoso y con dos terrazas: iba a ser la primera vivienda en donde podría cultivar geráneos. Tenía tres habitaciones y una sala. Compramos algunos muebles en almonedas, otros nos los regalaron, otros los íbamos recogiendo por la calle durante excursiones nocturnas por Argüelles, la zona de Zurbano y el barrio de Salamanca. Nos hicimos hasta con una mesa de despacho y unos sillones muy propios, de madera maciza y con los asientos de terciopelo azul noche. Lo normal.

    Queríamos una boda por lo civil, en un alarde de rebeldía, pero fuentes cercanas al Partido Comunista nos aconsejaron no llamar la atención. Mi madre solicitó encarecidamente que fuera de blanco: ella me regalaría el vestido; acepté, pero le jugué una mala pasada: me hice confeccionar un traje de novia con tal minifalda que en el último momento hube de comprarme una culotte con volantes, para evitar que el público asistente a la ceremonia se distrajera viéndome las bragas. No existe documento gráfico digno de escaneo desde mi sentido actual de la estética. Cuando aparece por ahí siempre me vuelvo a probar la dichosa prenda y aún me sienta bien (si no se me mira la cara).

    Mi padre murió quince días antes. A Ex le echaron de su trabajo a principios de septiembre, en un intento inútil por hacerle desistir del matrimonio. No invitamos a ningún amigo al trámite, de la misma manera que no se les invita al examen del carnet de conducir. Ex llevaba unos zapatos con las suelas remendadas. Los anillos eran prestados. Mi suegra, de madrina, lloraba, no sé si arrepentida por no habernos hecho ningún regalo. Mi madre lloraba, quizá pesarosa por el gasto que le supuso la lavadora que nos regaló, acaso feliz por ver a la hija descarriada ya recogidita y a salvo. Mi hermano fue un padrino decoroso. Mi sobrino Fran lloraba porque se le pasaba la hora de la teta. El cura andaba un poco desorientado. Yo fui andando desde mi casa a la iglesia y el novio llegó en el vespino.

    Algunas vecinas se acercaron a cotillear y luego le dijeron a mi madre que cómo me había casado con un señor tan mayor (Ex con barba y traje parecía un maestro de escuela viudo).

    No sentamos todos en una cafetería a tomar unas raciones: diez o doce adultos y siete chiquillos correteando alrededor. Una hora escasa de confraternización. Mi madre y mi suegra no se volverían a ver hasta el nacimiento de mi hijo.

    Tras las despedidas de rigor, los novios nos acomodamos en el vespino para ir a nuestra nueva casa, muertos de risa porque en cada semáforo los viandantes se quedaban mirando a aquella extraña pareja, ¡ah!, el placer de hacer de la pobreza razón para jugar a iconoclastas.

    Creo que ya lo he dicho, pero abundo: nunca he pensado que mi boda fuera un error, aunque he terminado por entender a la madre de Ex: yo tenía veinticinco años y él veintidós.

    lunes, enero 01, 2007

    SMS, BESOS Y LANGOSTINOS

    Lo sé: es una horterada, pero por Nochevieja me encanta recibir mensajes, por ejemplo, del jefe que tuve hace cinco años, o de una antigua novia de mi hijo. La mayoría son convencionales; algunos, auténticas joyas humorísticas cuyo autor quedará para siempre en el anonimato. Por ello, y en virtud de mi soberano dominio sobre esta bitácora, hoy concedo los siguientes galardones:

    Premio al mejor SMS que he recibido este año por Nochevieja, consistente en un borrado automático de todos los mensajes comprometedores de cara a la pareja, a:

    ¡Atención! el simulacro de amor y buenas intenciones ha terminado, insulten a sus cuñados, recojan los langostinos y disuélvanse.

    Segundo premio, consistente en un politono con el Himno de Riego para que la abuela sonría:

    Feliz Semana Santa de parte de la asociación de Alzheimer y nuestros mejores deseos para 1984. No me acuerdo de tu nombre pero creo que me caes bien. Besos

    Feliz Año Nuevo, queridos míos.
    ecoestadistica.com Creative Commons License
    Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.