1968 EL SEGUNDO SEXO.
He ido directamente a la estantería, por tenerlo cerca mientras os escribo. Está forrado - con un papel cuyo color original se ha desvanecido - para evitar que sus hojas, encuadernadas en rústica, se dispersen. Hasta la última página tiene un subrayado, tan a conciencia me lo leí y releí.
Quizá una lectora actual lo considere anticuado, y si lo volviera a repasar yo misma detectaría errores, afirmaciones gratuitas, excesiva dependencia del pensamiento marxista, demasiadas concesiones a Freud y un lenguaje súbdito del existencialismo sartriano. Quizá. Pero ha sido el libro más importante de mi vida.
Me da lo mismo lo que opinen críticos, feministas, intelectuales de izquierda, filósofos y demás. Esa obra me señaló con un dedo firme todos los obstáculos que había tenido que afrontar, me frenaban en aquel momento y debería superar en el futuro para realizarme como persona, por el sólo hecho de haber nacido mujer.
Lo vi. Entendí lo que hasta entonces había sido una inquietud difusa, un malestar subterráneo, un sentimiento de diferencia que yo pensaba individual y tendía a negar. Beauvoire me explicó inmisericorde que todo lo que yo consideraba una historia personal desgraciada era una condición estructural; me adivinó el pasado y me auguró un porvenir nada cómodo, pero al mismo tiempo me regaló las palabras que necesitaba para definir quién quería ser yo.
Y me explicó la manera. Me dijo que primero tendría que ser económicamente independiente, por más que - lo decía textualmente - sólo el derecho al voto y el trabajo asalariado no significaran libertad por sí mismos. Además, debería dar un sentido ético a mi independencia, renunciar a la protección masculina, encontrar el equilibrio interior sin olvidar mi sexualidad y mi condición de mujer, repasando - en fin - todas y cada una de las dificultades que encontraría. Algunas, ay, las olvidé.
Me previno contra los embarazos no deseados, desmenuzó la lucha que debería sostener sólo para alcanzar el nivel en el que los problemas comienzan a plantearse para los hombres, y la dificultad de encontrar respeto por mi esfuerzo en lograr un porvenir profesional. Me advirtió contra las tentaciones de abandono.
A partir de la última página fui otra persona, porque la lectura de El segundo sexo , por sí sola, me sirvió en bandeja lo que estaba buscando dando palos de ciego: el orgullo de ser yo misma.
Larga memoria para Simone de Beauvoire, Castor, mi libertadora.